Camino hacia el abismo


Capítulo 6



Víctor Slovsky



Sofía y Ernesto se habían encerrado en la habitación donde reina el pecado carnal. Juntos     –ahora- harían sus tormentos sexuales nimios y eximios al unísono; dejándose llevar por el deseo de una pasión incontrolable que sólo se puede apagar con intensos vientos carnales.
-Soy completamente tuya; pero ¡hoy mando yo!
-Como siempre querida.
Amanda conoció a Slovsky en la universidad. Era profesor de química orgánica y mantenía un bajo perfil, tal vez porque su pasado era oscuro, tal vez porque la vida había mellado su personalidad tan profundamente que prácticamente se había convertido en un misántropo.
Slovsky había puesto su mirada en Amanda: ¡es una alumna brillante! –les había comentado a sus colegas en la sala de profesores-
Luego de un cuatrimestre, Slovsky de cuarenta y ocho años, llevados sobre sus hombros estoicamente, se animó a invitar a Amanda a tomar un café fuera del horario de clases; por supuesto ella aceptó la inesperada proposición.
-No en el café de la facultad, llámeme a este número y concertaremos una cita en un lugar donde las miradas indiscretas no pronuncien con la boca lo que no queremos ambos que se sepa.
-Y usted ¿qué es lo que quiere que no se sepa?
-Que un profesor invita a una alumna a tomar un café, no deberíamos tener digamos ningún tipo de relación extra-académica.
-Soy mayor de edad, lo mismo que usted, fuera de estas paredes, somos personas banales, que necesitan relacionarse con otras personas, por el sólo hecho de satisfacer una necesidad humana primordial: las mencionadas relaciones humanas.
-Tal vez sea algo más que eso.
-No sé a que se refiere con más, esa palabra deja un gran y sombrío abanico de tremendas o factibles posibilidades.
-Solo llámeme y tomemos un café, le prometo que será una charla interesante, y me supongo que usted me entiende cuando digo que será interesante, porque me he dado cuenta de que usted tiene un interés particular en mi, no digo que se sienta atraída de la manera en que inconscientemente yo quiero que lo esté; siento que usted me necesita de otra forma, y yo tengo una historia que contarle. Es una historia no muy agradable de oír digamos, pero vale la pena ser escuchada. Si cuando haya terminado este ¨pequeño relato¨ no hube logrado su atención, será la última vez que nos encontremos fuera de la clase de química atiborrada de formulas que a nadie le importan, salvo a mi, por supuesto.
-Esta bien, pero con una condición, si me lo permite.
-Usted dirá
-Que la reunión sea en el bar Suecia.
-No encuentro objeción.
-Perfecto, no me dé su número, mañana a las ocho de la mañana estaré sentada junto a la ventana que da a la plaza.
-No abunde en detalles, la ubicaré de inmediato, ocho en punto allí estaré.
-Hasta mañana
-Que descanse, ¡ah!, y piense en su fórmula. Usted sabe de lo que hablo. Convénzame.
Amanda quedó sin palabras, sólo extendió su mano y saludó a Slovsky. El pacto estaba sellado.
Siete y cincuenta minutos, Amanda pidió a la camarera un café con edulcorante, ya había ingerido tres miligramos de Seconal. Aún así no podía dejar las piernas tranquilas, o tal vez            –pensó- estas malditas piernas tienen vida propia.
En punto, a las ocho como lo había prometido, Slovsky entró por la puerta del Suecia y de manera casi maquinal se dirigió a donde Amanda. Vestía una camisa color azul, unos pantalones de vestir color beige y zapatos negros, un maletín en la mano derecha completaban sus accesorios personales, sin olvidar los gruesos anteojos de aquel que quema su vista en ecuaciones químicas y en formulas descabelladas; lo mismo que un profesor de Literatura quema su vista con líneas de signos a los que le da sentido sólo con la lectura asidua y testaruda de quien quiere llegar al fin de la historia y significarla.
-Buen día. Hace diez minutos que estoy aquí.
-¡Buen día!, dije que llegaría a las ocho.
-No importa, ya he pedido algo para mi…usted...
La camarera se acercó y Slovsky sólo pidió un café negro con azúcar.
-Entonces, ¿Cuál es la historia?.
-¿Está completamente de acuerdo en que esta historia que voy a contarle la conocen solamente dos personas, entre las cuales, una de ellas soy yo?.
-No, por supuesto que recién me pongo al tanto de ello, y si usted dice que es así, así será. Empecemos la conversación con un mínimo de confianza mutua por favor.
-Muy bien, le recomiendo que no la divulgue. Desde este momento seremos tres, y si por algún motivo me entero que alguien más me pregunta de una u otra forma, directa o indirectamente sobre mi pasado, tendré que tomar medidas drásticas en su contra.
-A qué se refiere con ¨medidas drásticas¨.
-Pongámoslo de esta manera: El pasado de un hombre, conlleva una serie de acciones que producen reacciones, éstas pueden ser en ciertas ocasiones desmedidas en cuanto al alcance del daño que se quiera producir o que hayan producido. En cuanto a mí, el daño que he producido por mis acciones, es mensurable solamente dentro del campo del horror. Mi mujer y mis dos hijos murieron, de mi familia sólo tengo un recuerdo que me acompañará por el resto de mi vida, entonces, si usted divulga mi historia, mi pasado, simplemente tendré que eliminarla de este escenario que parece ser una novela de un escritor mediocre.
-¡Matarme!.
-Claro, veo que nos estamos poniendo en sintonía, y puede estar segura que no dudaré un segundo cuando llegue el momento, y quiero que le quede en claro, que su hijo, ¿Cómo se llama…?, si, Ernesto, vivirá una vida parecida a la suya, será huérfano por el resto de su vida, y me temo que una madre no quiere eso para un hijo bajo ningún punto de vista.
-¡Claro que no!.
Entonces escuche mi historia y guárdela, como un tesoro enterrado y cuidado por Cerbero[1], -¿conoce la Divina Comedia de Dante no?
-No, no soy especialista en Literatura.
-No importa. Yo tampoco, pero se la recomiendo, es bueno conocer lo que nos sucederá cuando descendamos al mismo infierno. Bien. Esta es mi historia:

El veintiséis de Abril de 1986, yo estaba durmiendo en mi cama con mi esposa, y mis hijos estaban en su cuarto, mi hija Inna de 9 años, al igual que su hermano Anielka de siete años. De pronto a la una treinta de la madrugada –lo recuerdo perfectamente- oímos una explosión, había sido tan fuerte que creímos que los norteamericanos habían atacado la planta con un misil nuclear. De pronto una luz entre blanca y azulada entró por la ventana. Salté de la cama, impulsado por la propia desesperación, mi mujer comenzó a llorar, mis hijos golpearon la puerta de nuestro cuarto y entraron con nosotros; de pronto el edificio se había convertido en un caos, la gente gritaba, los niños lloraban, algunos salían a la calle, las sirenas empezaron a sonar a lo lejos, potentes, y al mismo tiempo ensordecedoras, algo andaba mal.
    Me acerqué lo más rápido que pude a la ventana, los vidrios no estaban rotos. Pude ver un gran hongo azul estirándose hacia el cielo, como si quisiera tocarlo, como si se esforzase para llegar a tocar la luna que aquella noche iluminaba el horizonte. Fue cómico, al principio ver como unido a aquel hongo una gran llamarada del color del arco iris también se elevaba furiosa, era entre azulada, y un rojo verdoso. En aquel momento pude darme cuenta de que al menos uno de los reactores de la famosa planta de Chernobyl había explotado; no podía pensar en cual había sido el error, qué fue lo que había producido una falla en un sistema del que yo formaba parte, YO formaba parte del equipo de químicos que mantenían refrigerado el reactor. El día anterior ordenaron que se habrían de hacer unas pruebas para probar un circuito de refrigeración complementario, pero el físico cometió un error imperdonable: el equipo que operaba en la central el sábado 26 de abril de ese año se propuso realizar una prueba con la intención de aumentar la seguridad del reactor. Para ello deberían averiguar durante cuánto tiempo continuaría generando energía eléctrica la turbina de vapor después de la pérdida de suministro de energía eléctrica principal. En caso de un corte, las bombas refrigerantes de emergencia requerían de un mínimo de potencia para ponerse en marcha —para rellenar el hueco de entre 45 y 60 segundos hasta que arrancaran los generadores diésel— y los técnicos de la planta desconocían si, una vez cortada la afluencia de vapor, la inercia de la turbina podía mantener las bombas funcionando durante ese lapso de tiempo.
Para realizar este experimento, los técnicos no querían detener la reacción en cadena en el reactor para evitar un fenómeno conocido como envenenamiento por xenón. Entre los productos de fisión que se producen dentro del reactor, se encuentra el xenón135, un gas muy absorbente de neutrones. Mientras está en funcionamiento de modo normal, se producen tantos neutrones que la absorción es mínima, pero cuando la potencia es muy baja o el reactor se detiene, la cantidad de 135Xe aumenta e impide la reacción en cadena por unos días. El reactor se puede reiniciar cuando se desintegra el 135Xe.
Un operador insertó las barras de control para disminuir la potencia del reactor y ésta decayó hasta los 30 megawatts. Con un nivel tan bajo, los sistemas automáticos lo detendrían, y por esta razón desconectaron el sistema de regulación de potencia, el sistema refrigerante de emergencia del núcleo, y en general los mecanismos de apagado automático del reactor. Estas acciones  —así como la de sacar de línea la computadora de la central que impedía las operaciones prohibidas— constituyeron graves y múltiples violaciones del Reglamento de Seguridad Nuclear de la Unión Soviética.
A 30 megawatts de potencia comenzó el envenenamiento por xenón, y el reactor se apagaría automáticamente. Para evitarlo, debieron aumentar la potencia subiendo las barras de control, pero con el reactor a punto de apagarse, los operadores retiraron manualmente demasiadas barras. De las 167 barras de acero al boro que tenía el núcleo, las reglas de seguridad exigían que hubiera siempre un mínimo de 30 abajo, en el núcleo, y en esta ocasión dejaron solamente 8. En unos pocos minutos lograron estabilizar al reactor entre 160 y 200 MWe.
  Con los sistemas de emergencia desconectados, el reactor experimentó una subida de potencia tan extremadamente rápida que los operadores no lograron detectarla a tiempo. A la 01:23, una hora después de comenzar el experimento, algunos en la sala de control comenzaron a darse cuenta de que algo andaba mal.
Cuando quisieron bajar de nuevo las barras de control presionando el botón de apagado de emergencia (el botón AZ-5 «Defensa de Emergencia Rápida 5»), éstas no respondieron debido a que posiblemente ya estaban deformadas por el calor y las desconectaron para permitirles caer por gravedad, logrando insertarse alrededor de 2.5 m dentro del núcleo antes de resquebrajarse debido a la enorme presión. Se oyeron fuertes ruidos y entonces se produjo una explosión causada por la formación de una nube de hidrógeno dentro del núcleo, que hizo volar el techo de 1200 toneladas, provocando un incendio en la planta y una gigantesca emisión de productos de fisión a la atmósfera.
Esa fue la explicación técnica
Amanda escuchaba en silencio y no podía creer que aquel hombre que escupía esas palabras de su boca como una catarata incontrolable, había sido testigo y partícipe de uno de los desastres nucleares más horribles de todos los tiempos.
Todo lo demás lo puede encontrar en Internet, incluso hasta existen videos. Lo que usted no sabe es que tuvimos que abandonar a primera hora de la mañana nuestros hogares en Pripyat, cincuenta mil personas fuimos reubicadas en diferentes lugares: Hospitales, canchas de fútbol, salas de emergencia. Etc.
Como yo formaba parte del equipo de químicos que tenían a cargo el reactor número cuatro, el veintisiete de abril fui convocado por el consejo nacional de energía nuclear a ayudar en todo lo que me sea posible para solucionar el problema o al menos tratar de hacerlo y, que las consecuencias no sean devastadoras. No sabíamos donde nos metíamos. A esa altura los índices de radiación habían superado el triple de lo permitido. A cada uno de los especialistas que íbamos a emprender la empresa de salvar Rusia de una catástrofe nuclear que sería devastadora no sólo para nosotros sino que para toda Europa, nos habían dado un instrumento de medición de la radiación, un contador Geiger[2]. A dos kilómetros de la central a las diez de la mañana el instrumento medía una radiación de 30.000 röntgens[3]/hora.
A medida que nos acercábamos a pie a la planta, los instrumentos dejaron de funcionar. Había en el aire un sabor metálico, que se pegaba al paladar, en los dientes, en la ropa. Era el sabor de la muerte, era la radiación que estaba impregnando nuestros cuerpos y nosotros íbamos directo al infierno.
Mientras tanto mi familia como tantas otras estaba siendo en ese momento evacuada hacia lugares inciertos, como ya le he comentado. Luego de una semana pude encontrarlos.
Al llegar a la planta el caos era total, muchos de los trabajadores que pertenecían al turno noche estaban sin dormir, exhaustos y podía verse en sus rostros no sólo el cansancio y el terror, sino también el efecto de la radiación. Se formaron grupos, altos militares del Kremlin vinieron rápidamente y nos dieron aliento para salvar la patria de aquel desastre. Entonces fuimos organizados a medida que pasaban las horas en grupos de trabajo, nos dieron placas de plomo para cubrir el pecho, la espalda, los genitales y la nuca. Entramos en la planta con barbijos, no había mascaras de seguridad, o las pocas que había estaban confinadas a los altos mandos militares. El ejército ayudó en lo que pudo, con agua, transporte y apoyo logístico. Entramos por túneles derruidos, en otras ocasiones tuvimos que abrirnos paso con picos y palas para llegar a la terraza del reactor que es donde estaba el mayor peligro, por así decirlo, porque el núcleo que se estaba fusionando estaba en el primer subsuelo de la planta, y era una bomba de tiempo, dado que la temperatura estaba resquebrajando la gruesa capa de hormigón que lo separaba de un río subterráneo que se comunicaba con el océano, siempre las plantas nucleares están al lado del océano para aprovechar el agua. Trabajamos en el techo del reactor tirando paladas de arena y de plomo, lo que de alguna forma lo enfriaría, y al mismo tiempo limpiando aquella superficie de todos los elementos radiactivos que habían sido expulsados por la explosión. Cada hombre debía salir y trabajar con aquella protección que nos habían dado no más de treinta segundos, algunos llegaron a salir tres, cuatro veces, absorbiendo en su cuerpo dosis letales de radiación que luego harían estrago en aquellos hombres. Muchos murieron al día siguiente, otros, luego de una larga agonía. Otros como yo, sobrevivimos porque fuimos inteligentes. Tomábamos agua para sofocar el calor ácido y metálico que reinaba en aquel ambiente, las botellas estaban destapadas, expuestas a la radiación, y el agua tenía el sabor mortecino del uranio, estábamos tomando veneno sin saberlo.
Helicópteros volcaron toneladas de plomo en pequeñas bolitas sobre el hueco del reactor, fotógrafos tomaban fotos que luego aparecían veladas por la misma radiación. En fin al cabo de dos semanas se había podido controlar la temperatura, y luego de tres meses se pudo comenzar a construir el sarcófago que hasta hoy en día sigue allí, oxidándose, corroyéndose por la lluvia y por los mismos vapores que el reactor sigue emanando.
Fuimos felicitados, se nos entregó un diploma pequeño como héroes nacionales, se nos estrechó la mano y se nos dejó ir, eso fue todo. Luego la muerte. Pripyat a partir de aquel momento fue –y lo sigue siendo- una ciudad fantasma. Autos abandonados, edificios completos llenos de pertenencias de vidas dejadas en un instante, recuerdos, sueños, afectos, imágenes, parques, tiendas, todo quedó congelado en un segundo, con el paso del tiempo, a pesar de la restricción militar, muchos de esos departamentos fueron saqueados, y las cosas que de allí se robaron, llevaron consigo el signo de la muerte, los pobres imbéciles que se apropiaron de estas cosas no sabían que morirían en semanas. Pero así fue.
Ahora viene la parte interesante que puede costarle la vida, y de la cual yo pude escapar: yo fui quien dio la orden de hacer aquella prueba. Mientras descansaba en mi cama, dos físicos murieron instantáneamente, cientos de personas heridas de gravedad que fallecieron al día siguiente, miles de personas que murieron en los meses que le siguieron a la catástrofe, y cientos de chicos que nacieron con malformaciones que parecían propias de otro mundo, del mismo infierno. YO fui el culpable, y ahora usted también lo sabe. Comparto mi secreto con usted como un seguro de vida. Así de simple, así de perverso.
-Interesante historia, y conmovedora por cierto. Por lo tanto lo que tengo para proponerle estimo que será una nimiedad de acuerdo a lo que me contó. Estoy ya con algunas cuestiones relacionadas, pero a pequeña escala. Quiero digamos expandir el negocio.
-No juegue con migo. Dígame, por qué cree que yo soy la persona indicada para llevar adelante su pequeña empresa, o mejor dicho para hacerla crecer.
-Usted es el químico, yo sólo soy bióloga.
-Y ¿en qué mundo los barbitúricos son más importantes que otro tipo de drogas sintéticas?
-En el que yo me manejo, los barbitúricos son más importantes que Dios.
-Ese mundo que usted quiere corromper, es del que tanto usted como yo  formamos parte, por qué quiere contaminarlo, suponiendo que sea una cuestión de dinero, aparte de ello, ¿por qué?.
-Ellos necesitan, digo, los alumnos, estar en una transición, no drogados. Todos queremos en definitiva alcanzar nuestros objetivos, y si contamino este entorno con drogas de diseño, sería como traicionarme a mí misma, no se…no tendría la conciencia tranquila con el hecho de saber que estoy matando a gente que comparte mis mismos intereses.
-Tiene el interés de expandir su negocio a otras universidades locales me imagino. También tiene el interés de contaminar a sus amigos pero no matarlos, interesante filosofía la que usted aplica.
-Lo primero es obtener un barbitúrico de calidad, después veremos lo que podemos hacer y quién se encargará de la distribución, por el momento tengo un par de amigas de confianza que lo hacen dentro del campus.
-Entonces, cómo puedo confiar en usted. Digo, he pasado casi treinta años en la oscuridad de una mentira que me acecha cada noche, se dará cuenta de ello porque no veo que sea estúpida. No puedo exponerme, y menos dentro de la comunidad.
-Eso lo he pensado desde el mismo momento en el que pensé en usted, por lo que no tendrá que preocuparse.
-¿Tiene pensado, en el caso de que acepte su oferta, dónde montaría un laboratorio capaz de producir la droga?.
-No todavía, pero estoy en ello. Descuídese, usted sólo tendrá que preocuparse por la fabricación y el control de calidad de los barbitúricos. Ahora bien. ¿Usted necesitará de un ayudante?, ¿alguien que esté a su nivel para producir la mercadería?.
-Qué me dice de usted.
-Yo me encargo de la distribución, y que quede claro, usted trabaja para mi, en el caso de que acepte la oferta, por supuesto.
Slovsky respiró profundamente, aquella mujer estaba hablando estupideces delante de él, del gran químico que fue el responsable del desastre de Chernobyl. Pero tenía sentido. Pensó que si aquel negocio, que no era ni de drogas de diseño ni de heroína, podría convertirse en algo grande si se manejaba convenientemente él saldría beneficiado.
Al parecer para él, aquella mujer era tan astuta como impredecible. No confiaba en ella, pero lo seducía el hecho de pensar que podría ganar una interesante cantidad de dinero con aquel negocio. Meditó unos instantes y luego agregó secamente y sin más rodeos.
-Tendrá noticias mías en esta semana. Pero en el caso de que acepte su propuesta, usted tendrá que hacer un pacto conmigo, y éste será digamos, como cliché final, hasta que la muerte nos separe.
-Lo tendré en cuenta, espero su contacto.
Amanda no había entendido el significado de aquellas palabras, pero eso no interesaba, el propósito estaba en marcha y parecía que el químico estaría dentro del negocio. Yo tengo otra propuesta para usted, si no forma parte de mi negocio deberé deshacerme de usted, no puedo quedar expuesta, los cabos se atan y se desatan de acuerdo a las situaciones que los apremian, cuando un nudo aprieta demasiado, hay que deshacerse de él, pensó.




                                                                                                                                 Martín Ramos








[1] El canto inicia con Dante que se levanta después del desmayo luego de haber hablado con Paolo y Francesca. Y mientras sigue triste y siente piedad por ellos ve nuevos condenados y nuevas penas.
El tercer círculo donde él se encuentra es el de "eterna, maldita, fría y grave" lluvia que cae siempre con la misma intensidad. Está compuesta con grueso granizo de agua negra y nieve y se derrama en el aire tenebrosa: la tierra al recibir esta lluvia se vuelve fangosa.
Aquí se encuentra Cerbero fiera cruel y aviesa, que ladra con las tres cabezas sobre la gente sumergida en el fango.
También Cerbero es un personaje del Averno de Virgilio (Eneida, libro VI, v-417) y la descripción de Dante se basa en la de su maestro. Pero aquí la bestia es más monstruosa, ya que es una descripción entre humana y bestial y por el hecho de que Cerbero traga el fango tirado por Virgilio, no una focaccia embebida de somnífero como sucedía en el viaje de Eneas. Viene descrito con los ojos rojos, la barba grasienta y negra, la panza inflada y las manos con uñas (no "piernas y garras") con las cuales araña los condenados y los lastima. Además con sus gritos los hace enloquecer de tal forma que quisieran ser sordos (vv 32-33). En la mitología Cerbero es símbolo de codicia (por eso lo encontramos en este canto) y también de discordia, por las luchas entre las tres cabezas: no es casualidad que en el canto se hable de las discordias florentinas.
Cuando Cerbero ve a Dante y Virgilio abre la boca y muestra sus colmillos, sin tener calmo ningún músculo. Entonces Virgilio relaja las manos y tira en sus rugientes fauces dos puños de tierra, que la bestia se apresura a comer, como aquellos perros que deseosos de la comida ladran y después se callan apenas la obtienen.

[2] Un contador Geiger es un instrumento que permite medir la radiactividad de un objeto o lugar. Es un detector de partículas y de radiaciones ionizantes
[3] El roentgen es una antigua unidad utilizada para medir el efecto de las radiaciones ionizantes. Se utiliza para cuantificar la exposición radiométrica, es decir, la carga total de iones liberada por unidad de masa de aire seco en condiciones estándar de presión y temperatura. Establecida en 1928, toma su nombre de Wilhelm Röntgen, el descubridor de los rayos X. En la actualidad, la unidad preferida para medir esta magnitud es el Coulomb por kilogramo (C/kg).
Un roentgen equivale a la exposición de una unidad electrostática de carga liberada en un centímetro cúbico de aire. En las unidades del SI, es la exposición recibida por 1 kg de aire si se produce un número de pares de iones equivalente a 2,58 E-4 coulomb. Su notación es así: R= 2.58 . 10 (-4) C/Kg

No comments:

Post a Comment

Despedida

Cuando pensó que llegaría a destino, faltando pocos metros para cruzar el obscuro camino que la llevaría de nuevo a su casa, una mujer se in...