Camino hacia el abismo



Capítulo 12



                                                 El sistema Hexadecimal



Víctor Slovsky había trabajado como ya se dijo en la Central Nuclear de Chernobyl. Aquel desastre del cual formó parte fue el que lo separó de su familia, completamente. Al cabo de tres meses, cuando habían terminado con el sarcófago de la planta, aquellos trabajadores que habían pertenecido al grupo de tareas fueron puestos en cuarentena para preservar su integridad física y por supuesto para estudiar los efectos que la radiación había causado en su cuerpo. La cantidad de Rotgens que cada uno de ellos recibió en los días que tuvieron que prestar servicio incondicional en aquella tumba muda de muerte silenciosa, eran hasta diez veces más altos de los que un ser humano podría absorber en cien años. Algunos de los compañeros de Slovsky murieron a los pocos días de internación, fueron estudiados por médicos que eran anónimos, investidos en armaduras de plástico a los cuales solamente se les veían los ojos a través de sofisticadas máscaras que también preservaban su anonimato.
De los ciento cincuenta trabajadores, entre los que se encontraba Slovsky, cien murieron por tumores en los pulmones y laceraciones en la piel que exponían tejidos y grasas para su posterior infección. Los médicos no querían salvarlos, por el contrario los estaban utilizando como experimentos del horror. Otros veinte fallecieron por insuficiencias cardíacas, y otros tantos por fallas en el corazón. Increíblemente doce personas lograron sobreponerse al efecto silencioso y terminal de la radiación. Diez de ellos –entre los cuales no se encontraba slovsky-, fueron retirados de aquellas instalaciones que se situaban en la ciudad de Povarovo, en un edificio del ejercito bajo quince metros sobre el nivel del suelo para llevar a cabo un experimento psicológico que serviría al ejercito en caso de que alguna nación del norte quisiese tomarse represalias por las nubes toxicas que se estaban extendiendo por Europa y América,  hasta en aquellos remotos lugares se median niveles de radiación inusuales.
Aquel proyecto se denominó: ¨El experimento del sueño[1]¨ y consistió en lo siguiente:

Investigadores rusos pusieron a prueba a diez individuos que lograron sobrevivir a la catástrofe de Chernobyl, este mismo experimento se había llevado a cabo en la década del cuarenta, sin éxito. Se les prometió falsamente que serían liberados si accedían voluntariamente a ser usados como parte del experimento durante una prueba, en la que se probaría sobre ellos un nuevo gas excitante que los iba a mantener despiertos durante un mes entero. Fueron confinados en un habitáculo sellado en el que se controlaba el consumo de oxígeno y se les administraba el gas en su dosis exacta, ya que en dosis más elevadas sería mortal. No tenían camas, ya que no iban a dormir, pero tenían agua, alimentos secos para un mes, un inodoro y cosas para leer. Para observar el experimento, se disponía de una ventana de cristal grueso, con un diámetro de cinco pulgadas y varios micrófonos.
Los primeros cinco días transcurrieron sin inconvenientes, pero a partir de entonces, los sujetos empezaron a mostrar al igual que los anteriores los de la década del cuarenta, una patología paranoide. Dejaron de hablarse entre ellos y empezaron a susurrarle a los micrófonos. Los investigadores sospecharon que este era un efecto secundario del gas.
A partir del décimo  día uno de ellos empezó a correr por la sala gritando sin parar durante tres horas. Después de ese tiempo, seguía gritando pero ya su garganta no emitía sonido alguno, había quedado disfónico. Los científicos pensaron que físicamente se había destrozado las cuerdas vocales. Pero lo más sorprendente fue la reacción de los otros cuatro individuos. Ellos siguieron susurrándole a los micrófonos como si nada pasase. Pasado un tiempo, ocurrió lo mismo con un segundo sujeto. Los otros tres individuos, tomaron un libro, le arrancaron las hojas y las pegaron una a una con sus propias heces sobre la ventanilla de observación. Los gritos se detuvieron de inmediato, y también los susurros. Y así, en este estado, estuvieron por otros cuatro días.
Los científicos sabían que las cinco personas estaban vivas porque el consumo de oxígeno en el interior se correspondía con el de cinco personas realizando ejercicio físico intenso, pero no podía oírse nada en el interior. En la mañana del día catorce los investigadores hicieron algo que nunca planearon. Les hablaron a los presos por un intercomunicador, buscando su reacción. “Vamos a abrir el habitáculo para comprobar los micrófonos. Aléjense de la puerta y túmbense en el suelo. Si no lo hacen les dispararemos. Pero si hacen lo que les decimos, uno de ustedes será liberado de forma inmediata.”.
Pero la sorpresa fue mayúscula cuando oyeron una voz que les respondía desde el interior: “Ya no queremos que nos liberen”.
Finalmente decidieron abrir la cámara en la medianoche del día quince. Primero se extrajo el gas del interior y se remplazó por aire fresco. De inmediato, tres voces empezaron a suplicar desde dentro de la cámara que les volviese a aplicar el gas. Cuando los militares entraron, y vieron el panorama, empezaron a gritar más fuerte aun que lo que lo hicieron los presos en su día. Cuatro de ellos estaban todavía vivos aunque su estado era difícil de describir. Las raciones de comida a partir del sexto día estaban intactas. Había trozos de carne de los sujetos obstruyendo el sumidero de la habitación impidiendo que se evacuase la sangre que se acumulaba alrededor. Los cuatro supervivientes tenían grandes porciones de carne arrancada de sus propios cuerpos. Los huesos de sus dedos estaban expuestos, y la manera en la que tenían las heridas indicaba que ellos mismos se habían arrancado la piel con sus propias manos. Se habían abierto el abdomen, quedando a la vista los intestinos, que salían de la cavidad y que estaban sobre el suelo a su lado. Podía verse que estaban digiriendo algo: su propia carne.
Los militares eran soldados de operaciones especiales, pero rehusaron volver a entrar a recoger a los presos. Ellos, mientras tanto, seguían rogando que les volviese a suministrarles el gas.
Finalmente los convencieron, y entraron a sacar a los cuatro supervivientes. Todos ellos ofrecieron resistencia. Uno de ellos, que luchaba contra los médicos y militares, recibió una dosis de morfina diez veces superior a la dosis normal de un adulto y aun así no consiguieron sedarlo. Murió desangrado.
El que se encontraba en peores condiciones de los tres que quedaban fue ingresado en una sala de operaciones. Mientras que le devolvían sus intestinos a la cavidad abdominal comprobaron que era insensible a la anestesia. Fue operado despierto mientras que forcejeaba con tal fuerza que arrancó las correas de cuero que le sujetaban las muñecas.
El siguiente en ser puesto en la mesa de operaciones fue el segundo que se destrozó las cuerdas vocales. Como no podía gritar solo movía violentamente la cabeza para protestar por la retirada del gas. Le restituyeron los intestinos y le cubrieron la cavidad abdominal con lo que le quedaba de piel. A este preso ni siquiera intentaron aplicarle anestesia.
Los investigadores se preguntaban por qué deseaban que les volviesen a proporcionar el gas. Uno de los presos les respondió “Tengo que permanecer despierto”.
Así que tomaron a los tres supervivientes y los devolvieron a la sala de experimentación, atados a las camillas mientras que se les realizaba un electroencefalograma. Todos ellos dejaron de luchar cuando volvieron a notar el gas. Las líneas del electroencefalograma volvieron a  ser normales, pero en algunas ocasiones se volvían planas, como si ocurriese una muerte cerebral.
Uno de los investigadores le preguntó al que todavía podía hablar: “¿Qué eres?”
“¿Ya lo has olvidado?; Somos la locura que se esconde dentro de todos ustedes, rogando en todo momento ser liberada, desde lo más profundo de la mente animal. Somos de lo que te escondés cada noche en el interior de tu cama. Somos lo que ocultás en silencio cuando vas  al refugio nocturno donde no podemos pisar “.
El investigador hizo una pausa, y finalmente le disparó.
Slovsky y su compañero no corrieron con la misma ¨suerte¨ que los otros diez, y al cabo de dos semanas más, finalizada la cuarentena y haciéndoles unos rigurosos exámenes de sangre, encefalogramas, tomografías y cuanto tormento se le puede aplicar a un hombre, los investigadores pudieron darse cuenta de que aquellos dos habían sido por alguna razón, inmunes a la radiactividad.
El compañero de Slovsky fue reclutado en el ejército, para trabajar en las ojivas químicas que novedosamente se estaban poniendo a prueba para misiles intercontinentales. Slovsky fue confinado a una instalación militar en la misma ciudad de Povarovo, por intermedio de una carta del estado mayor se le notificó que tanto sus dos hijos como su esposa habían muerto producto de la radiación; Esto nunca fue corroborado, pero el hecho es que Slovsky nunca pudo comprobar si la carta decía la verdad. Tuvo colapsos nerviosos, convulsiones, debió ser internado durante dos semanas y sedado. Allí fue donde se convirtió en adicto a los barbitúricos, los únicos que calmaban sus ataques de ansiedad y sus poderosas ganas de suicidarse.
La instalación de Povarovo a la cual fue destinado Slovsky se denominaba ¨Estación de numeros¨[2]

Este tipo de emisoras estaban estratégicamente organizadas y ubicadas en zonas neurálgicas de Rusia y habían sido puestas en marcha luego de la Guerra Fría. El trabajo en que consistía la labor de aquellos que manejaban estas estaciones, bajo la supervisión de la Comisión de Telecomunicaciones de la Unión Soviética era la de transmitir mensajes cifrados a distintos agentes de la antigua KGB distribuidos a lo largo y ancho del planeta, aunque es necesario saber que la mayoría de ellos se concentraba en Europa Central y los Países Bajos.
El sistema de encriptamiento había sido ideado por un Lógico-Matemático mediante la llamada ¨libreta de un solo uso¨. El transmisor que se encontraba en la emisora, emitía un mensaje cifrado dos veces al día, uno por la mañana y otro por la noche, en una frecuencia que variaba de manera intermitente, y era captada por un receptor de onda corta, ya que la potencia que utilizaban en los transmisores era del rango de los cincuenta kilowatts.
Cada uno de los agentes recibía a una hora determinada del día una serie de números, éstos mediante una libreta de decodificación mediante un sistema hexadecimal, se transformaban en signos lingüísticos, palabras, frases y hasta cortas oraciones que contenían las instrucciones para que esos mismos agentes ejecuten acciones en ciertos casos de espionaje, de reconocimiento o en el peor de ellos, asesinato o secuestro y tortura de personajes del escenario político mundial. Por aquel entonces, Rusia estaba completamente paranoica, y este tipo de estaciones sumadas a la famosa antena que emitía un pulso que se conoció como ¨El pájaro carpintero ruso¨, fueron sólo algunos de los experimentos que los rusos llevaron a cabo para la autodefensa de ataques inesperados con ojivas nucleares, que ellos también tenían, y que nunca habían desmantelado como se había mostrado al mundo entero.
Cuando por fin Slovsky pudo comprender la lógica del sistema, montó en forma clandestina en su departamento de Kiev un transmisor de baja potencia con la ayuda de una maquina de escribir, para poder memorizar y determinar con verdadera certeza los algoritmos que formaban parte de aquella maquinaria de encriptación. Claro que lo logró, el hecho de ser un científico ayudó en la tarea. Cuando luego de dos años de trabajar en aquella empresa y de transmitir códigos cifrados en los subsuelos de Povarovo pudo lograr que lo extraditen a Praga, bajo un recurso de indulto presentado por el en aquel entonces presidente Gorvachov, de allí viajó a Francia donde residió un año para luego trasladarse a América y por último volver a Europa.
Fue allí a donde conoció a Eugenio Fernández, un matemático español con el que se relacionó inmediatamente en la Universidad de Málaga. Aquel individuo hoy conocido como Boyle dentro del mercado de los barbitúricos, fue el que aprendió de Slovsky aquel sistema de encriptación de mensajes. Ambos en muchas ocasiones lo pusieron en práctica, los motivos que los impulsaron a hacerlo, fueron muchos, entre ellos el tráfico de información clasificada de archivos sobre la investigación de un tratamiento sobre células cancerigenas mamarias.
Boyle ahora utilizaría ese mismo sistema de encriptamiento para comunicarse con los demás distribuidores de la cadena de farmacéuticos y psiquiatras; la empresa de entrenarlos no seria fácil, pero a esta altura la Web profunda y los sistemas satelitales de telefonía celular ya no era una opción valida. Boyle quería y estaba dispuesto a tomar el lugar de Merrell, sabía que era un riesgo grande, también sabía que a partir de ahora aquella mujer que probablemente haya tenido alguna relación con la muerte de su amigo, debería tratar directamente con él, de otra forma la cadena de distribución se cortaría, él saldría perdiendo mucho más de lo que podría ganar, pero esta mujer; Amanda era tan ambiciosa que haría un trato con Boyle, y si por alguna razón se rehusase a hacerlo, entonces tendría a partir de ahora un plan que montar para eliminarla de escena. El laboratorio y el químico no presentarían problema alguno, muerta Amanda el sistema entraría en un colapso total, y si todo saliese como Boyle pensaba, las cosas serían mucho más fáciles a partir de ahora.



[1] “Investigadores Rusos a finales de los 40 mantuvieron a 5 personas despiertas por 15 días utilizando un estimulante basado en gas. Los tuvieron encerrados en un ambiente sellado para monitorear cuidadosamente el uso de oxígeno, de manera que el gas no los matase, debido a las altas concentraciones de gas. Esto fue antes de que existiera el circuito cerrado, por lo que tuvieron que usar micrófonos y ventanas con grosor de 5 pulgadas para observar a los sujetos... El cuarto estaba lleno de libros, cobijas para dormir -pero ninguna cama-, agua corriente, baño y la suficiente cantidad de comida para que los 5 sobrevivieran por un mes.

[2] Las emisoras de números, también denominadas estaciones numéricas, son emisoras de radio de onda corta de origen incierto. En general transmiten voces leyendo secuencias de números, palabras, o letras (a veces utilizando un alfabeto fonético).
Las voces que se oyen en estas emisoras son muchas veces generadas mecánicamente, vienen en una gran variedad de idiomas, y normalmente son femeninas; aunque a veces se usan voces masculinas o infantiles.

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