En soledad. (Martín Ramos)


El delgado acero descendió sin piedad hasta traspasarle el pecho. Entonces suspiró profundamente.
Cuando aún era pequeño, jugaba a hacer cosas imposibles, las que nadie se atrevería a desafiar sin sentir un sudor frio en la frente. Ahora las recordaba, mitigando espacios en blanco que lo empujaban al abismo.
Con fuerza empujó la daga. Sin resentimientos.
La sangre brotó de pronto y ennegreció el piso de la habitación, la misma que eligió para suicidarse lentamente. Cuando ella llegó, la escena perturbó gravemente su vista.
No la había esperado para llevar adelante algo que habían acordado mutuamente; a aquella enfermedad la deberían enfrentar juntos hasta el fín.

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