POR MÍ SE VA HASTA LA CIUDAD DOLIENTE , POR
MÍ SE VA AL ETERNO SUFRIMIENTO, POR MÍ SE VA A LA GENTE CONDENADA.
HÍZOME LA DIVINA POTESTAD , EL
SABER SUMO Y EL AMOR PRIMERO.
ANTES
DE MÍ NO FUE COSA CREADA SINO LO ETERNO Y DURO ETERNAMENTE.
DEJAD, LOS QUE AQUÍ ENTRÁIS, TODA ESPERANZA.
Estas
palabras de color oscuro vi escritas en lo alto de una puerta; y yo: «Maestro,
es grave su sentido. » Y, cual persona
cauta, él me repuso: «Debes aquí dejar todo recelo; debes dar muerte aquí a tu
cobardía.
Hemos
llegado al sitio que te he dicho en que verás las gentes doloridas, que
perdieron el bien del intelecto. » Luego
tomó mi mano con la suya con gesto alegre, que me confortó, y en las cosas
secretas me introdujo.
Allí
suspiros, llantos y altos ayes resonaban al aiire sin estrellas, y yo me eché a
llorar al escucharlo.
Diversas
lenguas, hórridas blasfemias, palabras de dolor, acentos de ira, roncos gritos
al son de manotazos, un tumulto formaban,
el cual gira siempre en el aiire eternamente oscuro, como arena al soplar el
torbellino.
Con el
terror ciñendo mi cabeza dije: «Maestro, qué es lo que yo escucho, y quién son
éstos que el dolor abate?» Y él me
repuso: «Esta mísera suerte tienen las tristes almas de esas gentes que
vivieron sin gloria y sin infamia.
Están
mezcladas con el coro infame de ángeles que no se rebelaron, no por lealtad a
Dios, sino a ellos mismos.
Los
echa el cielo, porque menos bello no sea, y el infierno los rechaza, pues
podrían dar gloria a los caídos. » Y yo: «Maestro, ¿qué les pesa tanto y
provoca lamentos tan amargos?» Respondió: «Brevemente he de decirlo.
No
tienen éstos de muerte esperanza, y su vida obcecada es tan rastrera, que
envidiosos están de cualquier suerte.
Ya no
tiene memoria el mundo de ellos, compasión y justicia les desdeña; de ellos no
hablemos, sino mira y pasa. » Y entonces
pude ver un estandarte, que corría girando tan ligero, que parecía indigno de
reposo.
Y venía
detrás tan larga fila de gente, que creído nunca hubiera que hubiese a tantos
la muerte deshecho.
Y tras
haber reconocido a alguno, vi y conocí la sombra del que hizo por cobardía
aquella gran renuncia.
Al
punto comprendí, y estuve cierto, que ésta era la secta de los reos a Dios y a
sus contrarios displacientes.
Los
desgraciados, que nunca vivieron, iban desnudos y azuzados siempre de moscones
y avispas que allí había.
Éstos
de sangre el rostro les bañaban, que, mezclada con llanto, repugnantes gusanos
a sus pies la recogían.
Y luego
que a mirar me puse a otros, vi gentes en la orilla de un gran río y yo dije:
«Maestro, te suplico que me digas quién
son, y qué designio les hace tan ansiosos de cruzar como discierno entre la luz
escasa. » Y él repuso: «La cosa he de contarte
cuando hayamos parado nuestros pasos en la triste ribera de Aqueronte. » Con
los ojos ya bajos de vergüenza, temiendo molestarle con preguntas dejé de
hablar hasta llegar al río.
Y he
aquí que viene en bote hacia nosotros un viejo cano de cabello antiguo, gritando: «¡Ay de vosotras, almas pravas! No esperéis nunca contemplar el cielo; vengo a
llevaros hasta la otra orilla, a la eterna tiniebla, al hielo, al fuego.
Y tú que aquí te encuentras,
alma viva, aparta de éstos otros ya difuntos. » Pero viendo que yo no me
marchaba, dijo: «Por otra via y otros
puertos a la playa has de ir, no por aquí; más leve leño tendrá que llevarte».
Y el
guía a él: «Caronte, no te irrites: así se quiere allí donde se puede lo que se
quiere, y más no me preguntes. » Las
peludas mejillas del barquero del lívido pantano, cuyos ojos rodeaban las
llamas, se calmaron.
Mas las
almas desnudas y contritas, cambiaron el color y rechinaban, cuando escucharon
las palabras crudas.
Blasfemaban
de Dios y de sus padres, del hombre, el sitio, el tiempo y la simiente que los
sembrara, y de su nacimiento.
Luego
se recogieron todas juntas, llorando fuerte en la orilla malvada que aguarda a
todos los que a Dios no temen.
Carón,
demonio, con ojos de fuego, llamándolos a todos recogía; da con el remo si
alguno se atrasa.
Como en
otoño se vuelan las hojas unas tras otras, hasta que la rama ve ya en la tierra
todos sus despojos, de este modo de Adán
las malas siembras.
se arrojan de la orilla
de una en una, a la señal, cual pájaro al reclamo.
Así se
fueron por el agua oscura, y aún antes de que hubieran descendido ya un nuevo
grupo se había formado.
«Hijo
mío -cortés dijo el maestro los que en ira de Dios hallan la muerte llegan aquí
de todos los países: y están ansiosos de
cruzar el río, pues la justicia santa les empuja, y así el temor se transforma
en deseo.
Aquí no
cruza nunca un alma justa, por lo cual si Carón de ti se enoja, comprenderás
qué cosa significa. » Y dicho esto, la
región oscura tembló con fuerza tal, que del espanto la frente de sudor aún se
me baña.
La
tierra lagrimosa lanzó un viento que hizo brillar un relámpago rojo y,
venciéndome todos los sentidos, me caí
como el hombre que se duerme.
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