Capítulo 11
-¡Siguiente por
favor!. (El Psiquiatra no tardaba más de diez minutos con cada paciente).
No eran
pacientes en absoluto, por el contrario, eran consumidores. La red se había
extendido hacia la zona oeste casi desde el principio, cuando Slovsky comenzó a
sintetizar, prácticamente Amanda tuvo que hacer cosas terribles para ganarse aquel lugar, el
territorio.
Cada
uno de los farmacéuticos y psiquiatras que formaban parte de la red utilizaba
un seudónimo elegido al azar por ellos, un nombre cualquiera, ya sea referente
a un investigador o a un escritor de teorías farmacológicas o químicas.
Como
todos los lunes, Boyle, uno de ellos
se conectó a la Web
profunda, al sitio denominado ¨Necromicrón¨, dónde se realizaban los pedidos.
Aclárese que Merrell era ávido lector de H.P. Lovecraft[2] y de
allí el nombre del sitio. Dejó Boyle un mail a Merrell en el sitio encriptado
dentro de un archivo Onion. Por lo general, y si no había ningún contratiempo,
el mail debería ser contestado dentro de las dos horas de haber sido recibido.
Amanda no sólo formaba parte del sitio, sino que también lo administraba. Ella
era la única que tenía las contraseñas de todos los usuarios que pertenecían a
la red, esa era la irrefutable condición para mantener un control estricto
sobre el negocio. Por lo tanto si algún mail le llegaba a Merrell, por
supuesto, ella también lo recibía.
Cuando
Amanda abrió el correo, Boyle le comentaba escuetamente su preocupación por el
retraso que últimamente estaban sufriendo las cinco farmacias y luego de ello,
realizo el pedido pertinente para la semana. Amanda no tardó en responder el
correo; Utilizando el nombre de Merrell citó brevemente uno de los cuentos de
Lovecraft que rezaba:
¨-.
No queda hielo... El hombre ha lanzado una mirada y ha salido corriendo. El
calor aumenta por momentos, y los tejidos no pueden resistir. Me imagino que lo
sabe... lo que dije sobre la voluntad, los nervios y la conservación del cuerpo
una vez que han dejado de funcionar los órganos.
Como
teoría era buena, pero no podía mantenerse indefinidamente. No conté con el
deterioro gradual. El doctor Torres lo sabía, pero murió de la impresión. No
fue capaz de soportar lo que hubo de hacer: tuvo que introducirme en un lugar
extraño y oscuro, cuando hizo caso a lo que le pedía en mi carta, y logró
curarme. Los órganos no volvieron a funcionar. Tenía que hacerse a mi manera –
conservación artificial - pues, ¿comprende?,
yo fallecí en aquel entonces,
hace ya dieciocho años¨[3]
Boyle leyó la cita y la buscó en Internet. Luego
por el mismo medio escribió:
-¡Por favor explíquese!. No logro comprender su cita.
Amanda no tardó en responder. –Despreocúpese, tendrá
el DIA jueves la entrega correspondiente.
El otro no respondió el mensaje, éste era el código
interno para indicar que se había recibido correctamente.
Los barbitúricos eran transportados en camionetas
que trasladaban helados, la marca,
ideada por Amanda rezaba al costado de cada camioneta ¨Helados Barbie¨,
una muñeca completaba la publicidad. En honor al grupo cerrado de consumo.
El jueves por la mañana a primera hora, el
cargamento de barbitúricos –cuatrocientas cajas-, había llegado a la farmacia
de Boyle. Todo se realizó como siempre se hacía, los dos empleados que viajaban
en la camioneta estacionaban frente a la farmacia, el conductor nunca descendía
del vehiculo, el otro era el encargado del reparto. Se firmaron los papeles de
entrega y recibo correspondientes y luego de cinco minutos la camioneta se
marchó.
Boyle miró meticulosamente las diez cajas que se habían
descargado, para su sorpresa, en ninguna de ellas encontró la marca característica
de Merrell.
Desde el primer momento de la distribución de los
barbitúricos, Merrell había establecido un código de seguridad para la entrega
de la mercancía. Fuesen una o diez cajas las que se suministren a las farmacias
correspondientes, una de ellas en la parte posterior debía tener un punto en la
esquina inferior izquierda hecha con un marcador indeleble color púrpura; Este
era el signo de que aquella mercadería había sido despachada por él mismo y no
por otra persona, todos los farmacéuticos sabían que si por algún motivo, en algún
momento una de esas cajas, cualquiera de ellas, no poseía la marca característica,
era la señal de alerta para entender que algo le había sucedido. Cuando Boyle
no encontró en ninguna de las cajas aquella marca, de inmediato supo que a
Merrell le había ocurrido algo grave. Nunca en cinco años el sistema había
fallado, y la sumatoria de la cita extraña en el mail que había recibido días
atrás mas la falta de la contraseña explicita en las cajas, fue el signo
necesario y suficiente para convencerse de que Merrell estaba muerto o en serias
dificultades.
Por supuesto que las cajas las tuvo que desempacar
porque necesitaba los barbitúricos, tenia pedidos atrasados de dos días, por lo
tanto a primera hora de la tarde empezó a acomodarlos y cuando la farmacia abrió
a las cinco en punto, seis de las diez cajas habían prácticamente desaparecido
por la gran demanda.
Boyle tenía la intriga atravesada en la garganta
sobre la suerte de Merrell, por lo que no dudó en llamarlo a su teléfono
satelital. Estaba apagado; pero además de farmacéutico, Merrell era matemático
y se había especializado en encriptación de mensajes, él sin que nadie lo
supiese, también tenía su mecanismo de defensa en caso de que algo inesperado
le sucediese, por lo que haciendo uso de un programa que había diseñado para
localizar exclusivamente el teléfono satelital de Merrell, lo buscó a éste,
sabiendo de antemano el lugar donde lo localizaría. Cuando el teléfono de
Merrell no dio señal alguna de estar encendido, ya que no podía ser rastreado
en la pantalla de su laptop, Boyle terminó de confirmar sus sospechas, Merrell
estaba muerto. Por ningún motivo, así como nunca dejó de enviar los signos en
las cajas, de la misma manera, nunca apago por ningún motivo su celular, y en
el caso de que así fuese, igualmente podía ser rastreado por Boyle, como esto
no sucedió, se encendieron todas las alarmas en la cabeza del farmacéutico.
A las diez de la noche decidió emprender un viaje
hasta la casa de Merrell, a trescientos kilómetros de donde él se encontraba.
Merrell nunca en los cinco años que habían trabajado juntos expuso su lugar de
residencia, pero Boyle tenía sus métodos, sabía donde encontrar a Merrell, al
menos, sabía donde vivía, gracias a las últimas comunicaciones que el celular
del distribuidor habían dejado impresas en el mapa de la laptop de Boyle.
Le tomó dos horas y media llegar a la casa, ya
siendo la media noche, el barrio era de
casas bajas, a unos cinco quilómetros de la ciudad, en las afueras. Estacionó
su automóvil en la calle transversal y se dirigió caminando hacia la morada.
Mirando hacia sus costados salto el pequeño muro frontal y por un pasillo sobre
el costado izquierdo se adentro hacia el fondo, para ingresar por la parte
trasera de la vivienda.
Por un instante pensó si habría algún sistema de
alarma silenciosa o algo que delatase su presencia en aquel lugar,
momentáneamente no le importó, porque de ser así pergeñaría una estrategia para
convencer a Merrell de que Amanda le había dado su dirección y que al no
recibir el signo en una de las cajas como era común, decidió llegar hasta aquel
lugar para cerciorarse de que todo este en orden.
La puerta de vidrio de la parte trasera del comedor
estaba entreabierta. Entró silenciosamente, y sigilosamente con la ayuda de una
pequeña linterna comenzó a escudriñar meticulosamente la casa habitación por
habitación. Al cabo de diez minutos no encontró rastro alguno sobre el paradero
de Merrell, toda la casa estaba impecable, y la habitación estaba acomodada
perfectamente, como si el distribuidor no hubiese pasado allí los últimos días.
Boyle se sentó en uno de los sillones del living y comenzó a meditar.
Luego
de unos pocos minutos se levanto instintivamente pensando que tal vez él también
correría peligro allí, en aquella casa. Tal vez estuviese vigilada por las
personas que eliminaron a Merrell. La incógnita, la gran incógnita era cuál había
sido el motivo que hizo desaparecer al distribuidor de aquel escenario, y si
así fuese, desde ahora, quién sería el contacto entre el laboratorio y la
cadena de distribuidores. Cuando llegase a su casa, Boyle intentaría descifrar
aquel episodio, y pondría en marcha un sistema de comunicación que le fue
enseñado por Slovsky y que él había simplificado pero que aun así seguía
manteniendo las características del sistema original.
[2]
H. P. Lovecraft, fue
un escritor estadounidense, autor de novelas y relatos de terror y ciencia
ficción. Se
le considera un gran innovador del cuento de terror, al que aportó una
mitología propia (los mitos de Cthulhu), desarrollada en
colaboración con otros autores y aún vigente. Su obra constituye un clásico del horror cósmico, una corriente que se
aparta de la temática tradicional del terror sobrenatural (satanismo, fantasmas), incorporando elementos de
ciencia ficción (razas alienígenas, viajes en el tiempo, existencia de otras
dimensiones). Lovecraft cultivó asimismo la poesía, el ensayo y la literatura epistolar.
[3] H.P. Lovecraft: ¨Aire frío¨. Obras completas.
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