Camino hacia el abismo




Capítulo 4


Vigilas desde este cuarto
donde la sombra temible es la tuya.

No hay silencio aquí
sino frases que evitas oír.

Signos en los muros
narran la bella lejanía.

(Haz que no muera
sin volver a verte.)

                          A.P.


El químico estaba en el laboratorio sintetizando una nueva partida de barbitúricos. En total tenía tres mil pastillas que debían ser distribuidas esa misma semana. El sistema de embalaje y packaging de la droga estaba a cargo de dos empleados dentro del mismo laboratorio, Amanda tenía una imprenta propia donde imprimía las cajas con el nombre de Toramine, el homónimo comercial para el compuesto sintetizado de una amina del hidróxido del ácido glutámico.
Boyle tenía la fórmula del barbitúrico gracias a que Merrell antes de morir se la pasó, es decir, le dijo dónde  guardaba celosamente la fórmula; ese lugar era una caja de seguridad en el banco de Argmstrom, allí la caja con la denominación numérica (629) tenía en su interior el cuaderno con el proceso completo de sintetización. No obstante ello Boyle conocía a un químico poco ortodoxo, una persona oscura, con un pasado que ocultar en una empresa de drogas lícitas. Este químico había sido uno de los científicos que habían participado en la investigación y el posterior tratamiento de un novedoso medicamento contra el cáncer que  resultó ser un fracaso total, y que algunos de sus compañeros de investigación acabaron con sus vidas con una bala en el cráneo debido a la catástrofe que se desató en aquel proceso de seguimiento de la droga en pacientes vivos casi terminales, ya sea por decisión propia o por decisión externa autoinducida. Los familiares de las víctimas iniciaron un juicio al laboratorio, y como en el juego en el negocio de los medicamentos (la casa siempre gana). El medicamento en cuestión que había desarrollado el químico de Boyle se denominó comercialmente como Methrotrexate[1], comercializado farmacológicamente bajo el nombre de Metrotrexato.
El químico en cuestión tenía la edad de setenta y cinco años y estuvo a punto de ser nominado al Premio Nóbel por dicha investigación, luego del desastre que se produjo cuando se le administró la droga a pacientes enfermos de cáncer Terminal que murieron a las pocas semanas, el que había sido una de las mentes brillantes, debió huir a Francia para no ser investigado y encarcelado, y allí fue donde por poco un tiro descerrajado en la cien le vuela la tapa de los sesos.
Luego del llamado que Boyle realizó a Amanda con posterioridad a la desaparición del cadáver de Eugenia, ésta le dio las coordenadas del laboratorio mediante el sistema satelital del teléfono. Deberían reunirse en la puerta a las nueve de la noche. Amanda había llamado al químico para que estuviese presente en la reunión y le explique algunos pormenores de la sintetización del barbitúrico a Boyle que conocía de química, ya que era físico y farmacéutico, por lo tanto entendería sin inconvenientes las explicaciones sobre el proceso.
A la hora prefijada los dos autos se encontraron en la puerta del negocio de repuestos, alejado a unos quince kilómetros de la ciudad a un costado de la carretera que unía los pueblos contiguos. Amanda al igual que Boyle llegaron solos, al encontrarse se dieron la mano como gesto cordial del encuentro y una leve sonrisa se deslizó de la boca de Amanda, Boyle movió casi imperceptiblemente la cabeza como aprobando aquel gesto de la dueña –hasta el momento- del negocio.
-¡La puntualidad es una de las cualidades de los orientales, diría yo que es parte de su cultura!. El ser puntual dice mucho de alguien, no lo conozco personalmente hasta ahora, pero usted parece ser alguien estructurado como lo fue Slovsky en su momento, tal vez fueron cortados por la misma tijera, quién sabe.
-¡Gracias por el cumplido!, trato de llevar  adelante mi negocio de la mejor manera posible, y puede quedarse tranquila, si a partir de ahora usted acepta mi oferta, ambos veremos crecer como nunca este imperio que usted y Víctor comenzaron.
-¿Tengo otra opción?.
-Siempre hay opciones, claro que la tiene, por ejemplo decir que no.
-(Carcajada sarcástica), ¿y recibir un balazo en la nuca en este preciso momento?.
-Jamás dije que la mataría y me temo que poco me conoce como para pensar que puedo llevar a cabo un acto tan cobarde como el que usted piensa señora. Me interesa que sea mi aliada no que esté muerta.
-Muy bien, entonces entremos hablemos con el químico y hagamos negocios.
Amanda abrió la puerta del costado del depósito –la misma por donde había escapado el idiota de visera- y entraron para dirigirse al subsuelo donde se encontraba el laboratorio.
El químico cuando del otro lado de la puerta vio la cara de Amanda, presionó el botón para que la puerta se abriese desde el interior, Amanda lo saludó como de costumbre, detrás de ella Boyle se paró frente a él, lo miró de  pies a  cabeza y cuando el químico le extendió la mano no lo saludó, por el contrario ignoró el gesto y siguió adelante.
Bajaron los tres las escaleras, el laboratorio estaba aséptico, era tal la obsesión del químico por la limpieza que los tanques de sublimación de los químicos no tenían ni siquiera una capa superficial de polvo, relucían con los tubos de luz artificial.
-Muy bien, aquí estamos, este es mi químico, y en breves palabras le describirá el proceso de sintetización (dijo Amanda a Boyle).
-Muy bien (comenzó diciendo el químico), el producto que producimos en este laboratorio tiene un grado de pureza del…
En el momento en que el infeliz estaba explicándole a Boyle esto y Amanda se hallaba de espaldas a éste a un  costado del químico, siguiéndolo, una explosión retumbó en aquel recinto y pareció que el lugar había entrado en  un caos total, Amanda aturdida por el fuerte estampido se tiró de manera instintiva al piso, el químico también cayó a su lado, -Estás bien, ¿¡estás bien!? (le preguntó Amanda).
No hubo respuesta, de pronto la cabeza de aquel hombre se vio inundada en un charco de sangre, cuando Amanda giró, Boyle estaba de pie con su glock en la mano derecha, había matado al químico de un balazo en la nuca.
-¿Qué ha hecho idiota?. (Exasperada).
-Por lo que yo veo he matado al químico.
-¡Estúpido él era el que sintetizaba el barbitúrico!, ahora estamos perdidos, arruinó lo que tanto me costó conseguir; Maldito ahora me matará de la misma forma que mató a mi persona de confianza, ¡como a un perro!.
-Señora, usted cree que el químico era la única persona que podía conocer la formula de sintetización del barbitúrico, acaso ¿usted no la conoce?.
-No la conozco ¡Imbécil!.
Boyle se agachó y puso el cañón del arma en la frente de la mujer. –Miéntame una vez más y usted también verá como se apaga la luz en un instante. –¡Dios. Maldito Boyle, sabía que no tendría que confiar en usted, pero la debilidad es algo que en ciertas ocasiones me toma desprevenida, esta fue una de ellas, no volverá a pasar!. Se lo juro.  –Por favor, ¡miéntame una vez más!. –La formula está guardada en una caja de seguridad en el banco de la ciudad de Argmstrom a cincuenta kilómetros de aquí, Merrell no era estúpido, y la única persona que conoce la caja soy yo. –Incorrección, yo también conozco la caja donde están los gráficos y las formulas para la sintetización del barbitúrico, como se dará cuenta antes de liquidar a Merrell, esa información me fue confiada por él mismo, claro que no por propia voluntad, sino porque tuve que obligarlo con algunos métodos pocos agradables que no quiero detallar en este momento, pero se imaginará que no fueron de lo más placenteros, y aunque no lo crea, no lo fueron ni para él ni para mi. –¡Hijo de puta!. –No voy a matarla, tengo mi químico que sintetizará el barbitúrico, por lo tanto a partir de ahora usted es mi subordinada, es decir que trabaja para mi, sé de su contacto en Praga porque Slovsky conocía bien aquella ciudad, por lo tanto la necesito para la logística y distribución en aquellos remotos lugares, a partir de ahora este negocio es mío y si tiene alguna objeción, escúpala ahora o calle para siempre.
Sepa en este momento que no me es imprescindible, y sepa también que cualquier día, en cualquier momento puedo meterle a usted y a su hijo una bala en la cabeza como lo he hecho ahora con este idiota, por lo tanto me imagino y supongo con certeza que a partir de este instante su vida será una incertidumbre continua, permanente, por lo tanto espero que cumpla eficientemente con el trabajo que debe desempeñar, porque de otra forma el fin inevitable que usted tiene, si no cumple con su parte sólo logrará adelantarlo indefectiblemente con mayor rapidez.
Amanda asintió con lágrimas en los ojos, boyle le pidió una copia de la llave del depósito y encomendó a la mujer que se hiciese cargo del cuerpo del hombre muerto, mañana el laboratorio estaría funcionando a pleno con un nuevo químico, y a partir de ese momento la oficina de Amanda estaría en el mismo laboratorio, de allí se haría la logística y los contactos serían puestos en marcha desde aquel lugar. En silencio Amanda asintió, pero en su interior el odio comenzó a ganar un espacio que nunca antes había tenido lugar, ni siquiera cuando tuvo que matar a Slovsky, su propio esposo.



[1] El metotrexato también conocido por las siglas  (MTX), es un fármaco usado en el tratamiento del cáncer y enfermedades autoinmunes. En la década de 1950 se empezó a usar para el tratamiento del cáncer. El metotrexato se ha utilizado durante más de 25 años en el tratamiento de la artritis reumatoide, y en 1988 fue aprobado en Estados Unidos por la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos), para su uso en la artritis reumatoide del adulto. El metotrexato tiene su origen a mediados de los años cuarenta del siglo XX, cuando el doctor Sidney Farber del Hospital Infantil de Boston estudiaba el efecto del ácido fólico en la leucemia aguda infantil.1 Farber pidió al doctor Yellapragada Subbarao, cuyo equipo había conseguido sintentizar por primera vez en 1946 ácido fólico, que creara un anti-folato, una molécula capaz de inhibir una enzima implicada en la síntesis del ácido fólico. El metotrexato fue administrado a un grupo de niños enfermos de leucemia, comprobándose su efecto beneficioso, por lo que se considera que este fármaco marcó el comienzo de la quimioterapia en oncología. Su administración en pacientes vivos, costó la vida de casi todos ellos en centros clandestinos de investigación en la década del ´70.

Camino hacia el abismo



Capítulo 3



Sofía había dejado atrás la idea loca de matar al infeliz del pueblo, aquel que la había mirado depravadamente. Su nueva amiga Eugenia era la que la proveía del nuevo barbitúrico, el Toramine. A hurtadillas de Amanda y de Ernesto ella consumía de cuatro a seis miligramos por día, porque su cuerpo se estaba empezando a acostumbrar a la droga, por lo tanto el consumo diario era mayor y se incrementaba cada vez más con el paso del tiempo.
Eugenia Slovsky tenía una cuenta pendiente con la familia de Amanda. Su tío había muerto en manos de aquella mujer infame y sin conciencia alguna; primero debería encargarse del punto débil de aquella familia que manejaba el negocio de los barbitúricos que se expandía por la zona este de la ciudad y que ahora se extendería a los países bajos, un mercado que demandaba cualquier tipo de drogas de diseño.
Eugenia era sobrina de slovsky por parte de su madre, la hermana de Víctor que luego de la guerra fría se había mudado a América del Sur. Slovsky nunca hablaba de ella, era la única familia que le quedaba viva luego de la catástrofe, y Eugenia por aquel entonces tenía tres años. La teoría de ella era que Amanda en un brote de histeria paranoide tiró por las escaleras a su tío cuando éste en sillas de ruedas estaba a merced de una mujer que nunca lo amó. Una sola vez tuvo contacto con su tío desde que había regresado de la ex Unión Soviética, y fue suficiente para que Víctor Slovsky le contase sobre su cáncer, sobre la enfermedad que lo estaba matando lenta pero irremediablemente.
El propósito de Eugenia era que Sofía, esa estúpida que era parte de la familia de la mujer de su tío, muera por una sobredosis del barbitúrico que había logrado sintetizar su mente brillante. Para ello tuvo que idear una forma sencilla y rápida para terminar con la vida de esta mujer. Boyle fue el contacto necesario para dar con su objetivo.
Una tarde llamó por teléfono a la casa de Amanda y pidió hablar con Sofía, explicó en pocas palabras quien era y Sofía bajó de su habitación a recoger el teléfono para hablar con su amiga. Es sabido que más allá de los barbitúricos, ella sentía una atracción hacia Eugenia y estaba empezando a descubrir que el sentimiento era mutuo, (Eugenia se encargaba muy bien de dar a entender por medio de sutiles gestos y actitudes que había una puerta entreabierta por donde se vislumbraba un pequeño atisbo de luz sexual), por lo tanto la tensión entre ambas estaba latente y superficial en todo momento, cada vez que se encontraban, cada vez que cruzaban una mirada.
-Hola Sofía, necesito verte esta tarde; Es decir, ¡tengo muchas ganas de verte hoy!.
-Esa es una propuesta que no puedo resistir Eugenia y más si me lo pedís de esa forma, con esa voz. Estuve pensándote toda la noche.
-¡Yo también!.
-¿A qué hora nos encontramos y dónde?.
-Quisiera que tomemos algo en el bar Suecia y que después nos vayamos a un lugar donde podamos estar solas.
-Me excita esa idea (casi susurrando en el teléfono).
-Entonces en el bar Suecia a las ocho en punto.
-Allá nos vemos, un beso donde más te guste, y creo saber dónde es. (Sonrió inocentemente).
-Claro que es ahí (contestó Sofía ruborizada).
El destino de Sofía estaba marcado, la hora prefijada, sólo faltaba saber cuál sería el lugar donde Eugenia pergeñaría su asesinato.
A las ocho en punto, Sofía cruzó la puerta del Suecia con un vestido corto, de color violeta oscuro, bastante escotado, olía como un jardín de jazmines, inundó al llegar el lugar por completo. Eugenia la vio llegar y automáticamente levantó la mano para ser vista entre el tumulto de gente, una vez que las miradas se cruzaron, fueron las sonrisas cómplices las que se abrieron paso.
-Hola Sofía, ¡estas preciosa!.
-Vos también Eugenia, estás hermosa. Me alegra verte de nuevo, pensé que no volveríamos a encontrarnos tan pronto, me encanta.
-Mmmmm, que lindo. Sentate y pidamos algo para tomar.
-Un martini para mi, ¿vos?.
-Lo mismo que vos. (Dijo mirándola sensualmente).
El mesero se acercó a la mesa, hicieron el pedido y siguieron conversando, Eugenia había pensado dónde llevarla para poner en marcha el plan siniestro, conocía la orilla del lago en un lugar apartado en el bosque, era el sitio perfecto para inyectar la dosis letal de Toramina.
-¿Te gustaría que hagamos algunas cositas al lado del bosque juntas? (suspirando al final de la frase, dijo Eugenia).
-Si, Dios, me encantás, haría cualquier cosa con vos.
-¡Vamos ya!.
Terminaron el último sorbo de Martíni y salieron caminando hasta el auto entre sonrisas y toqueteos subidos de tono que hicieron darse vuelta a más de uno dentro del bar.
La sobrina de Slovsky tenía la dosis letal de Toramina en una hipodérmica en la cartera, lista para ser usada mientras se revolcaban juntas en la orilla del río, estaba anocheciendo, era verano y todavía sobre los árboles atisbos de luz iluminaban el paisaje por completo, aquel lugar era hermoso y al mismo tiempo el bosque que rodeaba la pequeña ciudad se tornaba tenebroso, aún para quien conocía bien el lugar.
Entre el bar y la el río en la bajada sur      –a donde se dirigían-, habían unos diez kilómetros por la carretera principal. Eugenia no se sentía atraída en lo mas mínimo por Sofía, o al menos eso era lo que su cerebro químicamente le estimulaba en términos piagetianos a su cuerpo, pero tenía en cambio un mandato que cumplir, inyectarle el barbitúrico en estado líquido según lo que le había ordenado Boyle, eso haría que el efecto sea más rápido, la vía intravenosa siempre es mucho más efectiva dado que una vez ingresada al torrente sanguíneo la cantidad de barbitúrico haría que su corazón se detuviese. Y si la jeringa aparecía al lado del cuerpo junto con una pinchadura en un brazo, los ineptos de la policía darían por muerta a la pobre infeliz por sobredosis. Caso cerrado.
Mientras se dirigían al lugar, Sofía que era la que manejaba el automóvil no aguantó la tentación de empezar con el juego sexual. Eugenia llevaba su vestido con falda corta y eso ayudó a que el trabajo sea mucho más fácil; empezó con un toqueteo sutil del muslo izquierdo y luego cuando Eugenia se relajó en el asiento y se reclinó un poco, abrió sus piernas para que Sofía llegase hasta el punto exacto donde quería llegar. Lo hizo, y entre el movimiento frenético de una y los gemidos de la otra, Sofía empezó a perder de vista el camino.
En un instante (una fracción de segundo como le llaman algunos), Sofía se cruzó de carril y chocó de frente con un camión que transportaba leña. La muerte de ambas fue casi instantánea, la que llevó la peor parte fue Sofía que iba del lado del que más daño sufrió el auto, en cambio la mitad de Eugenia no llegó a convertirse en una masa de hierros retorcidos y carne, pero se arrugó lo suficiente como para apretar y fracturar ambas piernas y presionar el pecho contra el torpedo del automóvil. Cuando la ambulancia llegó estaba consciente todavía, y le costaba respirar por la opresión de su pecho; luego el informe de los médicos fue claro y conciso: Muerte por opresión y fractura múltiple de costillas y esternón que perforaron ambos pulmones.
La policía y los bomberos de la zona no tardaron en llegar a la escena dramática del accidente, a Sofía la sacaron en varios pedazos, a Eugenia en cambio la sacaron con la ayuda de pinzas neumáticas que cortan la chapa, la subieron a la ambulancia, la sedaron, le pusieron suero para estabilizarla, pero murió quince minutos antes de llegar al hospital.
El encargado de llevar adelante la investigación fue un tal Ernesto Mayer, un detective de homicidios con una larga trayectoria como policía e investigador. Se recogieron (con la autorización y las órdenes del antedicho), todas las evidencias que se pudieron hallar en el lugar, entre ellas la cartera de Eugenia. Una vez que todo fue retirado y que las pruebas llegaron a la dependencia de la jefatura de policía, el mismo Mayer fue el que llamó a la casa de Amanda para sugerirle que de inmediato se presente en la estación de policía, que había un documento y una dirección con un teléfono con el nombre de Amanda; Mayer preguntó cuál era su relación con Sofía, y ella respondió que era una sobrina lejana, se sorprendió que la llamasen a las once de la noche y que fuese un policía el que realizase aquella llamada del otro lado del tubo, la voz fue contundente, debería presentarse lo antes posible para reconocer un cadáver.
Amanda pensó en lo peor, Ernesto no estaba esa noche en casa, había ido a cenar con un amigo de la secundaria a la casa de éste. Se montó en su auto lo más rápido que pudo y se dirigió a la estación de policía.
Mayer tuvo una hora y media para revisar la evidencia que se había encontrado en la escena del accidente, y no tardó mucho en descubrir la jeringa con un líquido color rosado que inmediatamente mandó  analizar al laboratorio,  ellos mismos harían el análisis de la sustancia, pero al menos tardaría unas cuarenta y ocho horas en conocerse los resultados.
Luego de recibir la llamada, Amanda arribó a la estación de policía. Tardó cuarenta minutos en llegar, se identificó y dijo que un detective llamado Mayer la había telefoneado para que se presentase a reconocer un cadáver que tal vez podría ser el de su sobrina. No estaba nerviosa y no se notaba en su cara algún signo de acongojamiento por el dramático fin que si se corroboraba, había tenido Sofía. Ella también había querido matarla, pero parece que un accidente le había ahorrado el trabajo. Cuando luego de quince minutos de espera en la sala de la estación por fin Mayer la hizo pasar, ella, impasible se arregló su vestido, se abrochó los dos botones de su saco, se colgó la cartera en el brazo izquierdo y sin más preámbulos entró al despacho del detective.
-Buenas noches Señora ¿Amanda?.
-Slovsky, Amanda Slovsky, buenas noches señor, he venido lo antes posible, usted dirá.
-En primer lugar debo decirle que soy el encargado de llevar adelante la investigación por la muerte de dos mujeres jóvenes, una de ellas Eugenia Román, occisa que no llegó al hospital con vida, la otra según los documentos recogidos en el auto pertenecía a Sofía Jackobson, que murió instantáneamente producto del choque frontal en la carretera camino al río. De acuerdo a la declaración del conductor del camión que no pudo evitar el incidente, el auto de golpe y de manera repentina se cruzó de carril y en un instante se incrustó debajo de la parte frontal, la peor parte la llevó su sobrina, lo lamento mucho y  le doy mis más sinceras condolencias.
-Muy bien, y entonces ¿Qué es lo que debo hacer detective, usted dirá?
-Me sorprende que no sienta dolor por la pérdida,  de su sobrina, dígame ¿Sofía vivía con usted?.
-Si, se había mudado el año pasado a mi casa, es una pariente lejana, le dimos con mi hijo un lugar en la casa porque la madre al parecer se hartó de ella y la hechó de su casa.
-Bien. ¿Usted conocía a la mujer que se encontraba con ella en el auto, es decir cuando se accidentaron?.
-¿Por qué habría de conocerla?, Sofía era una chica muy independiente y era muy reservada con sus amistades, nunca trajo ningún amigo o amiga a mi casa, por lo tanto cuando ella salía para encontrarse con alguno de ellos, era algo que tanto mi hijo como yo lo tomábamos con normalidad.
-¿Nunca le comentó sobre Eugenia Román?.
-Jamás.
-Muy bien, necesito por favor que me acompañe para reconocer el cuerpo, tal vez sea un poco difícil pero las cuestiones judiciales en caso de muerte de una persona son muy estrictas en cuanto a los términos burocráticos. ¿Cree que está en condiciones de hacerlo?.
-Si (cortante).
-De acuerdo, acompáñeme.
Ambos se levantaron  de sus asientos y salieron del despacho rumbo al tercer piso, donde el departamento tenía la morgue. Se dirigieron al ascensor, en silencio, por la cabeza del detective Mayer infinidad de pensamientos iban de un lado hacia el otro. Lo que más le revolvía el estómago era saber qué contenía aquella jeringa que le habían encontrado a la amiga de Sofía, por qué estaba allí. Pero la respuesta debía esperar, al menos la de saber qué tipo de químico era el que contenía esa misteriosa jeringa, el porqué habría de deducirlo luego, primero debía llevar a esta mujer a reconocer aquel cadáver.
El ascensor se detuvo en el tercer piso, con un ademán el detective dejo salir a Amanda primero, luego él mirándola desde atrás y de arriba hacia abajo, pudo darse cuenta (como cualquier ojo entrenado lo hubiese notado), que aquella mujer no era una cualquiera, que por su vestimenta poseía un buen pasar económico. No la conocía, jamás había visto a aquella extraña, pero sabía que detrás de ella se escondía algún secreto que develaría, y si de alguna forma estaba involucrada en el accidente, le costaría muy caro. Lo que no sabia era que la mujer que estaba delante de él era una de las más poderosas del pueblo, la que manejaba un gran negocio de barbitúricos a sus espaldas, sin que él pudiese darse cuenta de ello, y que si por algún motivo llegase a dar un paso en falso, Amanda cobraría su vida como la de cualquier otro imbécil que se cruzase en su camino, como lo había hecho antes con otros tantos.
Llegaron a la puerta de la morgue, cruzaron el umbral, adentro un hombre vestido de blanco los recibió y extendió su mano a ambos, en silencio se dirigió a una de las puertas de la enorme conservadora que alojaba los cadáveres, análogamente y como una ironía el aparato se parecía por su semejanza a una heladera de carnicería, sólo que las puertas contenían seres inertes no carne comestible.
El de blanco abrió la puerta indicada, deslizó la camilla metálica que con su ruido horripilante salió a la luz con un cuerpo tapado con una sábana blanca hasta la altura del pecho, y expuso ante la vista de ambos el cadáver. –Mis condolencias señora, esto es lo que se pudo recuperar del cuerpo, las extremidades inferiores por el impacto quedaron destrozadas por completo. La parte izquierda de la cabeza, estaba completamente deshecha por el grave trauma sufrido por el accidente, sólo se podía reconocer el parietal derecho, la nariz había desaparecido, y parte de la dentadura había sido arrancada con la mandíbula quién sabe por qué parte del automóvil. Aquella escena era funesta y horripilante en sí misma.
Amanda reconoció la cara de Sofía inmediatamente. –Es ella (dijo), es mi sobrina.
El detective hizo una seña al de blanco y éste devolvió el cuerpo dentro de la heladera. Amanda se dio media vuelta y sin que ninguno de los dos dijese palabra alguna se retiró del lugar solitariamente. El detective cruzó una mirada con el otro, que al mismo tiempo se encogió de hombros y también salió detrás de Amanda, algo andaba mal en aquella mujer, y Mayer iba a descubrir qué era lo que ella encubría.
Cuando Ernesto se enteró por boca de su madre de la muerte de Sofía, lo único que pudo hacer es refugiarse dentro de su habitación de las sombras oscuras que rodeaban su mente. Recordaba aquellas tardes donde salían al pueblo a comprar juntos en la camioneta de su padre, recordaba las noches que se revolcaron en su cama ahogándose de placer en actos sexuales propios de dos desquiciados; Recordaba que en algún momento le había dicho que cuando era chica, un hombre del pueblo –un vecino-, había querido violarla y que su padrastro lo molió a golpes. Recordó todo esto en silencio y sollozando la muerte de su prima, la que lo hacía feliz, la que ya no estaría para compartir todas aquellas cosas; se la habían arrebatado, y la culpa como siempre era de su madre, de aquella maldita que por sus negocios turbios, estaba hundiéndolos a ambos y a quien se acercase a ellos.
Amanda en cambio estaba fumando en el living. Había dos cosas que tenía que solucionar, la primera era hablar con Boyle sobre la distribución de barbitúricos, esto se había convertido en un problema porque el sujeto quería la mitad de las ganancias. Lo único que la esperanzaba era el hecho de saber que el negocio se extendería a Europa, un contacto de Slovsky, uno de los que conoció cuando viajaron juntos a Praga, era el puente para la distribución de la droga en aquellas zonas remotas del mundo, pero era un mercado virgen, por  lo tanto sabía que debería ser explotado lo antes posible. Por otra parte debería deshacerse del cuerpo de aquella mujer que se mató con Sofía. Lo que no sabía era que Mayer tenía en su poder una muestra del barbitúrico que ella misma producía, y que en esos momentos estaba siendo analizado por los laboratorios del departamento toxicológico de la policía forense local.
El cuerpo de la mujer debía desaparecer para que no queden evidencias de que su sobrina hubiese tenido alguna vinculación con ella, porque su mente maquinaba la posibilidad de que algo raro hubo en aquel encuentro con la misteriosa mujer y si lograban ligarlo a Sofía, directamente la involucraría a ella, por lo tanto ese cabo suelto debería desaparecer de escena lo más pronto posible.
Telefoneó a Mayer.
-No esperaba su llamado. Seguramente ha pensado en nuestra última conversación.
-Estoy dispuesta a hacer un trato con usted a cambio de un favor, y estoy más que convencida de que es la persona indicada para hacerlo.
-¡Usted dirá! (del otro lado del tubo se sentía que el interlocutor pitaba un cigarro).
-Hoy por la tarde mi sobrina tuvo un accidente y falleció, pero lamentablemente no lo hizo sola, sino que la persona que la acompañó al otro lado era alguien que yo no conocía personalmente pero que me temo que nos traerá problemas a ambos.
En ese preciso instante, Boyle se enteró de que Eugenia había muerto, por un momento palideció y estuvo a punto de soltar el tubo del  teléfono satelital, pero tragó saliva y guardó la compostura.
-¿Y usted cómo sabe que la persona que murió con su sobrina puede ocasionarnos algún contratiempo?.
-Porque tengo la sensación de que usted tuvo algo que ver con ello, si es así necesito, necesitamos –mejor dicho-, que el cadáver de la chica que se encuentra en la morgue desaparezca sin rastros, usted sabrá cómo llevar adelante la empresa; por el contrario si lo que he dicho es una incorrección, discúlpeme pero de todas formas la mujer debe desaparecer.
Boyle no podía creer lo que escuchaba de la boca de aquella mujer, estaba perplejo, pero tenía razón, y lo peor era que él sabía que Eugenia en su poder tenía una jeringa con una dosis letal de Toramina, ese era el gran problema.
-Muy bien. Me haré cargo aunque no tengo nada que ver con la muerte de la chica. Mañana el problema estará solucionado, por la tarde necesito que nos reunamos para ir al laboratorio, es primordial que conozca las instalaciones y al químico. Por otra parte la producción está parada y necesitamos movernos usted y yo lo más rápido posible, es una prioridad.
-¡Es un hecho entonces!. Mañana cuando el pequeño inconveniente esté solucionado llámeme, luego juntos nos encontraremos e iremos al laboratorio; Por otra parte tengo una propuesta interesante que hacerle sobre la expansión del negocio.
-Espere mi llamado mañana.
-Así será.
Ni bien cortó con Amanda, Boyle telefoneó a un viejo amigo retirado de la policía local.  Éste tenía contactos con el departamento y la llegada necesaria a los médicos que manejaban la morgue judicial, sólo tendrían que sacar el cadáver de allí.
-Hay un trabajo que hacer.
-Escucho. (Dijo el otro con voz seca).
A las nueve en punto de la mañana el tipo se presentó en la morgue judicial con dos acompañantes en un ambulancia sin nombre visible, bajaron con una camilla hasta el primer subsuelo y el tipo se presentó al policía encargado de la recepción que lo reconoció de inmediato.
-Venimos  a buscar un cuerpo para el traslado.
-¡El nombre!.
Eran muchos los favores que el otro le debía al tipo, no hizo más preguntas y entregó el cuerpo como si se tratase de alguna especie de mercancía para la venta. A los pocos minutos los tres salieron con la camilla y el cuerpo de Eugenia del edificio, lo cargaron en la ambulancia y se esfumaron sin rastro alguno.
Cuando llegaron a una casa abandonada en medio del bosque propiedad de Boyle, bajaron el cuerpo frío y pálido de Eugenia, era grotesca la situación, el frío de la morgue había hecho su trabajo sobre los tejidos muertos de la mujer, las verdes venas que antes habían irrigado su inspirado corazón por una causa justa, ahora afloraban sobre una piel transparente dejando al descubierto una serie de ramificaciones asquerosas a la luz del sol, que se distribuían a lo largo y ancho de aquella figura cadavérica.
Entraron con la camilla y lo depositaron en una caja lo suficientemente grande de polietileno de color verde oscuro; un poco apretado, en posición fetal entró en el receptáculo sin inconvenientes. El tipo trajo de adentro de la ambulancia dos grandes bidones de cinco litros cada uno de Acido Fluorhídrico[1].
Una vez el cuerpo dentro del envase de polietileno, echaron el químico con máscaras debido a su alta toxicidad. Una vez hecho esto, los tres se retiraron hacia el exterior de la casa y empezaron a fumar, por el lapso de media hora conversaron sobre banalidades, mientras se oía en el interior de la casa un ruido como el gorgoteo de unas burbujas que al parecer estaban haciendo el trabajo.
Luego de cuarenta minutos el tipo le encargó a uno de sus compañeros que a unos veinte metros detrás de la casa empezase a cavar un hoyo de un metro de profundidad, eso sería suficiente. En los sesenta minutos subsiguientes el trabajo estaba hecho, luego los tres entraron con las máscaras a la casa y se dirigieron hacia el recipiente que contenía el cuerpo. Todo se había disuelto en una masa amorfa donde relucían algunos órganos desechos y una mezcla de revoltijos rojos color sangre intenso más algunos cabellos que estaban terminando de desintegrarse, no había restos óseos.
Al unísono los tres tomaron el recipiente y lo llevaron hacia el pozo recién hecho, vertieron aquellos líquidos inertes en el fondo y echaron una capa de cal sobre ellos, luego taparon todo con la tierra que habían extraído para realizar la tumba. El trabajo estaba hecho, no había quedado resto alguno de Eugenia, la promesa de Boyle estaba cumplida.





[1] El ácido fluorhídrico es la solución acuosa de fluoruro de hidrógeno, compuesto químico altamente peligroso formado porhidrógeno y flúor (HF)X. No debe ponerse en contacto con elementos de vidrio ya que puede corroerlo, por esto se manipula bajo fríos extremos utilizando material de plástico.
Se trata de una sustancia irritante, corrosiva y tóxica. En la piel produce quemaduras muy dolorosas de difícil curación. Esto se debe a que el calcio necesario en el proceso de curación precipita con los fluoruros como fluoruro cálcico (CaF2). En caso de haberse producido una quemadura con fluorhídrico se recomienda lavar con abundante agua "Kit de laboratorio", no agua corriente, y tratar como primera medida con un gel de gluconato de calcio (que debe estar disponible en todos los lugares donde haya o se maneje esta sustancia), en su defecto, utilizar una disolución de lactato cálcico o citrato cálcico o en su defecto con leche. En caso de aspiración de vapores, se trata de una emergencia médica. Se trata aplicando oxígeno por máscara (se desaconseja por irritantes otros materiales) si el afectado respira, controlando su nivel de conciencia. Llegado el caso, se debe aplicar resucitación de la persona afectada si fuera necesario. En caso de salpicaduras en los ojos, solamente tratar con solución fisiológica estéril en muy abundante cantidad; al igual que la respiración, se desaconseja por irritante sustancias basadas en compuestos cálcicos. En absolutamente todos los casos, se debe tratar en forma médica avanzada después de prestar los primeros auxilios.

Estragos en mármol

Y lo peor es que jugamos el juego donde los sentidos se pulverizan hasta carcomer los huesos. 
Al final del camino, nos encontramos con la mirada de pardos ojos de almas muertas.


                                                                                                                                               Martín Ramos

El demonio de la perversidad. (E.A. Poe)

  

En la consideración de las facultades e impulsos de los prima mobilia del alma humana los frenólogos han olvidado una tendencia que, aunque evidentemente existe como un sentimiento radical, primitivo, irreductible, los moralistas que los precedieron también habían pasado por alto. Con la perfecta arrogancia de la razón, todos la hemos pasado por alto. Hemos permitido que su existencia escapara a nuestro conocimiento tan sólo por falta de creencia, de fe, sea fe en la Revelación o fe en la Cábala. Nunca se nos ha ocurrido pensar en ella, simplemente por su gratuidad. No creímos que esa tendencia tuviera necesidad de un impulso. No podíamos percibir su necesidad. No podíamos entender, es decir, aunque la noción de este primum mobile se hubiese introducido por sí misma, no podíamos entender de qué modo eta capaz de actuar para mover las cosas humanas, ya temporales, ya eternas. No es posible negar que la frenología, y en gran medida toda la metafísica, han sido elaboradas a priori. El metafísico y el lógico, más que el hombre que piensa o el que observa, se ponen a imaginar designios de Dios, a dictare propósitos.

Habiendo sondeado de esta manera, a gusto, las intenciones de Jehová, construyen sobre estas intenciones sus innumerables sistemas mentales. En materia de frenología, por ejemplo, hemos determinado, primero (por lo demás era bastante natural hacerlo), que, entre los designios de la Divinidad se contaba el de que el hombre comiera. Asignamos, pues, a éste un órgano de la alimentividad para alimentarse, y este órgano es el acicate con el cual la Deidad fuerza al hombre, quieras que no, a comer. En segundo lugar, habiendo decidido que la voluntad de Dios quiere que el hombre propague la especie, descubrimos inmediatamente un órgano de la amatividad. Y lo mismo hicimos con la combatividad, la ídealidad, la casualidad, la constructividad, en una palabra, con todos los órganos que representaran una tendencia, un sentimiento moral o una facultad del puro intelecto. Y en este ordenamiento de los principios de la acción humana, los spurzheimistas, con razón o sin ella, en parte o en su totalidad, no han' hecho sino seguir en principio los pasos de sus predecesores, deduciendo y


estableciendo cada cosa a partir del destino preconcebido del hombre y tomando como fundamento los propósitos de su Creador.
Hubiera sido más prudente, hubiera sido más seguro fundar nuestra clasificación (puesto que debemos hacerla) en lo que el hombre habitual u ocasionalmente hace, y en lo que siempre hace ocasionalmente, en cambio de fundarla en la hipótesis de lo que Dios pretende obligarle a hacer: Si no podemos comprender a Dios en sus obras visibles, ¿cómo lo comprenderíamos en los inconcebibles pensamientos que dan vida a sus obras? Si no podemos entenderlo en sus criaturas objetivas, ¿cómo hemos de comprenderlo en sus tendencias esenciales y en las fases de la creación?
La inducción a posteriori hubiera llevado a la frenología a admitir, como principio innato y primitivo de la acción humana, algo paradójico que podemos llamar perversidad a falta de un término más característico. En el sentido que le doy es, en realidad, un móvil sin motivo, un motivo no motivado. Bajo sus incitaciones actuamos sin objeto comprensible, o, si esto se considera una contradicción en los términos, podemos llegar a modificar la proposición y decir que bajo sus incitaciones actuamos por la razón de que no deberíamos actuar.

En teoría ninguna razón puede ser más irrazonable; pero, de hecho, no hay ninguna más fuerte. Para ciertos espíritus, en ciertas condiciones llega a ser absolutamente irresistible. Tan seguro como que respiro sé que en la seguridad de la equivocación o el error de una acción cualquiera reside con frecuencia la fuerza irresistible, la única que nos impele a su prosecución. Esta invencible tendencia a hacer el mal por el mal mismo no admitirá análisis o resolución en ulteriores elementos. Es un impulso radical, primitivo, elemental. Se dirá, lo sé, que cuando persistimos en nuestros actos porque sabemos que no deberíamos hacerlo, nuestra conducta no es sino una modificación de la que comúnmente provoca la combatividad de la frenología. Pero una mirada mostrará la falacia de esta idea. La combatividad, a la cual se refiere la frenología, tiene por esencia la necesidad de autodefensa. Es nuestra salvaguardia contra todo daño. Su principio concierne a nuestro bienestar, y así el deseo de estar bien es excitado al mismo tiempo que su desarrollo. Se sigue que el deseo de estar bien debe ser


excitado al mismo tiempo por algún principio que será una simple modificación de la combatividad, pero en el caso de esto que llamamos perversidad el deseo de estar bien no sólo no se manifiesta, sino que existe un sentimiento fuertemente antagónico.
Si se apela al propio corazón, se hallará, después de todo, la mejor réplica a la sofistería que acaba de señalarse. Nadie que consulte con sinceridad su alma y la someta a todas las preguntas estará dispuesto a negar que esa tendencia es absolutamente radical. No es más incomprensible que característica. No hay hombre viviente a quien en algún período no lo haya atormentado, por ejemplo, un vehemente deseo de torturar a su interlocutor con circunloquios. El que habla advierte el desagrado que causa; tiene toda la intención de agradar; por lo demás, es breve, preciso y claro; el lenguaje más lacónico y más luminoso lucha por brotar de su boca; sólo con dificultad refrena su curso; teme y lamenta la cólera de aquel a quien se dirige; sin embargo, se le ocurre la idea de que puede engendrar esa cólera con ciertos incisos y ciertos paréntesis. Este solo pensamiento es suficiente. El impulso crece hasta el deseo, el deseo hasta el anhelo, el anhelo hasta un ansia incontrolable y el ansia

(con gran pesar y mortificación del que habla y desafiando todas las consecuencias) es consentida.
Tenemos ante nosotros una tarea que debe ser cumplida velozmente. Sabemos que la demora será ruinosa. La crisis más importante de nuestra vida exige, a grandes voces, energía y acción inmediatas. Ardemos, nos consumimos de ansiedad por comenzar la tarea, y en la anticipación de su magnifico resultado nuestra alma se enardece. Debe, tiene que ser emprendida hoy y, sin embargo, la dejamos para mañana; y por qué? No hay respuesta, salvo que sentimos esa actitud perversa, usando la palabra sin comprensión del principio.
El día siguiente llega, y con él una ansiedad más impaciente por cumplir con nuestro deber, pero con este verdadero aumento de ansiedad llega también un indecible anhelo de postergación realmente espantosa por lo insondable. Este anhelo cobra fuerzas a medida que pasa el tiempo. La última hora para la acción está al alcance de nuestra mano. Nos estremece la violencia del conflicto


interior, de lo definido con lo indefinido, de la sustancia con la sombra. Pero si la contienda ha llegado tan lejos, la sombra es la que vence, luchamos en vano. Suena la hora y doblan a muerto por nuestra felicidad. Al mismo tiempo es el canto del gallo para el fantasma que nos había atemorizado. Vuela, desaparece, somos libres. La antigua energía retorna. Trabajaremos ahora. ¡Ay, es demasiado tarde!
Estamos al borde de un precipicio. Miramos el abismo, sentimos malestar y vértigo. Nuestro primer impulso es retroceder ante el peligro. Inexplicablemente, nos quedamos. En lenta graduación, nuestro malestar y nuestro vértigo se confunden en una nube de sentimientos inefables. Por grados aún más imperceptibles esta nube cobra forma, como el vapor de la botella de donde surgió el genio en Las mil y una noches. Pero en esa nube nuestra al borde del precipicio, adquiere consistencia una forma mucho más terrible que cualquier genio o demonio de leyenda, y, sin embargo, es sólo un pensamiento, aunque temible, de esos que hielan hasta la médula de los huesos con la feroz delicia de su horror. Es simplemente la idea de lo que serían nuestras sensaciones durante la veloz caída desde semejante altura. Y esta caída, esta fulminante aniquilación, por la simple razón de que implica la más espantosa y la más abominable entre las más espantosas y abominables imágenes de la muerte y el sufrimiento que jamás se hayan presentado a nuestra imaginación, por esta simple razón la deseamos con más fuerza. Y porque nuestra razón nos aparta violentamente del abismo, por eso nos acercamos a él con más ímpetu. No hay en la naturaleza pasión de una impaciencia tan demoniaca como la del que, estremecido al borde de un precipicio, piensa arrojarse en él. Aceptar por un instante cualquier atisbo de pensamiento significa la perdición inevitable, pues la reflexión no hace sino apremiarnos para que no lo hagamos, y justamente por eso, digo, no podemos hacerlo. Si no hay allí un brazo amigo que nos detenga, o si fallamos en el súbito esfuerzo de echarnos atrás, nos arrojamos, nos destruimos.

Examinemos estas acciones y otras similares: encontraremos que resultan sólo del espíritu de perversidad. Las perpetramos simplemente porque


sentimos que no deberíamos hacerlo. Más acá o más allá de esto no hay principio inteligible; y podríamos en verdad considerar su perversidad como una instigación directa del demonio sí no supiéramos que a veces actúa en fomento del bien.
He hablado tanto que en cierta medida puedo responder a vuestra pregunta, puedo explicaron por qué estoy aquí, puedo mostraron algo que tendrá, por lo menos, una débil apariencia de justificación de estos grillos y esta celda de condenado que ocupo. Si no hubiera sido tan prolijo, o no me hubiérais comprendido, o, como la chusma, me hubiérais considerado loco. Ahora advertiréis fácilmente que soy una de las innumerables víctimas del demonio de la perversidad.
Es imposible que acción alguna haya sido preparada con más perfecta deliberación. Semanas, meses enteros medité en los medios del asesinato.

Rechacé mil planes porque su realización implicaba una chance de ser descubierto. Por fin, leyendo algunas memorias francesas, encontré el relato de una enfermedad casi fatal sobrevenida a madame Pilau por obra de una vela accidentalmente envenenada. La idea impresionó de inmediato mi imaginación.
Sabía que mi víctima tenía la costumbre de leer en la cama. Sabía también que su habitación era pequeña y mal ventilada. Pero no necesito fatigaros con detalles impertinentes. No necesito describir los fáciles artificios mediante los cuales sustituí, en el candelero de, su dormitorio, la vela que allí encontré por otra de mi fabricación. A la mañana siguiente lo hallaron muerto en su lecho, y el veredicto del coroner fue: «Muerto por la voluntad de Dios.»
Heredé su fortuna y todo anduvo bien durante varios años. Ni una sola vez cruzó por mi cerebro la idea de ser descubierto. Yo mismo hice desaparecer los restos de la bujía fatal. No dejé huella de una pista por la cual fuera posible acusarme o siquiera hacerme sospechoso del crimen. Es inconcebible el magnífico sentimiento de satisfacción que nacía en mi pecho cuando reflexionaba en mi absoluta seguridad. Durante un período muy largo me acostumbré a deleitarme en este sentimiento. Me proporcionaba un placer más real que las ventajas simplemente materiales derivadas de mi crimen. Pero le


sucedió, por fin, una época en que el sentimiento agradable llegó, en gradación casi imperceptible, a convertirse en una idea obsesiva, torturante. Torturante por lo obsesiva. Apenas podía librarme de ella por momentos. Es harto común que nos fastidie el oído, o más bien la memoria, el machacón estribillo de una canción vulgar o algunos compases triviales de una ópera. El martirio no sería menor si la canción en sí misma fuera buena e el cría de ópera meritoria. Así es como, al fin, me descubría permanentemente pensando en mi seguridad y repitiendo en voz baja la frase: «Estoy a salvo».
Un día, mientras vagabundeaba por las calles, me sorprendí en el momento de murmurar, casi en voz alta, las palabras acostumbradas. En un acceso de petulancia les di esta nueva forma: «Estoy a salvo, estoy a salvo si no soy lo bastante tonto para confesar abiertamente.»

No bien pronuncié estas palabras, sentí que un frío de hielo penetraba hasta mi corazón. Tenía ya alguna experiencia de estos accesos de perversidad (cuya naturaleza he explicado no sin cierto esfuerzo) y recordaba que en ningún caso había resistido con éxito sus embates. Y ahora, la casual insinuación de que podía ser lo bastante tonto para confesar el asesinato del cual era culpable se enfrentaba conmigo como la verdadera sombra de mi asesinado y me llamaba a la muerte.
Al principio hice un esfuerzo para sacudir esta pesadilla de mi alma. Caminé vigorosamente, más rápido, cada vez más rápido, para terminar corriendo. Sentía un deseo enloquecedor de gritar con todas mis fuerzas. Cada ola sucesiva de mi pensamiento me abrumaba de terror, pues, ay, yo sabía bien, demasiado bien, que pensar, en mi situación, era estar perdido. Aceleré aún más el paso. Salté como un loco por las calles atestadas. Al fin, el populacho se alarmó y me persiguió. Sentí entonces la consumación de mi destino. Si hubiera podido arrancarme la lengua lo habría hecho, pero una voz ruda resonó en mis oídos, una mano más ruda me aferró por el hombro. Me volví, abrí la boca para respirar. Por un momento experimenté todas las angustias del ahogo: estaba ciego, sordo, aturdido; y entonces algún demonio invisible -pensé- me golpeó


con su ancha palma en la espalda. El secreto, largo tiempo prisionero, irrumpió de mi alma.
Dicen que hablé con una articulación clara, pero con marcado énfasis y apasionada prisa, como si temiera una interrupción antes de concluir las breves pero densas frases que me entregaban al verdugo y al infierno.
Después de relatar todo lo necesario para la plena acusación judicial, caí por tierra desmayado.

Pero, ¿para qué diré más? ¡Hoy tengo estas cadenas y estoy aquí! ¡Mañana estaré libre! Pero, ¿dónde?

Camino hacia el abismo



Capítulo 2



El reflejo de las sombras



Esto es un prospecto.
Ernesto vivía en su nueva casa desde hacía más de dos años, solo.  Las sombras de su madre habían sido desechadas por su mente narcisista y egocéntrica. Ya no pertenecía a su vida, era una anécdota que no sería contada porque nadie preguntaba ya por ella.
Su trabajo (ahora) era el de un ingeniero informático que se desempeñaba con eficiencia en una empresa de desarrollo de software para otra empresa multinacional. Su vida, rutinaria, consistía en una meticulosa estructuración de sus quehaceres diarios, que al igual que un programa de computación se servía de ceros y unos para programar las actividades diarias, al parecer el maldito sistema binario estaba presente hasta en su propia vida. Todos los días se despertaba a las seis de la mañana, la cafetera que estaba programada para las seis y media, le servía en una taza dejada por él debajo del pico vertedor la noche anterior, un cortado con poca azúcar, que degustaba luego de tomar su ducha matutina.
La mañana del quince de noviembre no fue una como cualquier otra, por el contrario fue la que lo encontró todavía durmiendo, quince minutos antes de que su despertador metódico sonase de una manera extraña. La forma en que despertó sobresaltado fue horripilante pero al mismo tiempo artística, con un tono grotesco propio del barroco literario. Un pañuelo color negro se posó sobre su boca y tapó también su nariz, mientras una mano le presionaba con mucha fuerza el pecho. Era tal la potencia que lo empujaba contra el colchón de la cama que no pudo levantarse, los cuatro segundos que tardó el Cloroformo en hacer su trabajo fueron suficientes para que pudiese reconocer de quién era aquella siniestra mano que lo estaba sumergiendo en un sueño profundo.
Christian Morris, más conocido como Boyle dentro del antiguo negocio de los barbitúricos había entrado en el departamento de Ernesto sin que éste pudiese impedirlo. Una premisa, una vieja premisa de Víctor Slovsky rezaba que los cabos sueltos no pueden quedar desatados, porque cualquier testigo es un posible incriminador a la hora del juicio oral, y el de Boyle estaba por llegar dentro de quince días.
El farmacéutico tenía los contactos necesarios para conseguir lo que necesitaba, y precisamente lo que necesitaba se encontraba dentro de una caja con un sistema electrónico para su administración; la mente brillante de Boyle recreó el sublime acto que algunos en el estado de Texas le roban al Creador, tratando de imitarlo, en fin; Las drogas eran:  tiopental sódico, bromuro de pancuronio y cloruro de potasio. Ni más ni menos, (no me expandiré en su descripción ahora, al que le interese saber cuáles son las características de cada una de estas drogas que investigue al respecto).
Una vez dormido Ernesto fue llevado por Boyle a un lugar oscuro, en un sótano de alguna casa abandonada quién sabe dónde. Luego de una hora de viaje a las afueras de la ciudad, Boyle bajó del auto al condenado que todavía se encontraba inconsciente y se dirigió hacia el mencionado sótano.
La camilla estaba ya estaba preparada, aséptica, impecable, la habitación reverberaba sombras que parecían hundirse en las paredes de un hormigón gris mortecino; una regleta de tubos en el techo iluminaba el oscuro recinto, ésta se encontraba justo arriba de la camilla. Boyle con mucho cuidado depositó el cuerpo dormido e inerte de Ernesto sobre ella y con las cintas de cuero sujetó firmemente los tobillos, los muslos y el brazo derecho. De la camilla se abría un saliente del largo de un brazo a cuarenta y cinco grados con respecto a ésta y a su misma altura, allí Boyle sujetó por la muñeca y a un palmo del hombro el brazo izquierdo de Ernesto; Arremangó la camisa que le había puesto antes de salir por encima de la articulación del codo, dejando a la vista la parte interior del brazo correspondiente, con las venas mirando la regleta que las iluminaba furiosamente.
Tres golpecitos con la cara externa de los dedos mayor e índice, es decir con los nudillos de éstos sacaron a relucirlas a la superficie, con sumo cuidado Boyle puso la caja que contenía las tres drogas a un costado de la camilla, a un metro y medio de altura por sobre el brazo de Ernesto, por intermedio de una vía intravenosa de unos cuatro centímetros de largo y un espesor considerable conectada directamente a la máquina, Boyle vinculó al hijo de Amanda, era el principio del fin. Luego de ello conectó un sensor sobre su pecho, a la altura del corazón que monitoreaba el ritmo cardíaco, todo estaba listo, todo era perfecto, sólo faltaba que el condenado despierte. El lugar era atemporal, no existía ningún tipo de prisa, Boyle disfrutaba del espectáculo como si se tratase de una obra teatral, mientras fumaba un cigarrillo sentado al lado de Ernesto que todavía seguía inconsciente.
Transcurrió media hora más luego de que Boyle había conectado al pobre infeliz a la máquina, de a poco comenzó a recuperar la conciencia, lentamente, en forma gradual fue primero abriendo los ojos, luego apretando los puños hasta que por fin giró la cabeza para ver a aquel hombre que conocía porque su madre lo había llevado a comer a su casa en varias oportunidades para hablar de negocios.
-Veo que nos encontramos nuevamente (dijo Ernesto nervioso), ¿qué es todo esto, acaso quiere impresionarme?. No tiene que hacerlo, yo ya soy parte del pasado de Amanda, del suyo también y ella ya no es un problema por lo tanto yo tampoco, no veo la necesidad de hacer esto, ¿qué quiere Morris?.
-(Pitando el cigarro). Mmmmm, ¿qué quiero?, a ver, por el momento quiero charlar brevemente, no me caracterizo por ser una persona verborrágica, pero este encuentro amerita al menos una mínima conversación, digamos un par de parlamentos, porque como verá soy amante del teatro y hoy usted está dentro del elenco de actores que interpretará un papel en mi propia obra, así que charlemos un poco para darle forma a la trama.
-¡Va a ejecutarme, y por medio del método de la inyección letal!, que inspiración vanguardista que tiene. Dígame, ¿qué lo motivó a llevarlo a hacer lo que está a punto de llevar a cabo?. ¿Odio, venganza?. No…, ya lo sé, soy su cabo suelto.
-Digamos que un viejo amigo me enseñó que hay que deshacerse de la basura, y usted estimado amigo, es la basura que su madre engendró hace veinticinco años, producto de una aberración.
-¡Ya veo!, las sombras de mi madre me persiguen como en un oscuro callejón la muerte sigue al viejo vagabundo decrepito o a la hermosa chica indefensa. Usted conoció bien a Slovsky, diría yo que tuvieron una relación prácticamente discipular, acaso ¿no aprendió nada sobre su filosofía?. (Muy nervioso).
-Al contrario amigo, he aprendido que cualquier amenaza por nimia que parezca tiene que ser eliminada de escena, porque, ¿qué es esto sino una gran puesta en escena donde todos somos actores circunstanciales?, cada uno tiene su parlamento dentro de cada acto –como ya se lo he dicho-, dentro de cada escena, y mi querido amigo, este es su último acto.
-¡Vamos Morris, no tiene que hacer esto, ya no soy parte de aquella organización macabra!. (Casi implorando).
-Todos los condenados a muerte dicen lo mismo, pero al fin y al cabo la sentencia ha sido firmada y no hay claudicación, la decisión es irreversible. Por lo tanto mi querido amigo la acción que estoy por tomar no tiene vuelta atrás y en este momento la pondré en marcha, ha sido un gusto haberlo conocido, y en nombre de Amanda y de Víctor, le prometo que todo será rápido y no durará más de dos minutos. Hasta siempre, en algún lugar estoy seguro que nos reuniremos, como ya lo han hecho los demás, espero que Caronte me cruce rápido a la otra orilla, no quiero pasar trescientos años como lo describió Dante sobre aquellas almas perdidas, ¡no sería justo!.
-¡Maldito idiota, no lo haga! (dijo Ernesto desesperado).
No hubo más palabras, Boyle puso en funcionamiento la maquina siniestra, la que le administraría la inyección letal, una vez encendida los tres botones que se ubicaban en el panel frontal debajo de cada una de las jeringas que inyectarían por intermedio de la vía intravenosa las distintas drogas en el cuerpo de Ernesto, se habían iluminado.
Aquel, inquieto, se movía frenéticamente en la camilla, como si tratase de soltarse de unas ataduras que lo estaban a punto de llevar directamente al infierno, se revolvía, se retorcía con furia y miedo, Boyle disfrutaba del espectáculo y sabía que este era el último de los cabos por atar.
El primer botón que Boyle oprimió, dejó caer la primera jeringa con el químico, el tiopental sódico estaba entrando en el torrente sanguíneo de Ernesto. Este barbitúrico tiene la característica de deprimir gravemente el SNC, por lo que en los primeros veinte segundos Ernesto estaba prácticamente impedido de poder reaccionar; no podía moverse dado que la droga produce un efecto de sedación desconcertante y la cuasi parálisis de los músculos del cuerpo en forma involuntaria. En diez segundos  no podía moverse, pero estaba consciente, casi sedado podía ver las luces que iluminaban la camilla y en el rostro de Boyle una sonrisa de satisfacción se que se esgrimía satisfecha.
El segundo químico, el bromuro de pancuronio actúa como un relajante muscular, en esta instancia Ernesto dejó de luchar y se entregó por completo involuntariamente, nadie sabe qué sucedía en ese momento en su mente, cuáles eran los pensamientos que surcaban su memoria, estaba quieto, relajado, mirando ahora hacia el cielo cubierto por un techo de hormigón, tal vez recordando los tiempos en que él y Sofía habían sido felices, o por el contrario en su infancia y en su madre, la que no veía y nunca más lo haría, o tal vez si,  con la ayuda de este monstruo aquella utopía sería posible en algún lugar de regiones celestes.

Por último el cloruro de potasio fue el encargado de detener el corazón por paro, el monitor de la máquina que controlaba el ritmo cardíaco, luego de un par de minutos había quedado plano, los ojos abiertos de Ernesto, seguían mirando el cielo artificial de color gris plomo, una lágrima se deslizó por el pómulo derecho, la sonrisa de Boyle fue el corolario para acabar con la vida de alguien que en otro momento había formado parte de la familia, pero que las circunstancias eran lo suficientemente fuertes como para terminar con una vida que  recién estaba comenzando.

Despedida

Cuando pensó que llegaría a destino, faltando pocos metros para cruzar el obscuro camino que la llevaría de nuevo a su casa, una mujer se in...