Capítulo 3
Sofía había
dejado atrás la idea loca de matar al infeliz del pueblo, aquel que la había
mirado depravadamente. Su nueva amiga Eugenia era la que la proveía del nuevo
barbitúrico, el Toramine. A hurtadillas de Amanda y de Ernesto ella consumía de
cuatro a seis miligramos por día, porque su cuerpo se estaba empezando a
acostumbrar a la droga, por lo tanto el consumo diario era mayor y se incrementaba
cada vez más con el paso del tiempo.
Eugenia
Slovsky tenía una cuenta pendiente con la familia de Amanda. Su tío había
muerto en manos de aquella mujer infame y sin conciencia alguna; primero debería
encargarse del punto débil de aquella familia que manejaba el negocio de los
barbitúricos que se expandía por la zona este de la ciudad y que ahora se extendería
a los países bajos, un mercado que demandaba cualquier tipo de drogas de
diseño.
Eugenia
era sobrina de slovsky por parte de su madre, la hermana de Víctor que luego de
la guerra fría se había mudado a América del Sur. Slovsky nunca hablaba de
ella, era la única familia que le quedaba viva luego de la catástrofe, y
Eugenia por aquel entonces tenía tres años. La teoría de ella era que Amanda en
un brote de histeria paranoide tiró por las escaleras a su tío cuando éste en
sillas de ruedas estaba a merced de una mujer que nunca lo amó. Una sola vez
tuvo contacto con su tío desde que había regresado de la ex Unión Soviética, y
fue suficiente para que Víctor Slovsky le contase sobre su cáncer, sobre la
enfermedad que lo estaba matando lenta pero irremediablemente.
El propósito
de Eugenia era que Sofía, esa estúpida que era parte de la familia de la mujer
de su tío, muera por una sobredosis del barbitúrico que había logrado sintetizar
su mente brillante. Para ello tuvo que idear una forma sencilla y rápida para
terminar con la vida de esta mujer. Boyle fue el contacto necesario para dar
con su objetivo.
Una
tarde llamó por teléfono a la casa de Amanda y pidió hablar con Sofía, explicó
en pocas palabras quien era y Sofía bajó de su habitación a recoger el teléfono
para hablar con su amiga. Es sabido que más allá de los barbitúricos, ella sentía
una atracción hacia Eugenia y estaba empezando a descubrir que el sentimiento
era mutuo, (Eugenia se encargaba muy bien de dar a entender por medio de
sutiles gestos y actitudes que había una puerta entreabierta por donde se
vislumbraba un pequeño atisbo de luz sexual), por lo tanto la tensión entre
ambas estaba latente y superficial en todo momento, cada vez que se
encontraban, cada vez que cruzaban una mirada.
-Hola Sofía,
necesito verte esta tarde; Es decir, ¡tengo muchas ganas de verte hoy!.
-Esa es una
propuesta que no puedo resistir Eugenia y más si me lo pedís de esa forma, con
esa voz. Estuve pensándote toda la noche.
-¡Yo también!.
-¿A qué hora nos
encontramos y dónde?.
-Quisiera que
tomemos algo en el bar Suecia y que después nos vayamos a un lugar donde
podamos estar solas.
-Me excita esa idea
(casi susurrando en el teléfono).
-Entonces en el bar
Suecia a las ocho en punto.
-Allá nos vemos, un
beso donde más te guste, y creo saber dónde es. (Sonrió inocentemente).
-Claro que es ahí
(contestó Sofía ruborizada).
El
destino de Sofía estaba marcado, la hora prefijada, sólo faltaba saber cuál
sería el lugar donde Eugenia pergeñaría su asesinato.
A las
ocho en punto, Sofía cruzó la puerta del Suecia con un vestido corto, de color
violeta oscuro, bastante escotado, olía como un jardín de jazmines, inundó al
llegar el lugar por completo. Eugenia la vio llegar y automáticamente levantó
la mano para ser vista entre el tumulto de gente, una vez que las miradas se
cruzaron, fueron las sonrisas cómplices las que se abrieron paso.
-Hola Sofía, ¡estas
preciosa!.
-Vos también
Eugenia, estás hermosa. Me alegra verte de nuevo, pensé que no volveríamos a
encontrarnos tan pronto, me encanta.
-Mmmmm, que lindo.
Sentate y pidamos algo para tomar.
-Un martini para
mi, ¿vos?.
-Lo mismo que vos.
(Dijo mirándola sensualmente).
El mesero
se acercó a la mesa, hicieron el pedido y siguieron conversando, Eugenia había
pensado dónde llevarla para poner en marcha el plan siniestro, conocía la
orilla del lago en un lugar apartado en el bosque, era el sitio perfecto para
inyectar la dosis letal de Toramina.
-¿Te gustaría que
hagamos algunas cositas al lado del bosque juntas? (suspirando al final de la
frase, dijo Eugenia).
-Si, Dios, me
encantás, haría cualquier cosa con vos.
-¡Vamos ya!.
Terminaron
el último sorbo de Martíni y salieron caminando hasta el auto entre sonrisas y
toqueteos subidos de tono que hicieron darse vuelta a más de uno dentro del
bar.
La
sobrina de Slovsky tenía la dosis letal de Toramina en una hipodérmica en la
cartera, lista para ser usada mientras se revolcaban juntas en la orilla del río,
estaba anocheciendo, era verano y todavía sobre los árboles atisbos de luz
iluminaban el paisaje por completo, aquel lugar era hermoso y al mismo tiempo
el bosque que rodeaba la pequeña ciudad se tornaba tenebroso, aún para quien conocía
bien el lugar.
Entre
el bar y la el río en la bajada sur –a donde se dirigían-, habían unos diez
kilómetros por la carretera principal. Eugenia no se sentía atraída en lo mas mínimo
por Sofía, o al menos eso era lo que su cerebro químicamente le estimulaba en términos
piagetianos a su cuerpo, pero tenía en cambio un mandato que cumplir,
inyectarle el barbitúrico en estado líquido según lo que le había ordenado
Boyle, eso haría que el efecto sea más rápido, la vía intravenosa siempre es
mucho más efectiva dado que una vez ingresada al torrente sanguíneo la cantidad
de barbitúrico haría que su corazón se detuviese. Y si la jeringa aparecía al
lado del cuerpo junto con una pinchadura en un brazo, los ineptos de la policía
darían por muerta a la pobre infeliz por sobredosis. Caso cerrado.
Mientras
se dirigían al lugar, Sofía que era la que manejaba el automóvil no aguantó la tentación
de empezar con el juego sexual. Eugenia llevaba su vestido con falda corta y
eso ayudó a que el trabajo sea mucho más fácil; empezó con un toqueteo sutil
del muslo izquierdo y luego cuando Eugenia se relajó en el asiento y se reclinó
un poco, abrió sus piernas para que Sofía llegase hasta el punto exacto donde quería
llegar. Lo hizo, y entre el movimiento frenético de una y los gemidos de la
otra, Sofía empezó a perder de vista el camino.
En un
instante (una fracción de segundo como le llaman algunos), Sofía se cruzó de
carril y chocó de frente con un camión que transportaba leña. La muerte de
ambas fue casi instantánea, la que llevó la peor parte fue Sofía que iba del
lado del que más daño sufrió el auto, en cambio la mitad de Eugenia no llegó a
convertirse en una masa de hierros retorcidos y carne, pero se arrugó lo
suficiente como para apretar y fracturar ambas piernas y presionar el pecho
contra el torpedo del automóvil. Cuando la ambulancia llegó estaba consciente
todavía, y le costaba respirar por la opresión de su pecho; luego el informe de
los médicos fue claro y conciso: Muerte
por opresión y fractura múltiple de costillas y esternón que perforaron ambos
pulmones.
La policía
y los bomberos de la zona no tardaron en llegar a la escena dramática del
accidente, a Sofía la sacaron en varios pedazos, a Eugenia en cambio la sacaron
con la ayuda de pinzas neumáticas que cortan la chapa, la subieron a la
ambulancia, la sedaron, le pusieron suero para estabilizarla, pero murió quince
minutos antes de llegar al hospital.
El
encargado de llevar adelante la investigación fue un tal Ernesto Mayer, un
detective de homicidios con una larga trayectoria como policía e investigador.
Se recogieron (con la autorización y las órdenes del antedicho), todas las
evidencias que se pudieron hallar en el lugar, entre ellas la cartera de
Eugenia. Una vez que todo fue retirado y que las pruebas llegaron a la
dependencia de la jefatura de policía, el mismo Mayer fue el que llamó a la
casa de Amanda para sugerirle que de inmediato se presente en la estación de policía,
que había un documento y una dirección con un teléfono con el nombre de Amanda;
Mayer preguntó cuál era su relación con Sofía, y ella respondió que era una
sobrina lejana, se sorprendió que la llamasen a las once de la noche y que
fuese un policía el que realizase aquella llamada del otro lado del tubo, la
voz fue contundente, debería presentarse lo antes posible para reconocer un
cadáver.
Amanda
pensó en lo peor, Ernesto no estaba esa noche en casa, había ido a cenar con un
amigo de la secundaria a la casa de éste. Se montó en su auto lo más rápido que
pudo y se dirigió a la estación de policía.
Mayer
tuvo una hora y media para revisar la evidencia que se había encontrado en la
escena del accidente, y no tardó mucho en descubrir la jeringa con un líquido
color rosado que inmediatamente mandó
analizar al laboratorio, ellos
mismos harían el análisis de la sustancia, pero al menos tardaría unas cuarenta
y ocho horas en conocerse los resultados.
Luego
de recibir la llamada, Amanda arribó a la estación de policía. Tardó cuarenta
minutos en llegar, se identificó y dijo que un detective llamado Mayer la había
telefoneado para que se presentase a reconocer un cadáver que tal vez podría
ser el de su sobrina. No estaba nerviosa y no se notaba en su cara algún signo
de acongojamiento por el dramático fin que si se corroboraba, había tenido Sofía.
Ella también había querido matarla, pero parece que un accidente le había
ahorrado el trabajo. Cuando luego de quince minutos de espera en la sala de la estación
por fin Mayer la hizo pasar, ella, impasible se arregló su vestido, se abrochó
los dos botones de su saco, se colgó la cartera en el brazo izquierdo y sin más
preámbulos entró al despacho del detective.
-Buenas noches
Señora ¿Amanda?.
-Slovsky, Amanda
Slovsky, buenas noches señor, he venido lo antes posible, usted dirá.
-En primer lugar
debo decirle que soy el encargado de llevar adelante la investigación por la
muerte de dos mujeres jóvenes, una de ellas Eugenia Román, occisa que no llegó
al hospital con vida, la otra según los documentos recogidos en el auto pertenecía
a Sofía Jackobson, que murió instantáneamente producto del choque frontal en la
carretera camino al río. De acuerdo a la declaración del conductor del camión
que no pudo evitar el incidente, el auto de golpe y de manera repentina se
cruzó de carril y en un instante se incrustó debajo de la parte frontal, la
peor parte la llevó su sobrina, lo lamento mucho y le doy mis más sinceras condolencias.
-Muy bien, y
entonces ¿Qué es lo que debo hacer detective, usted dirá?
-Me sorprende que
no sienta dolor por la pérdida, de su
sobrina, dígame ¿Sofía vivía con usted?.
-Si, se había
mudado el año pasado a mi casa, es una pariente lejana, le dimos con mi hijo un
lugar en la casa porque la madre al parecer se hartó de ella y la hechó de su
casa.
-Bien. ¿Usted conocía
a la mujer que se encontraba con ella en el auto, es decir cuando se
accidentaron?.
-¿Por qué habría de
conocerla?, Sofía era una chica muy independiente y era muy reservada con sus
amistades, nunca trajo ningún amigo o amiga a mi casa, por lo tanto cuando ella
salía para encontrarse con alguno de ellos, era algo que tanto mi hijo como yo
lo tomábamos con normalidad.
-¿Nunca le comentó
sobre Eugenia Román?.
-Jamás.
-Muy bien, necesito
por favor que me acompañe para reconocer el cuerpo, tal vez sea un poco difícil
pero las cuestiones judiciales en caso de muerte de una persona son muy
estrictas en cuanto a los términos burocráticos. ¿Cree que está en condiciones
de hacerlo?.
-Si (cortante).
-De acuerdo, acompáñeme.
Ambos
se levantaron de sus asientos y salieron
del despacho rumbo al tercer piso, donde el departamento tenía la morgue. Se
dirigieron al ascensor, en silencio, por la cabeza del detective Mayer
infinidad de pensamientos iban de un lado hacia el otro. Lo que más le revolvía
el estómago era saber qué contenía aquella jeringa que le habían encontrado a
la amiga de Sofía, por qué estaba allí. Pero la respuesta debía esperar, al
menos la de saber qué tipo de químico era el que contenía esa misteriosa
jeringa, el porqué habría de deducirlo luego, primero debía llevar a esta mujer
a reconocer aquel cadáver.
El
ascensor se detuvo en el tercer piso, con un ademán el detective dejo salir a
Amanda primero, luego él mirándola desde atrás y de arriba hacia abajo, pudo
darse cuenta (como cualquier ojo entrenado lo hubiese notado), que aquella
mujer no era una cualquiera, que por su vestimenta poseía un buen pasar económico.
No la conocía, jamás había visto a aquella extraña, pero sabía que detrás de
ella se escondía algún secreto que develaría, y si de alguna forma estaba
involucrada en el accidente, le costaría muy caro. Lo que no sabia era que la
mujer que estaba delante de él era una de las más poderosas del pueblo, la que
manejaba un gran negocio de barbitúricos a sus espaldas, sin que él pudiese
darse cuenta de ello, y que si por algún motivo llegase a dar un paso en falso,
Amanda cobraría su vida como la de cualquier otro imbécil que se cruzase en su
camino, como lo había hecho antes con otros tantos.
Llegaron
a la puerta de la morgue, cruzaron el umbral, adentro un hombre vestido de blanco
los recibió y extendió su mano a ambos, en silencio se dirigió a una de las
puertas de la enorme conservadora que alojaba los cadáveres, análogamente y
como una ironía el aparato se parecía por su semejanza a una heladera de carnicería,
sólo que las puertas contenían seres inertes no carne comestible.
El de
blanco abrió la puerta indicada, deslizó la camilla metálica que con su ruido
horripilante salió a la luz con un cuerpo tapado con una sábana blanca hasta la
altura del pecho, y expuso ante la vista de ambos el cadáver. –Mis condolencias
señora, esto es lo que se pudo recuperar del cuerpo, las extremidades
inferiores por el impacto quedaron destrozadas por completo. La parte izquierda
de la cabeza, estaba completamente deshecha por el grave trauma sufrido por el
accidente, sólo se podía reconocer el parietal derecho, la nariz había
desaparecido, y parte de la dentadura había sido arrancada con la mandíbula
quién sabe por qué parte del automóvil. Aquella escena era funesta y
horripilante en sí misma.
Amanda reconoció
la cara de Sofía inmediatamente. –Es ella (dijo), es mi sobrina.
El
detective hizo una seña al de blanco y éste devolvió el cuerpo dentro de la
heladera. Amanda se dio media vuelta y sin que ninguno de los dos dijese
palabra alguna se retiró del lugar solitariamente. El detective cruzó una
mirada con el otro, que al mismo tiempo se encogió de hombros y también salió
detrás de Amanda, algo andaba mal en aquella mujer, y Mayer iba a descubrir qué
era lo que ella encubría.
Cuando
Ernesto se enteró por boca de su madre de la muerte de Sofía, lo único que pudo
hacer es refugiarse dentro de su habitación de las sombras oscuras que rodeaban
su mente. Recordaba aquellas tardes donde salían al pueblo a comprar juntos en
la camioneta de su padre, recordaba las noches que se revolcaron en su cama ahogándose
de placer en actos sexuales propios de dos desquiciados; Recordaba que en algún
momento le había dicho que cuando era chica, un hombre del pueblo –un vecino-, había
querido violarla y que su padrastro lo molió a golpes. Recordó todo esto en
silencio y sollozando la muerte de su prima, la que lo hacía feliz, la que ya
no estaría para compartir todas aquellas cosas; se la habían arrebatado, y la
culpa como siempre era de su madre, de aquella maldita que por sus negocios
turbios, estaba hundiéndolos a ambos y a quien se acercase a ellos.
Amanda
en cambio estaba fumando en el living. Había dos cosas que tenía que
solucionar, la primera era hablar con Boyle sobre la distribución de
barbitúricos, esto se había convertido en un problema porque el sujeto quería
la mitad de las ganancias. Lo único que la esperanzaba era el hecho de saber
que el negocio se extendería a Europa, un contacto de Slovsky, uno de los que
conoció cuando viajaron juntos a Praga, era el puente para la distribución de
la droga en aquellas zonas remotas del mundo, pero era un mercado virgen,
por lo tanto sabía que debería ser explotado
lo antes posible. Por otra parte debería deshacerse del cuerpo de aquella mujer
que se mató con Sofía. Lo que no sabía era que Mayer tenía en su poder una
muestra del barbitúrico que ella misma producía, y que en esos momentos estaba
siendo analizado por los laboratorios del departamento toxicológico de la policía
forense local.
El
cuerpo de la mujer debía desaparecer para que no queden evidencias de que su
sobrina hubiese tenido alguna vinculación con ella, porque su mente maquinaba
la posibilidad de que algo raro hubo en aquel encuentro con la misteriosa mujer
y si lograban ligarlo a Sofía, directamente la involucraría a ella, por lo
tanto ese cabo suelto debería desaparecer de escena lo más pronto posible.
Telefoneó
a Mayer.
-No esperaba su
llamado. Seguramente ha pensado en nuestra última conversación.
-Estoy dispuesta a
hacer un trato con usted a cambio de un favor, y estoy más que convencida de
que es la persona indicada para hacerlo.
-¡Usted dirá! (del
otro lado del tubo se sentía que el interlocutor pitaba un cigarro).
-Hoy por la tarde
mi sobrina tuvo un accidente y falleció, pero lamentablemente no lo hizo sola,
sino que la persona que la acompañó al otro lado era alguien que yo no conocía
personalmente pero que me temo que nos traerá problemas a ambos.
En ese
preciso instante, Boyle se enteró de que Eugenia había muerto, por un momento
palideció y estuvo a punto de soltar el tubo del teléfono satelital, pero tragó saliva y guardó
la compostura.
-¿Y usted cómo sabe
que la persona que murió con su sobrina puede ocasionarnos algún contratiempo?.
-Porque tengo la
sensación de que usted tuvo algo que ver con ello, si es así necesito,
necesitamos –mejor dicho-, que el cadáver de la chica que se encuentra en la
morgue desaparezca sin rastros, usted sabrá cómo llevar adelante la empresa;
por el contrario si lo que he dicho es una incorrección, discúlpeme pero de todas
formas la mujer debe desaparecer.
Boyle
no podía creer lo que escuchaba de la boca de aquella mujer, estaba perplejo,
pero tenía razón, y lo peor era que él sabía que Eugenia en su poder tenía una
jeringa con una dosis letal de Toramina, ese
era el gran problema.
-Muy bien. Me haré
cargo aunque no tengo nada que ver con la muerte de la chica. Mañana el
problema estará solucionado, por la tarde necesito que nos reunamos para ir al
laboratorio, es primordial que conozca las instalaciones y al químico. Por otra
parte la producción está parada y necesitamos movernos usted y yo lo más rápido
posible, es una prioridad.
-¡Es un hecho
entonces!. Mañana cuando el pequeño inconveniente esté solucionado llámeme,
luego juntos nos encontraremos e iremos al laboratorio; Por otra parte tengo
una propuesta interesante que hacerle sobre la expansión del negocio.
-Espere mi llamado
mañana.
-Así será.
Ni bien
cortó con Amanda, Boyle telefoneó a un viejo amigo retirado de la policía
local. Éste tenía contactos con el departamento
y la llegada necesaria a los médicos que manejaban la morgue judicial, sólo
tendrían que sacar el cadáver de allí.
-Hay un trabajo que
hacer.
-Escucho. (Dijo el
otro con voz seca).
A las
nueve en punto de la mañana el tipo se presentó en la morgue judicial con dos
acompañantes en un ambulancia sin nombre visible, bajaron con una camilla hasta
el primer subsuelo y el tipo se presentó al policía encargado de la recepción
que lo reconoció de inmediato.
-Venimos a buscar un cuerpo para el traslado.
-¡El nombre!.
Eran
muchos los favores que el otro le debía al tipo, no hizo más preguntas y entregó
el cuerpo como si se tratase de alguna especie de mercancía para la venta. A
los pocos minutos los tres salieron con la camilla y el cuerpo de Eugenia del
edificio, lo cargaron en la ambulancia y se esfumaron sin rastro alguno.
Cuando
llegaron a una casa abandonada en medio del bosque propiedad de Boyle, bajaron
el cuerpo frío y pálido de Eugenia, era grotesca la situación, el frío de la
morgue había hecho su trabajo sobre los tejidos muertos de la mujer, las verdes
venas que antes habían irrigado su inspirado corazón por una causa justa, ahora
afloraban sobre una piel transparente dejando al descubierto una serie de
ramificaciones asquerosas a la luz del sol, que se distribuían a lo largo y
ancho de aquella figura cadavérica.
Entraron
con la camilla y lo depositaron en una caja lo suficientemente grande de
polietileno de color verde oscuro; un poco apretado, en posición fetal entró en
el receptáculo sin inconvenientes. El tipo trajo de adentro de la ambulancia
dos grandes bidones de cinco litros cada uno de Acido Fluorhídrico.
Una vez
el cuerpo dentro del envase de polietileno, echaron el químico con máscaras
debido a su alta toxicidad. Una vez hecho esto, los tres se retiraron hacia el
exterior de la casa y empezaron a fumar, por el lapso de media hora conversaron
sobre banalidades, mientras se oía en el interior de la casa un ruido como el
gorgoteo de unas burbujas que al parecer estaban haciendo el trabajo.
Luego
de cuarenta minutos el tipo le encargó a uno de sus compañeros que a unos
veinte metros detrás de la casa empezase a cavar un hoyo de un metro de
profundidad, eso sería suficiente. En los sesenta minutos subsiguientes el
trabajo estaba hecho, luego los tres entraron con las máscaras a la casa y se
dirigieron hacia el recipiente que contenía el cuerpo. Todo se había disuelto
en una masa amorfa donde relucían algunos órganos desechos y una mezcla de
revoltijos rojos color sangre intenso más algunos cabellos que estaban
terminando de desintegrarse, no había restos óseos.
Al unísono
los tres tomaron el recipiente y lo llevaron hacia el pozo recién hecho,
vertieron aquellos líquidos inertes en el fondo y echaron una capa de cal sobre
ellos, luego taparon todo con la tierra que habían extraído para realizar la
tumba. El trabajo estaba hecho, no había quedado resto alguno de Eugenia, la
promesa de Boyle estaba cumplida.