Hans Gunter estaba sentado detrás del
sillón de su despacho, fumando un puro a la espera de ¨la orden¨. ¡Dime que
ellos no lo saben y entenderé que las cosas son la pura sumatoria de hechos que
se desencadenaron trágicamente, ellos lo saben, lo saben…!
El V regimiento mecanizado en
Austria había colapsado, el Heer no era para este entonces lo que había sido
hacía ya casi un lustro atrás. ¡Cuando todo el peso de la muerte recae en uno,
es imposible despegarse de la propia culpa! Endilgar a su subalterno inmediato aquella
derrota inexorable era poco honorable. Lo sabía, ellos lo sabían, y ahora
sentado, fumando y esperando a que suene el teléfono, acariciando la Walther
que en otro lugar y otro momento fue símbolo de su jerárquico mando al frente
de los suyos, hoy se convertiría en su propio verdugo.
Aquel 12 de marzo todo había sido
diferente, el Anschluss fue categórico y por supuesto no tuvo
resistencia. ¡No tuvieron el valor de enfrentarnos, no pudieron o por el
contrario, fuimos tan aplastantes como toda nuestra maquinaria bélica. Estábamos
tan equivocados que hoy aquello es lejano y doloroso al mismo tiempo! ¿Te dijeron
acaso que los soldados llegarían al extremo de comerse los perros que
acompañaban fielmente a aquellos niños? ¿Te explicaron que el horror que después
se desencadenaría, sería la sombra de la muerte que hoy están esperando? ¡NO!
Gunter miraba el amplio despacho con
una mueca de fastidio, observaba banderas, repasaba los cuadros colgados, exhalaba
el humo del puro que colgaba de los dedos de su mano derecha, mano derecha.
La izquierda, que de poco servía había sido mutilada por una trazadora en Amiens.
Ya no importaba.
Mirando fijamente aquel teléfono, repasó
pocos minutos después, una y otra vez la carta que había escrito de puño y
letra para su mujer e hija.
La
secretaria de Gunter abrió la puerta intempestivamente con un radioteletipo que
había llegado hacía unos minutos. Palabras que parecían inconexas estallaron
ante sus ojos, ¿Cómo una simple hoja de papel puede cambiar el rumbo del
destino? ¡No creo que haya habido un giro drástico en el comando central de Berlín
que no sea, al menos una noticia funesta que se me niega a mis propios ojos! Cuando
su propia secretaria le entregó aquel teletipo, el saludo con la mano derecha
se pareció mas a un ademán que a la propia estructura verticalista, cuasi
siniestra de lo que simbolizaba. No para él, no para ella. Para los demás. Era la
cadena de mando, la propia inercia de la jerarquía.
El mensaje afirmaba que el V
regimiento mecanizado había sido diezmado. Y que al menos cincuenta de sus
hombres habían sido capturados como rehenes de guerra y que serían trasladados
al norte. De una vez, y con un solo movimiento capturó la Walther de su lado
derecho y la posó sobre su escritorio desértico. A sus espaldas una botella de
Whisky y un vaso tallado, de cristal de Polonia, también se posaron sobre el
escritorio. El teléfono seguía tan mudo como sus pensamientos que ahora lo
inundaban, a diferencia del tiempo y del momento, cuando ennegrecido en una
trinchera por el sopor y la explosión de los morteros se retorcía en el
infundado fango, ahora todo estaba perfectamente limpio, aséptico. Esperaba con
ansias el sonido de la campanilla, anhelaba con todas sus fuerzas que el
profundo silencio siguiese inundando por completo aquel despacho, esperaba todo
y a la vez nada. Porque todo era una ejecución en vano, y la nada era el simple
hecho de escapar de la miseria en la que se hallaba, de la que quería con todas
sus fuerzas huir, pero claro, no podía, no debía, no era posible, no era lo
correcto.
Sorbió con desmedida premura de
aquel vaso al menos dos, tres veces. ¡Si hubiesen sabido en realidad lo que yo
he entregado en nombre de Alemania, si tuviesen al menos la valentía de
corromper el presente para apagar un futuro predecido por aquella fatídica decisión
de Normandía, hoy no estaría a merced de un mísero pedazo de plomo! ¡Despotrico
ante todos aquellos que nefastamente sucumbieron ante sus propias debilidades, imbéciles,
burócratas con rango y custodia de la Schutzstaffel!
¡Um einen Krieg zu gewinnen, muss
man Mut haben! 39…40…41…42…43…44. Aun quedaba mucho tiempo. No lo sabía a
ciencia cierta, las certezas estaban fuera de su alcance, era el teléfono el que
estaba allí al alcance de su mano, la Walther también estaba allí. Había sido
su compañera, y lo seguiría siendo durante un largo tiempo más.
Cuando hubo salido del despacho, del
edificio central del comando en Berlín el teléfono sonó, cinco timbrazos. Por antonomasia
con su turbulento presente, o tal vez por mero y complejo protocolo. Retumbó en
cada uno de los rincones de aquel despacho, ahora solitario, corrompió el
mortal silencio. Quien del otro lado llamaba tenía la certeza de hallarlo,
cinco minutos antes tal vez. Colgó el auricular. El ¨mensaje¨, la ¨orden¨ que
quería impartirle a Gunter, no era sino una cadena de palabras que nada tenían que
ver con un pedazo de plomo, ni con la Walther, por el contrario, satisfecho y
regocijado en la vanagloria de su propio poder, que era el de todos, musitó
para sí lo que era para el otro: ¨Genosse, wir haben noch lange Zeit, bis
wir unser Ziel erreichen, Heil.¨ Un papel arrugado con membrete rugoso
sobre el margen izquierdo se dejaba ver en la cesta de los papeles desechados,
se podían leer solo dos palabras, con las que comenzó y terminó la esquela: ¨an
meine liebe Frau und Tochter¨. Ya no la necesitaría, había tiempo, tiempo…
Martín Ramos
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