Una mariposa abrió
sus alas en mi hombro, se posó suavemente y desplegó un arcoíris de colores que
destellaron palabras de amor en mis oídos, que iluminaron mis ojos hasta
llevarlos al límite de su perfecta belleza. Ella como salida de su insuperable armonía
movía suavemente sus alas, y su aleteo -suave movimiento de una perfección que
nunca antes había contemplado-, complacieron mi rostro con cálidas brisas. Y cuando
mirándola expectante una de sus alas rozó mi cuello, cayó a mis pies como
dormida.
La tomé entre mis manos acariciándola
con las yemas de mis dedos que destilaban las impaciencias de mi corazón expectante,
queriendo que despierte de su dulce sueño. Me recosté a su lado, y ella entre
mis manos podía sentir el calor de todo mi cuerpo sobre el suyo, tal vez escaso
de perfección a comparación de su belleza inclaudicable.
Cuando hube despertado, tal vez
minutos u horas después, mis pupilas se dilataron a un tiempo, y sin palabras,
mas con la boca abierta pude contemplar que aquellas alas ahora eran largos
rizos, enredados entre mis dedos, que su pequeño y frágil cuerpo había evolucionado
a perfectas formas que como aterciopeladas piernas se enredaban entre las mías.
Sus párpados aun cerrados parecían esconder ojos pardos, completos en sí de una
mirada dulce y penetrante. Acaricié suavemente su rostro, su boca y sus sedosos
labios que invitaban a ser besados. Repasé lentamente cada una de sus nocturnas
curvas, perdiéndome en aquella infinita belleza y en mis pensamientos agitados,
mi respiración acelerada me gritaba acordes de canciones que nunca antes había escuchado,
pero que pronunciaban aquellas palabras que me empujaban a besarla sin dudarlo,
sin pudor.
Apoyé mis labios contra los
suyos, un solo beso solícito e impaciente mojó su boca como un rocío primaveral.
Parpadeó una, dos veces, y cuando contemplé la frescura de su mirada pude ver
que sus ojos se clavaron en los míos. Aquellos preciosos labios dibujaron una
sonrisa, y mi boca susurró un dulce ¨al fin te hallé¨. Y como si todo lo
que nos rodeaba hubiese desaparecido en ese mismo instante, su brazo rodeó mi
cuello, su mano acarició mi nuca y una electricidad recorrió cada centímetro de
mi atónito cuerpo, que unido al suyo despojado de toda vergüenza, pero cubierto
de las finas hojas de flores azules como el océano mas cálido, se fundió en el
mismo momento que pronunció las palabras mas perfectas, esas que reconfortan
hasta el corazón más quebrantado: ¨era yo la que siempre te hube buscado¨.
Los rayos del sol mojaron
nuestro pecho, los árboles que nos rodeaban, fieles testigos del nacimiento de
aquel amor que se gestaba con cada mirada, con cada caricia entregada entre
ambos, para ambos, con sus verdes hojas como arpas terrenales nos hacían entender
que nos habíamos encontrado para ser inseparables. Que al fin toda búsqueda pasada
había llegado a su preciso fin. Mas cuando nos hubimos erguido ella me llevó a
recorrer praderas plagadas de perpetuas margaritas, que simbolizaban aquella
inocencia, y la misma belleza que ella hacía resplandecer para regalármela en
el mismo vuelo que emprendíamos juntos.
Sin pensarlo, lejos de toda premeditación
configurada en nuestros pensamientos colmados de la pasión de nuestro propio
amor, nos posamos bajo la sombra del techo que nos dio cobijo, y allí besándonos
con la fuerza de la misma pasión irrefrenablemente única le prometí amor
eterno, fui el confidente de mi búsqueda interminable, la que sin entenderlo no
terminó hasta haberla encontrado. Ahora cuando ella me mira, cuando me
acaricia, cuando me besa, y cuando sus piernas rozan mis muslos, o cuando sus
labios susurran a mi oído las palabras que solo un corazón dichoso de que el
suyo se acompase con el mío, recién puedo comprender que en otro tiempo no la había
encontrado no porque no existiese, sino porque no debí haber estado preparado
para hallarla.
¨Volemos juntos. ¨ -Dijo-.
Con sus brazos rodeó mi cuerpo. Ahora me lleva a conocer lugares perfectos,
ahora le pertenezco en cuerpo y alma. Y cada mañana, cada noche, cada madrugada
vuelvo a acariciar sus alas, para que nuevamente, indefinidamente y a mi lado,
me lleve como cada día a su lado y colmado de su compañía, a recorrer nuevos
campos, nuevos rincones de este amor…interminable.
Martín Ramos
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