Sobre un mármol negro declinó con su conciencia en paz. El cielo, clandestinamente entraba por la comisura de sus labios. Arriba se oyó un grito agudo pero sordo, retumbaron en su cabeza los recuerdos ahora inconcientes, perdidos en lo espeso de una memoria frágil aunque voluntariosa.
Llevó la mano izquierda a su cabeza y acarició la cabellera negra que consumía una nuca absurdamente infantil. Cerró los ojos y partió hacia ese trasmundo que se hallaba precisamente en un tiempo de humo pálido. Volvió en sí tras haber hecho lo que siempre quiso.
Martín Ramos
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