Ella, el hálito vital de su fatigada y delgada línea de vida dejada en hospitales de ladrillos verdes, salía en las tardes muertas por el agobio del pesar diario a reverdecer hojas secas con su mirada gris transitando plazas desoladas. Esperaba a alguien que jamás iba a llegar, se contentó con acariciar un gato sentado al lado de su banco extático.
Infringió un extraño dolor al animal. Se sentía en una mímesis con aquella bestia y pensó si al igual que el manso felino, alguna vez podría recorrer calles con la despreocupación de los pájaros nocturnos.
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