En su mirada había
un dolor de pardos ojos secos.
En su corazón latían los ecos de
tiempos que rememoraba ya muertos.
Percibía a lo lejos el aroma de una
brisa húmeda con vestigios de un sabor amargo que corroía su alma atormentada.
A pesar del peso que agobiaba sus
espaldas se irguió orgulloso.
Cuando en otros momentos se había
enterrado en el subsuelo donde moran los que suspiran lamentos, pudo entonces
comprender que su suplicio aún no se hallaba en aquellos suburbios del alma,
todo lo contrario, se aferró a la vida y recordó que aquí al igual que en aquel
frío fango, el espíritu se regocija de la sutil esperanza de que el fin
anhelado pronto lo dejaría partir para encontrarse allí con ella.
Martín Ramos.
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