Ella
Indeciblemente hermosa, ella con su pelo platinado
como pinceles que dibujan trazos perfectamente definidos por el alma, dibujaba
con el color de sus ojos –al igual que el verde oleaje del mar- abstracciones
de una realidad que la rodeaba alcanzándola una y otra vez, expresaba con cada
movimiento de su mano lo que en realidad era: un alma áurea, tal vez solitaria,
que encajaba en un mundo imperfecto pero que plasmaba imágenes reverberadas
desde lo más profundo de su alma. Él la observaba tratando de mitigar su
asombro.
Manus Conscidisti
Me pulvericé los ojos mirando una flor reverdecida por
fuera, pero seca como una mano muerta por dentro. Creo que a millones de años
luz de aquí, alguien recordará este instante como el defecto de quien quiso
acariciar con el alma algo que de por sí había fenecido con cada mirada pasada,
con cada caricia que lastimó sus ahora repugnantes pétalos.
Imágenes
Tenía entre sus manos hojas secas de árboles
reverdecidos por primaveras heladas en inviernos infinitos. Tenía en sus
mejillas lágrimas amargas de ojos secos entristecidos por el sufrimiento de las
desavenencias de quienes no supieron valorarla cuando entregó todo de sí misma.
Había una mueca en su boca que se parecía a una sonrisa paralizada, una
carcajada que en el pasado había soltado ante un perceptible sonido confundido
con una palabra parecida a un ¨te quiero¨.
Ella estaba
gravitando sobre su conciencia que trataba una y otra vez de comprender la
verosimilitud de las cosas que la llevaron a este estado, en el que ahora se
encontraba sin poder escapar. Quiso frenar con la mano la angustia de saber que
ya no ocupaban en su mente (ni en su corazón) aquellos sentimientos que alguna
vez sintió, los que dejaron huellas en su cuerpo; Los que hicieron que ahora
sea perfectamente inestable. Tal vez una o dos veces pensó en acariciar el
viento para estremecerse con un frío espasmódico que la llevase nuevamente a
lugares ocultos bajo su negra y larga cabellera, allí donde una vez manos
delicadas acariciaron aquella nuca perfectamente torneada por noches de
suspiros.
Volvió
repentinamente en sí luego de dejar caer lo que tenía entre sus manos, cuando
al fin sus lágrimas se volvieron polvo sobre su pálido rostro. En ese preciso
momento, fugaz como alguna estrella que vio pasar en un cielo nocturno, su
mente se aclaró y pensó que lo que había hecho no había sido culpa de ella, por
el contrario, había sido empujada sin querer por el remordimiento de una imagen
impregnada sobre sus ojos grises, una imagen que sus retinas no soltaron ni
soltarían jamás.
Cielo azul
Estaba parada al borde de la cornisa, justo en
el filo, donde el viento corta los huesos hasta convertirlos en cenizas, miró,
contempló el cielo azul, ese que cuando chica reflejaba los recuerdos de juegos
en el patio, momentos felices que se esfumaban indeclinablemente bajo sus pies.
Miró el abismo que la separaba de la profunda calle, donde los transeúntes
caminaban con sonrisas y espasmos producidos por el vacío propio del ser humano
contemporáneo; cerró los ojos, en un atisbo de conciencia volvió a su pasado
inconexo con la sincronía del presente. Sintió el viento en su cara, sintió que
era un pájaro suspendido en aquellas cortinas de brisas acariciando su cuerpo,
la distancia se cerró en un instante impensado, allí aquellos que caminaban sin
conocerse, se unieron para observar con la incredulidad de un niño, cómo había
podido creerse ella que el supremo le regaló las alas para poder volar, cuando
nunca creyó en él.
Sin retorno
La negra cabellera posaba grave sobre la blanca bata. Había transitado nocturnos pasillos acompañada de quienes no dejan verse a simple vista.
Uno de ellos la miraba fijamente a los grises ojos, taciturnos, helados por una soledad inconmensurable; La tomó con su mano izquierda, por cierto lívida; pesádamente seca. La acompañó hasta el pasillo lateral, el que jamás quiso cruzar a medianoche. Juntos traspasaron un umbral halógeno; al volver a su recinto, el mismo que monótonamente la resguardaba por las noches de insomnio, alguien más había invadido su doblegada mente.
Al otro día, dos hombres de blanco la encontraron recostada sobre su cama. Yacía rígida, graciosamente en una ridícula posición fetal.
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