Noches














         En la oscuridad de la noche encontró la tenue luz que apaciguaba sus locuras de aquellos tiempos en los que sólo era un niño adolescente, sin ningún temor, sin reparos de vientos de fuego con aires helados por tenues recuerdos.

Ella





















      Indeciblemente hermosa, ella con su pelo platinado como pinceles que dibujan trazos perfectamente definidos por el alma, dibujaba con el color de sus ojos –al igual que el verde oleaje del mar- abstracciones de una realidad que la rodeaba alcanzándola una y otra vez, expresaba con cada movimiento de su mano lo que en realidad era: un alma áurea, tal vez solitaria, que encajaba en un mundo imperfecto pero que plasmaba imágenes reverberadas desde lo más profundo de su alma. Él la observaba tratando de mitigar su asombro.

Sempiterno


       Un adiós sempiterno es como un rayo de sol que busca fugarse por las tangentes cuasi oblicuas de las aristas de un viento helado que me cala los huesos.


Martín Ramos

Manus Conscidisti


       Me pulvericé los ojos mirando una flor reverdecida por fuera, pero seca como una mano muerta por dentro. Creo que a millones de años luz de aquí, alguien recordará este instante como el defecto de quien quiso acariciar con el alma algo que de por sí había fenecido con cada mirada pasada, con cada caricia que lastimó sus ahora repugnantes pétalos.

Imágenes


              Tenía entre sus manos hojas secas de árboles reverdecidos por primaveras heladas en inviernos infinitos. Tenía en sus mejillas lágrimas amargas de ojos secos entristecidos por el sufrimiento de las desavenencias de quienes no supieron valorarla cuando entregó todo de sí misma. Había una mueca en su boca que se parecía a una sonrisa paralizada, una carcajada que en el pasado había soltado ante un perceptible sonido confundido con una palabra parecida a un ¨te quiero¨.
            Ella estaba gravitando sobre su conciencia que trataba una y otra vez de comprender la verosimilitud de las cosas que la llevaron a este estado, en el que ahora se encontraba sin poder escapar. Quiso frenar con la mano la angustia de saber que ya no ocupaban en su mente (ni en su corazón) aquellos sentimientos que alguna vez sintió, los que dejaron huellas en su cuerpo; Los que hicieron que ahora sea perfectamente inestable. Tal vez una o dos veces pensó en acariciar el viento para estremecerse con un frío espasmódico que la llevase nuevamente a lugares ocultos bajo su negra y larga cabellera, allí donde una vez manos delicadas acariciaron aquella nuca perfectamente torneada por noches de suspiros.

               Volvió repentinamente en sí luego de dejar caer lo que tenía entre sus manos, cuando al fin sus lágrimas se volvieron polvo sobre su pálido rostro. En ese preciso momento, fugaz como alguna estrella que vio pasar en un cielo nocturno, su mente se aclaró y pensó que lo que había hecho no había sido culpa de ella, por el contrario, había sido empujada sin querer por el remordimiento de una imagen impregnada sobre sus ojos grises, una imagen que sus retinas no soltaron ni soltarían jamás.

Cielo azul













      Estaba parada al borde de la cornisa, justo en el filo, donde el viento corta los huesos hasta convertirlos en cenizas, miró, contempló el cielo azul, ese que cuando chica reflejaba los recuerdos de juegos en el patio, momentos felices que se esfumaban indeclinablemente bajo sus pies. Miró el abismo que la separaba de la profunda calle, donde los transeúntes caminaban con sonrisas y espasmos producidos por el vacío propio del ser humano contemporáneo; cerró los ojos, en un atisbo de conciencia volvió a su pasado inconexo con la sincronía del presente. Sintió el viento en su cara, sintió que era un pájaro suspendido en aquellas cortinas de brisas acariciando su cuerpo, la distancia se cerró en un instante impensado, allí aquellos que caminaban sin conocerse, se unieron para observar con la incredulidad de un niño, cómo había podido creerse ella que el supremo le regaló las alas para poder volar, cuando nunca creyó en él.


Sin retorno

        La negra cabellera posaba grave sobre la blanca bata. Había transitado nocturnos pasillos acompañada de quienes no dejan verse a simple vista. 
        Uno de ellos la miraba fijamente a los grises ojos, taciturnos, helados por una soledad inconmensurable;  La tomó con su mano izquierda, por cierto lívida; pesádamente seca. La acompañó hasta el pasillo lateral, el que jamás quiso cruzar a medianoche. Juntos traspasaron un umbral halógeno; al volver a su recinto, el mismo que monótonamente la resguardaba por las noches de insomnio, alguien más había invadido su doblegada mente.  
        Al otro día, dos hombres de blanco la encontraron recostada sobre su cama. Yacía rígida, graciosamente en una ridícula posición fetal. 

Despedida

Cuando pensó que llegaría a destino, faltando pocos metros para cruzar el obscuro camino que la llevaría de nuevo a su casa, una mujer se in...