TORAMINE
Amanda
balbuceó unas palabras más pero nadie contestó del otro lado. Arrojó con todas
las fuerzas que le quedaban el radio contra una de las paredes de la
habitación. Como pudo y con las últimas fuerzas que le quedaban se incorporó,
se sacó su abrigo y se lo colocó a la muñeca. –Para que ya no sufras más el frío
mortecino de este lugar, a partir de ahora estarás abrigada en tu cama. (Dijo
como lo haría una madre con su hija). Despacio y arrastrando los pies se dirigió
hacia la habitación donde estaba el cadáver de aquel hombre dializado que
eternamente miraba la puerta esperando a que alguien viniese a buscarlo. Entró
en la habitación sosteniéndose de donde podía y como podía. –Volví, aquí estoy
para hacerte compañía, ¿ves que no te he abandonado?. Amanda con las ultimas fuerzas
que le quedaban se acercó a la cama, en una convulsión espontánea tosió sangre,
y nuevamente vomitó. Lentamente se subió a la cama al lado de aquel hombre y se
recostó junto a él. Acarició nuevamente su pelo como lo había hecho el día
anterior, pensó en Ernesto. Una lágrima se deslizó por su mejilla, quedó boca
arriba agarrando la mano de un hombre que no conocía, que había muerto hacía
quién sabe cuanto tiempo, la escena se asemejaba al amor perfecto, a la pareja
donde ambos deciden morir juntos tomados de la mano. Amanda quedó mirando el
cielo, buscando tal vez alguna respuesta, exhaló su último aliento. A partir de
ese momento aquel hombre tampoco se sentiría solo, ahora a su lado había una
compañera anónima, desconocida que le haría compañía para siempre.
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