Camino hacia el abismo

Capítulo 8 (abstract)






















Sea cual fuere el impulso que la empujó a entrar en la habitación, fue lo suficientemente fuerte como para que tomara el valor necesario para hacerlo. No podía quitar la mirada de aquel cadáver con la vista dirigida hacia la puerta. Tomó una silla que estaba en un rincón de la habitación y se sentó junto a la camilla.
-No sé quien sos o quién fuiste, acá estamos los dos solos, en este horrible lugar, vos no podés escapar, y creo que hace mucho tiempo que tus ojos vieron pasar noches y días desde que pasó lo que fue inevitable, tal vez te abandonaron porque estabas conectado a esa maquina. ¿Cuál es tu nombre?. Sergei, Yuri, Víctor. ¡Ya no importa!. Mi nombre es Amanda, no soy de aquí, no pertenezco aquí, pero estuve casada con un hombre que perteneció a este lugar, y lamento lo que sucedió, y en nombre de él que fue uno de los responsables de esta terrible tragedia te pido perdón. ¿Podemos ser amigos?. Si, creo que si. La soledad no es buena, no imagino cuantos años tenés, yo tengo cuarenta y cinco y tengo un hijo que se llama Ernesto. Vivo muy lejos de aquí. Tengo un gran negocio, que mi marido me ayudó a llevar adelante, ¡era un químico, un gran químico!. A veces me avergüenza confesarlo delante de extraños, pero el negocio es de drogas, y el medicamento que inventamos, que ideamos se llama Toramine, tal vez no entiendas lo que te digo o no comprendas de lo que te estoy hablando, tampoco importa. Te prometo que hoy  la noche la pasaré contigo, me quedaré aquí, estando juntos, me siento más segura.
En la habitación donde estaba aquel hombre sólo había una cama. Amanda estaba volviéndose loca, la pastilla de Toramine que había ingerido estaba causando efectos alucinógenos en su mente. Dejó la valija en aquel cuarto y empezó a deambular por los pasillos del hospital en busca de otra habitación donde pudiese pasar la noche. Al final del pasillo había una puerta doble, sobre la misma un cartel indicaba algo itelegible, aun el sol alumbraba sobre las ventanas en aquella tarde en la ciudad fantasma. Cuando estuvo frente a la puerta titubeó antes de abrirla, su mente no estaba jugándole una buena pasada y tenía miedo de lo que podría encontrar del otro lado; Por un momento juntó valor y empujó una de las puertas. Un salón grande se dejó ver, al parecer se habría tratado de una sala de interacción para chicos, una sala pediátrica donde las camas estaban juntas, unas en frente a las otras sumando una cantidad de al menos veinte, diez de cada lado. Cada uno de los colchones había sido removido, saqueado quién sabe por quien y cuando. Sobre una de las camas había una muñeca abandonada, dejada a la buena suerte de su destino, había recibido tanta radiación que había muerto con los ojos abiertos, su vestido estaba corroído, sus manos también abiertas y el pelo medio despeinado completaban aquella pequeña personita que en el pasado fue la amiga de alguna niña internada allí. Cuando Amanda la vio, una congoja sacudió su corazón, ver aquella pequeña e indefensa muñeca le recordó su infancia. Lentamente se acercó a ella, sin hacer mucho ruido, tratando de que no percibiese que ella se encontraba allí y que se acercaba despacio, porque desde la puerta parecía estar dormida. Cuando llegó a la cama donde se encontraba, se paró a los pies de ella y la contempló como quien mira el cielo buscando respuestas. La saludó con su mano izquierda y al mismo tiempo le sonrió, le mencionó su nombre, le dijo que ya no estaría sola, que había encontrado un amigo que la estaba esperando en otra de las habitaciones pero que no se podía mover. La vio pequeña e indefensa; El sol estaba cayendo y la luz se apagaba sobre la maldita ciudad perdida en el tiempo, era hora de tomar la decisión, se quedaría a su lado porque era la más indefensa de sus dos nuevos amigos. No me iré de aquí por esta noche, dijo con una sonrisa en la boca mientras tosía secamente. Hoy me recostaré en esta cama de aquí al lado, estaré contigo toda la noche, nos haremos compañía mutuamente, ya no estaremos solas.

Amanda se tomó cinco minutos para comentarle su decisión a su primer amigo; se alegró de que éste no se opusiera a su elección y lo despidió hasta mañana. Le acarició el cabello, que era poco sobre su piel seca y lo dejó para que descanse tranquilo. Volvió al lado de su pequeña amiga, ya no quedaba casi luz que alumbrara el gran salón donde se encontraban las camillas. Aquí estoy de nuevo dijo con una nueva sonrisa en sus labios. Extendió su abrigo sobre el corroído elástico de la cama contigua y se recostó mirando a su pequeña nueva amiga. Aquella, inmutable continuaba con sus ojos abiertos mirando el techo. Amanda extendió su brazo izquierdo y tomó la mano de aquella muñeca muerta, con su mano derecha sostenía la linterna. La noche se cerró por completo, un día mas había pasado en Pripyat, una noche más quedaba por delante, pero no estaba sola, no se sentía sola, ahora dos amigos nuevos le harían compañía y ya no sentiría los ruidos extraños de fantasmas del pasado, o de puertas que quien sabe eran abiertas por la noche por entidades desconocidas. Amanda luego de una hora de hablarle a su amiga se durmió por primera vez en dos noches, una sonrisa en su boca seca y pastosa se dibujó en sus labios. La radiación estaba haciendo el peor de los trabajos en su cuerpo. No resistiría un día mas en aquellas condiciones, pero eso ya no importaba, ya no se sentía sola como en el primer día. Sólo faltaba uno para que la viniesen a buscar, esa idea era la que la mantenía con vida, aunque muriese dentro de un mes, no tenía caso pensar en ello ahora. La luz de esperanza que era el motor de su supervivencia era saber que en un día más ya no estaría allí, y que ella la gran Amanda habría vencido al fantasma de Chernobyl, eso, la hacía mucho más grande que al propio Slovsky, eso la ponía orgullosa.

                                                                                                    Martín Ramos

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