Amanda . otra Amanda

Amanda











-no creas todo lo que dicen. Estoy segura que nada es igual del otro lado, las cosas no funcionan así –dijo la señora makarewitz-.
Amanda, estaba sentada placidamente en su sillón, y conversaba con la señora makarewitz sobre las posibles influencias de la cultura oriental en occidente.
-siempre he creído que se puede cambiar modos de conducta por intermedio del bonsái[1]. Es una cultura milenaria la del Japón y sus métodos, que se remiten a esas épocas, también lo son          y de hecho son bastante ortodoxos.-dijo Amanda, con tono morboso-.
-Amanda, no sé absolutamente nada sobre bonsái ni sobre cultura oriental. Lo más parecido que he hecho al respecto es arroz con champiñones. Creo que el arroz es muy apreciado por los chinos.
-Tu ignorancia, hace que confundas por completo dos culturas diametralmente opuestas.
¿Qué pensarías tu si te dijesen peruana?. Claro que no tendrías porqué sentirte insultada en lo más mínimo. Pero es el hecho de que no sos peruana, es decir, sos argentina.
-Claro que no me ofendería, pero debo decir que en tantos otros casos me han confundido abiertamente. En varias ocasiones me han preguntado si mi ascendencia es siria, por mi corte de cara y mi nariz respingada. Sólo río, diciendo que he tenido un abuelo llamado Abraham, que seguramente ha tenido parientes árabes.
La península ibérica fue invadida por los árabes en la edad media. Los moros  a decir verdad.
-iré a preparar un té –murmuró Amanda, e inmediatamente se levanto de su sillón para dirigirse a la cocina de su casa-
La señora makarewitz asintió, se acercó a la ventana para observar la  lluvia de otoño y pensó en brillantes de mármol.
Amanda llegó a la cocina, encendió la hornalla y comenzó a preparar el batido con crema para las dos. Estaba pensando en que la ferretería no estaba funcionando bien las últimas semanas, y que tendría que darle unas vacaciones a juancito, el hijo de marta, hasta que las cosas se recompongan económicamente.
En un instante ocurrió algo que posteriormente, según los investigadores de la comisaría del pueblo no se pudo explicar convincentemente.
Todo estaba listo para el café que iban a compartir, afuera, el sol estaba cayendo sobre el horizonte, y el jardín que daba a la cocina, dejaba ver su manto verde regado por los aspersores que Amanda había traído especialmente desde la ferretería.
Cuando Amanda sacó la pava de la hornalla, sintió detrás, sobre su espalda, una ráfaga de aire caliente. Sin darle importancia, prosiguió con la tarea de la preparación del instantáneo.
Pero luego, casi al instante, una puntada la atravezó desde la nuca hacia la frente y cayó desvanecida  instantáneamente.
Había perdido el conocimiento y una potente luz blanca le había cegado, previamente a aquel evento, los ojos.
La señora makarewitz estaba sentada en el sillón del comedor esperando que su amiga trajera los cafés para seguir charlando sobre bonsái.
Comenzó a impacientarse al ver que su amiga no llegaba, ya había pasado un prolongado lapso de tiempo.
-¿Amanda, estás bien? –preguntó la primera vez-
No obtuvo ninguna respuesta.
-Amanda, te voy a ayudar con esos cafés, ya me tenés preocupada. –dijo la segunda vez-.
Se levantó preocupada del sillón. No llegaba ninguna respuesta desde la cocina, eso la perturbó.
Al entrar, no encontró a su amiga, pensó que se podría haber descompuesto y que tal vez se encontrase en el baño.
Pero incomprensiblemente, Amanda no estaba allí.
El médico no pudo dar una explicación certera de lo sucedido, al igual que la policía. Todo el pueblo se puso en alerta, se buscó por cada rincón del pueblo: iglesia, plazas, negocios. Nadie había visto salir a Amanda de su casa, y nadie tampoco había tenido contacto con ella desde que a las doce y treinta cerró la ferretería.
Su desaparición fue un misterio durante dos días, dos largos días para su familia que por lo único que abogaba era por la aparición de la mujer. Exhaustos intentaron comunicarse con pueblos aledaños y obtuvieron negativas en relación a su paradero. Nadie había visto a Amanda.
El veintiséis de mayo, a las dieciocho horas –dos días después a su desaparición-, una pareja de novios que se encontraba en la plaza principal, vio algo que les llamó la atención.
Alguien parecía estar tirado boca abajo detrás de una banqueta de cemento. Llamaron a la policía inmediatamente. El comisario intuyó lo peor para Amanda. Desde violación hasta la muerte prematura.
Él y el médico se dirigieron a la plaza con prisa, y descubrieron al llegar el cuerpo tendido de Amanda. Estaba viva. Según el medico –a simple vista-, no poseía signos de violación o estrangulamiento. Amanda estaba inconsciente.
En el hospital, luego de trasladarla en ambulancia le hicieron estudios preliminares para detectar cualquier traumatismo. Su esposo e hijos llegaron inmediatamente, una vez avisados por el comisario.
Luego de tomarle una placa de cráneo, detectaron sobre su nuca, en la base del cuello, un elemento diminuto, del tamaño de una cabeza de fósforo. Al parecer se trataba de algo metálico.
Los médicos concluyeron que se trataba de algo ajeno a su organismo y determinaron que el misterioso elemento debía ser extraído.
Así lo hicieron. La cirugía apenas duró media hora. Amanda permaneció en observación durante dos días, en forma preventiva. Estaba lúcida y contenta de ver a su familia nuevamente. No recordaba nada de lo sucedido, salvo un fuerte dolor de nuca y nada más.
Los médicos estudiaron el pequeño elemento y no obtuvieron conclusiones al respecto. Lo enviaron a  la facultad de medicina en la capital federal.
Amanda al segundo día, comenzó con un malestar general. Pérdida de apetito y retención de líquidos. Se le efectuaron exámenes de sangre y orina.
Sus glóbulos blancos estaban excesivamente altos. Los médicos estaban desconcertados. El médico de cabecera de Amanda, el mismo que fue a socorrerla a la plaza, indicó que Amanda era una mujer sana, sin antecedentes clínicos ni familiares de ninguna enfermedad grave. De hecho, los controles que se había efectuado hacía dos meses atrás así lo atestiguaban.
Los médicos concluyeron posteriormente a los análisis que Amanda poseía una enfermedad grave.
El diagnostico fue Cáncer en el hipotálamo. La enfermedad era inexplicable, irreversible, imprevista y Terminal.
Amanda se deterioró el mes subsiguiente de tal manera, que su cuerpo al momento de su muerte en el hospital zonal, pesó treinta kilogramos.
Amanda, inexplicablemente, falleció el 29 de mayo luego de una larga y tortuosa agonía.


[1] El bonsái es una antigua práctica japonesa, la que se dedica a la cultivación de árboles pequeños.

El otro lado






Cuando en su indefectible soledad –por cierto lúgubre y tediosa-, al fin pudo percibir que estaba completamente desnuda de todo afecto interno o externo, comprendió al fin que su mundo se limitaba a la reverberación de una fantasía que giraba en torno a su miserable existencia, de la misma forma que las horripilantes y asquerosas moscas sobrevuelan la taza buscando el atisbo del dulce anhelado.
No tuvo otra opción que buscar una salida que menos la comprometiese para subsanar todo aquel sufrimiento que por dentro la carcomía, que derrumbaba poco a poco, pero de manera constante, su alma perdida en el abismo.
A las tres en punto de la madrugada mientras yacía en su cama, estiró su mano hacia la mesa de luz donde estaban las pequeñas pero perfectas cápsulas azules. Cuando despertó, aquel mundo al que tanto temió durante su agonía del otro lado, fue lo más hermoso que contempló en su efímera  pero detestable vida.

Toramine. ¨Camino hacia el abismo¨














Prólogo (Abstract)



La historia que aquí se cuenta tiene que ver con la gente que quiere vivir una ficción  dentro de una realidad paralela. Pero no obstante que estos individuos son los actores de esa ficción, detrás de ellos existe una, dos, miles de organizaciones que son las que los proveen de  esas drogas, gente sin escrúpulos que dentro de un negocio oscuro y macabro, en ciertos casos mata por el simple hecho de estar en la cúspide, sin importar a quien. La historia que el autor cuenta y pone en manos del lector lo adentrará en un mundo sin escrúpulos, que en muchas ocasiones se tornará despiadado y en otras en contra de aquellos que manejan el negocio de las drogas de diseño. 

Toramine. (Abstract)


















Petrov por orden de Diatlov, puso dentro de los habanos que habían de fumar, una dosis letal pero controlada del bacilo del Ántrax. Aquella dosis que fue insertada dentro del tabaco de los cigarros, era lo suficientemente potente como para exterminar a un ser humano en dos horas, luego claro está, de haber ingerido aquella dosis. La muerte por esta enfermedad no es algo que sea de lo más agradable. Se empieza con una pequeña tos, muy parecida a la que da comienzo a una gripe leve, luego de ello la temperatura corporal comienza a elevarse progresivamente pero de manera constante hasta alcanzar luego de ingresado el bacilo en el torrente sanguíneo, a unos cuarenta grados centígrados, en algunos casos uno o dos grados más, por lo tanto la persona empieza a delirar por la excesiva fiebre corporal, lo primero que comienzan a producir disfunción son los pulmones, las vías respiratorias se congestionan producto de ulceraciones dentro del esófago y por último la pleura; subsiguientemente se produce un sangrado interno que produce la muerte por asfixia,  mientras tanto  comienza a prepararse una parálisis total de los miembros inferiores y  superiores del cuerpo. La persona está conciente en el proceso,  la muerte es lenta y dolorosa si no se trata con el antídoto correspondiente, claro, un derivado de la Metilamina que Diatlov y Petrov tenían en su poder, pero que Sachenco carecía. Todo quedó resuelto y comenzaron a brindar. Lo que Sachenco no sabía era que tanto Diatlov como Petrov habían previamente tomado el antídoto, de todas formas luego de salir de allí, deberían ser tratados con urgencia, porque el poder del bacilo es lo suficiente como para que con una sola dosis de antídoto no se pueda salvar a un ser humano.
Sachenco no tardó en encender un puro, convidó otro a Petrov y lo mismo hizo con Diatlov y Boyle. En ese instante, la mirada que Diatlov le dirigió a Boyle fue algo que aquel tomó como una señal, la que le salvaría luego la vida, un leve movimiento de ojos hizo que desistiera de agarrar el puro. Boyle le hizo un ademán terminante a Sachenco de que no fumaba y que quería seguir con buena salud para llevar a buen puerto los negocios. Sachenco lo miró fijamente; al otro la sangre por un instante se le heló dentro de su propio cuerpo, y su corazón pareció dejar de palpitar por unos segundos; Luego de ello Sachenco largó una gran carcajada, -Estos científicos son de lo más extraño, por Dios, ¡si hubiese seguido esos pasos, hoy sería otro hombre!. Luego de aquellas palabras los tres encendieron sus correspondientes cigarros, pitaron largamente por el espacio de veinte minutos, conversaron de cosas banales, de nimiedades, ya todo estaba resuelto, hasta Sachenco dijo, prometió, que enviaría un par de mujeres, (de las mejores) para que los genios del Toramine se relajaran. Los otros sorprendidos asintieron y sonrieron de la mejor manera que pudieron. Al cabo de media hora de perder el tiempo en habladurías, de pronto, en forma abrupta Sachenco se paró, Petrov hizo exactamente lo mismo. Miró fijamente al otro. En ese instante el guardaespaldas de aquel sintió algo extraño y llevó su mano a la cintura donde tenía su pistola. Sachenco cómodamente sentado en su sillón miró también fijamente a Diatlov y sonrió, una mueca que simulaba, que fingía camaradería pero que escondía una traición que jamás llevaría a cabo.
Estrecharon sus manos. Quedaron en encontrarse al día siguiente para ultimar los detalles de la importación de la droga en los barriles de los envíos de la Hidroxilamina de Fronmd hacia el país y luego el negocio estaría cerrado definitivamente. Sachenco se incorporó de su sillón y estrechó fuertemente la mano de Diatlov, la de Petrov y la de Boyle, quedó satisfecho, todo estaba en camino, el negocio se había puesto en marcha ya.
De pronto una tos seca salió de su boca, la atribuyó a los constantes cambios de temperatura y a la calefacción deficiente de la oficina. Cruzaron unas últimas palabras y se retiraron.
Boyle a los quince minutos de que los otros dos hayan desaparecido del lugar, pidió permiso a Sachenco para poder retirarse a descansar y le sugirió a éste que se mantenga en contacto vía telefónica con él para la reunión prevista para el otro día. Nada sabía de lo que le esperaba al pobre diablo, nunca se lo había comunicado Diatlov. Luego de marcharse, Sachenco quedó solo en su oficina, y al cabo de unas copas comenzó a sentir el peso del alcohol en su cabeza, la tos se hizo cada vez más fuerte, su hombre de confianza le preguntó si necesitaba algo, a lo que respondió con una negativa y que lo dejase tranquilo. El otro sin mediar palabra se retiró y dejó a su jefe en la penumbra de la oficina, con su puro que aun humeaba y su vaso de vodka que cada vez que se estaba por vaciar, volvía mágicamente a llenarse.
Cuando luego de tres horas sin que el jefe diese novedades de alguna necesidad, uno de sus hombres golpeó la puerta de la oficina, para corroborar que todo esté en orden, el silencio era total, no se oía absolutamente nada del otro lado de aquella placa. El hombre insistió con más fuerza. Cuando al tercer intento, y pensando que Sachenco estaría bajo los efectos del alcohol, no obtuvo respuesta certera, decidió entrar. La puerta no estaba cerrada con llave.
El infeliz estaba con la cabeza apoyada sobre el escritorio, y una de sus manos estaba agarrando fuertemente un cuadro donde había una foto con una niña que en otro tiempo supo ser su nieta y que desde hacía mucho tiempo no había vuelto a ver. Cuando el hombre se acercó al cuerpo tendido sobre el escritorio y trató de despertarlo, observó una gran mancha de sangre alrededor de su cara, ésta había sido expulsada por su nariz. Entró en un estado de pánico abrumador y lo volcó contra el respaldo del sillón donde estaba sentado. La sorpresa fue trágica y nefasta al mismo tiempo. Sachenco, aquel poderoso ícono de la Guerra Fría, había sufrido las consecuencias de la enfermedad, había agonizado por un par de horas y de la manera en que debía terminar aquella situación; murió asfixiado sin poder pedir auxilio. Era tarde, el bacilo del ántrax había hecho bien su trabajo, pero aun así, el hombre, el mismo que lo encontró en aquel estado execrable llamó a gritos, desesperado, a sus compañeros.


Toramine. ¨Camino hacia el abismo¨
















Capítulo 4 ¨Apartado 1¨




El recuerdo


Una capa de veinte centímetros estaba completamente contaminada por isótopos radiactivos de: Plutonio, Cesio, Plomo, Bario y otros elementos pesados. Esa capa que cubría como un oscuro y mortecino manto la ciudad abandonada de Pripyat era, fue bautizada por sus antiguos habitantes como ¨el colchón de la muerte¨. Nunca más aquella ciudad sería o al menos podría ser habitada sin que aquel infernal manto sea completamente removido por la mano del hombre, ya que la naturaleza misma se había tomado la consabida revancha, tal vez por el hecho de querer el hombre ser amo de algo que no le pertenece. Aquellos isótopos se habían enterrado profundamente, y con el transcurso irremediable del tiempo lo seguirían haciendo indefinidamente y con más ahínco. Hoy aquella abandonada ciudad, cuyos cincuenta mil habitantes era el recuerdo de familias, niños y momentos que le dieron a aquellas pobres almas un halo de felicidad, un aliento de vida durante unos pocos años, hasta que la catástrofe, irremediablemente marcó para la posteridad el designio que debían sufrir aquellos que sin querer debieron sufrirlo.
Una canción, una poesía rústica escrita antes de morir por un joven habitante de aquella planta, un simple trabajador que convivía inexorablemente con la muerte todos los días, quedó escrita sobre una pared donde sólo habitan hoy los rayos del sol y la tenue luz de la nocturna luna; aquellos versos pobres en sí, rezaban el dolor y el sufrimiento de un abandono repentino, del desarraigo y el espasmódico momento en el que todo, en un solo instante debió ser abandonado, ultrajado, para convertirse en huérfano de si mismo, el tiempo se detuvo en aquel instante, el destino fue  testigo fiel y estoico de la muerte y de la calamidad de aquellos que sin saberlo, se convertirían en héroes de la miseria, de la desidia y del abandono; he aquí aquellas líneas.

En breve debí dejar mi vida,
En un abrir y cerrar de ojos la oscuridad llegó.
Entró en mi casa, sucumbió mi familia,
Despojó mis bienes, me quitó la prosperidad.

Ayúdame Dios a seguir adelante,
Quiero vivir para ver a mis hijos crecer.
Quiero ser libre para escuchar la verdad.


Mi nombre es Vladimir, he sido un buen hombre. He sido un buen padre. He vivido al servicio de mi patria en un lugar donde nunca vi el sol salir por la mañana. Mis noches eran oscuras, a veces despertaba con sueños atroces, con pesadillas que me hundían en la más desesperante atrocidad. Intuía a veces que aquí las cosas pronto se acabarían, que tal vez algún error fatal llegase a costarnos la vida.
Aquel fatídico y tormentoso veintiséis de Abril, estaba dentro de la planta. Era un día como cualquier otro, un día más en el que me debía a mi trabajo de encargado de uno de los sistemas de refrigeración del reactor número cuatro. Dejo estas líneas porque sé que no sobreviré a la fuerza natural de Dios en quien creo. Fervientemente pienso que hemos sido castigados, que la potencia de su omnipresencia será la que nos llevará hasta lo más profundo del infierno.
Hace dos meses que estoy internado aquí, como muchos otros de mis amigos y camaradas que se desempeñaban en la planta. A las tres semanas de haber ingresado, y luego de los tormentosos sufrimientos que he padecido a causa de los tratamientos que me han proporcionado, los resultados de los análisis mostraron que yo, aquí y ahora tengo cáncer de tiroides. He absorbido mil veces la cantidad de radiación que un ser humano podría absorber en diez vidas juntas si le fuese posible vivirlas. Mi cruz está enterrada sobre mi frente y un epitafio reza: ¨aquí yace un héroe¨. Mi esposa Irinna, cada vez que me viene a consolar, me ve aquí, acostado en esta cama donde muero un poco más cada instante que pasa. Mi hijo no sabe que su padre morirá pronto, por suerte él no ha sufrido la gran exposición a la que yo me entregué sin saberlo. Tal vez él tenga la suerte de sobrevivir y poder contar esta historia, la de su padre que vivió y murió por su patria. Orgulloso seguramente se lo contará a su maestra, a sus hijos y si Dios es grande, a sus nietos. Esta carta que seguramente será encontrada cuando esté muerto es el relato de alguien que ya no existe, alguien a quien le han quitado el alma, en un instante se la han arrebatado.
Si hubiésemos sabido el daño que estábamos causando, el mal que la humanidad luego sufriría con consecuencias tan devastadoras, tal vez así, de esa forma, la única posible, no hubiésemos construido centrales nucleares. Chernobyl sentará un precedente para la humanidad, será el ícono de que la naturaleza no puede ser manipulada por el hombre, que somos tan insignificantes ante la Muerte, ante Dios, ante la Naturaleza y su fuerza abrumadora que por más que nos empeñemos en modificarla, en controlarla, sólo somos marionetas que jugamos con fuego entre las manos.
Quiero pedir perdón. Un solo hombre me he cruzado en aquel momento en que se llevó a cabo el experimento. Debíamos hacerlo de una u otra forma, las órdenes de nuestros jefes fue terminante: el reactor debía probarse para saber si los sistemas de enfriamiento serían capaces de llevar a cabo su cometido en caso de una falla en el sistema eléctrico de la planta. Las cosas no salieron como debían. Víctor Slovsky, uno de mis jefes directos me cruzó en una de las escaleras de la planta, más precisamente en el sector ¨B¨. Se detuvo un instante, en aquella oscuridad, en aquel lugar donde todo era caos y destrucción; pude ver con la tenue luz que emanaba de la tapa del reactor que había volado quién sabe donde, sus ojos desorbitados, tal vez estaba pidiendo perdón. Acto seguido me abrazó fuertemente y  se fue corriendo para asistir a los camaradas que gritaban desde todas las direcciones. Alcé mi vista al cielo, y extraordinariamente pude ver que era una noche diáfana, aquel vapor violentamente tóxico que estaba escapando por la boca diezmada por la explosión, dejaba al descubierto que el cielo que estábamos contaminando, se cubría de estrellas que brillaban en aquella terrible oscuridad.
Sufro las consecuencias diariamente. Una enfermera y un doctor vienen periódicamente a visitarme. Saben que estoy muerto en vida, pero me hacen sentir bien, me quieren convencer de que aun sigo vivo. Pero mi cuerpo dice todo lo contrario. Hoy diez de Junio escribo esta carta para que sea el testimonio de que la culpa de todo aquello fue nuestra. Nada podemos hacer ahora para remediarlo, el daño está hecho. Sólo podemos pagarlo con nuestra propia vida. Espero que mi hijo y mi esposa lean esta carta y que la atesoren en sus corazones como el signo de mi arrepentimiento. La palabra de un hombre no vale nada si no se condice con sus actos, pero al menos puedo morir tranquilo sabiendo que hice lo que debía hacer. Allí fue a buscarnos la muerte en persona, en los próximos días vendrá nuevamente para llevarme definitivamente. Estoy triste pero seguro de que esto servirá para cambiar algo, aunque sea para que mi hijo sepa que su padre lucho, vivió y murió por su familia.


Vladimir Schevchenco falleció de cáncer de tiroides debido a la alta radiación a la que se expuso aquel fatídico veintiséis de abril de 1986. Dos meses más tarde de aquel fatídico día su vida se apagó luego de una larga agonía. La carta que luego fue encontrada por su esposa debajo de su almohada fue leída por el Presidente, Rusia luego del desastre nuclear de Chernobyl dejó de experimentar con energía nuclear. Su esposa y su hijo viven en la actualidad en otro país, el recuerdo que tienen de Vladimir es sinónimo de heroísmo y valentía. Su hijo aun hoy cuenta la historia que lo estigmatizó de por vida, el nieto de Vladimir es un niño sano, que al igual que su hijo, también contará la historia de su abuelo, para la conciencia de las nuevas generaciones.


                                                                                            Martín Ramos (Abstract).



Toramine. ¨Camino hacia el abismo¨













Tercera parte (Capítulo 3, abstract).



La Reunión





Subrepticiamente el hombre que acompaño a Diatlov fue precisamente uno de sus amigos y principalmente su mano derecha. Esta persona fue la que suplantó la formula de la Metilamina que Diatlov importaba desde Corea. Esa fórmula, magistralmente copiada, fue la que le permitió a este hombre de negocios y relaciones con el Medio Oriente hacerse de una indecible fortuna que lo llevó a la cúspide del ríspido negocio de los componentes necesarios para combatir las armas químicas que aunque ocultas, seguían allí, delante de las narices del mundo existiendo y matando personas. Una de ellas y la más utilizada, a pesar de la creencia occidental, era la de la toxina del Botulismo[1], y mayormente la del bacilo del Carbunco[2]. La Metilamina era uno de los elementos primordiales entonces para la fabricación de los antídotos contra este tipo de enfermedades. Los Iraquíes, y los Afganos, principalmente los Talibanes, las utilizaban en pequeñas dosis contra el ejército regular, por lo tanto el mercado era lo suficientemente amplio como para dar un rédito más que abultado.
Sin más preámbulos, la persona de confianza de Diatlov y doctor en Biofarmacéutica, era ni más ni menos que el prestigioso Dr. Oleg Petrov. Ambos se presentaron delante de Sachenco y de Boyle, claro que la reacción de éstos por la presencia de un desconocido fue realmente consecuente con lo que luego iba a suceder en en aquel lugar.


[1] El botulismo es una intoxicación causada por la toxina botulínica, una neurotoxina bacteriana producida por la bacteriaClostridium botulinum. La vía de intoxicación más común es la alimentaria: Por ingestión de alimentos mal preparados o conservados de manera inapropiada, pero también puede adquirirse la enfermedad por la contaminación de heridas abiertas, o como efecto colateral del uso deliberado de la toxina en el tratamiento de enfermedades neuromusculares o en muchos casos como causa de la inhalación en forma de pulverización mediante ojivas por detonación en armas químicas.  
[2] El carbunco (anthrax en inglés, y también conocido como ántrax maligno o ántrax en español, aunque este último término es también sinónimo de furunculosis por Staphylococcus aureus)1 es una enfermedad contagiosaaguda y grave, que puede afectar a todos los homeotermos y entre ellos al hombre, causada por Bacillus anthracis, un bacilo Gram positivoanaeróbico facultativo y esporogénico que se encuentra en el suelo. La severidad del carbunco en el hombre varía según el modo de contagio y la velocidad del tratamiento; el carbunco cutáneo, la manifestación más común de la enfermedad presenta una mortalidad baja. En cambio, el carbunco pulmonar es letal en la mayoría de los casos. Las esporas de B. anthracis se han investigado como agentes de guerra biológica, y han sido usadas en ataques con carbunco en 2001.

 







Antíope






No supieron que aquel día ocultaba tras su profusa tiniebla los rasgos macabros de un Apocalipsis inminente.
El sol ya no era el mismo, sus cuerpos, inertes, yacían sobre el suelo, a esa altura resignados, casi muertos.
Sumergidos en su agonía tal vez recordaron épocas pasadas, ahora todo aquello sólo era un feliz recuerdo escurridizo, imborrable, al mismo tiempo efímero. El fín se acercó irremediable. Ellos interhumanos, solo podían esperar el desenlace fatal.
Sobre sí el cielo cerró su palidez y seguramente antíope, esa ciudad olvidada, en el instante final dejaría de existir llevándose aquellas almas consigo. El compromiso que detentaron con el mal los destruyó, no mostraron de su parte arrepentimiento, al contrario, tenían orgullo.
Subsecuente al cataclismo devastador, una tenue lluvia mojó los campos, ahora aquella tierra estaría limpia, para siempre.


                                                                                               Martín Ramos

Toramine ¨Camino hacia el abismo¨





Capítulo 14      La Fenilamina   (Abstract).



     Boyle trató de ser cuidadoso y de seguir el camino de su mentor en lo que a distribución y consumo se refiere, posteriormente Sachenco fue el que la introdujo en Europa, sin importarle los círculos de elite, por lo que se distribuyó de igual manera en las universidades como así también en los burdeles de la más baja calaña en la República Checa. Avanzando un poco más en el tiempo, Diatlov encabezó la lista de distribuidores más grandes de metilamina para los países de medio oriente. Luego una vez introducido en el negocio de los barbitúricos, distribuyó la droga entre las tropas aliadas y las que no lo eran. Siria, Irak, y palestina fueron sus máximos consumidores. 



    El problema radicó posteriormente en que el químico que Boyle había contratado para seguir sintetizando la droga, hizo una pequeña modificación en la estructura molecular de la amina del amoníaco, para introducirle un radical de fenil y con esta leve, sutil modificación, se obtuvo un barbitúrico de una pureza y potencia tan alta como la Toramina. Posteriormente se le asignó un nombre comercial para que pueda ser producido y que el ministerio de salud lo apruebe; entonces salió a la venta bajo el nombre de ¨Toramine¨. Este barbitúrico resultado de la modificación introducida en su estructura molecular fue rápidamente esparcido como se ha dicho de forma colosal y cruzó las fronteras para llegar hasta Europa.



                                                                                                                         Martín Ramos

Toramine. Camino hacia el abismo (Abstract)








Capítulo 12



Fronmd había despachado el primer envío de Toramine hacia Praga, de acuerdo con lo que habían pactado con Boyle días atrás. Todo había salido según lo planificado. El logístico era un genio en lo que a su trabajo se refería, y los barriles de Hidroxilamina donde escondió hábilmente con la ayuda de sus subordinados aquel barbitúrico, no debería tener problemas al llegar al puerto de La República Checa.

Cuando Boyle fue a visitar a Tirianov para felicitarlo por la nueva formula que el químico había modificado molecularmente para la Toramina, recibió el primer llamado. –Todo salió perfectamente (dijo Fronmd contento), recibieron el cargamento en Praga, pasó los estándares de control aduanero gracias a mi contacto allí. Por favor, ponga al tanto de ello a Sachenco, diez barriles esperan a que sean retirados bajo el nombre de Eugenio Sachenco. –Gracias, lo mantendré al tanto (respondió secamente Boyle).


                                                                                                                      Martín Ramos





Toramine. ¨Camino hacia el abismo¨











Capítulo 10




Mayer estaba avanzando en la investigación de la muerte de las dos mujeres. Aquel día se había decidido a encontrarse con su amigo Eduardo para que ambos se dirigiesen hacia el hospital donde en la morgue seguramente aún guardaban los registros de la muerte de Víctor Slovsky. Le era necesario e indispensable conocer los pormenores del deceso del marido de Amanda. Unos días atrás –misteriosamente-, se había puesto en contacto con Ernesto una mujer que se  presentó como una vieja amiga de su madre y que ambas se encontraban en perfecto estado en España, más precisamente en Madrid, ya que Amanda hacía mucho tiempo que no la visitaba, y según ella había tomado la decisión de hacerlo en forma precipitada, par despejar la mente. Esto dejó un poco intranquilo a Ernesto, pero por un corto lapso de tiempo aplacó las sospechas de que su madre podría haber llegado a desaparecer sin dejar rastros, luego de la misma forma, Mayer no sospecharía de la escabrosa desaparición de la mujer.
Los pormenores de aquella llamada se le atribuyeron más tarde a Sachenco, a sus influencias en aquel país europeo, y la mujer que había realizado la fatídica llamada había sido en otro tiempo su amante. Muchos favores fueron devueltos por la dama en cuestión a este fantasma y criminal que desde Praga manejaba ahora un negocio que cada vez se extendía más, y que lo estaba enriqueciendo como ningún otro antes lo había hecho.
Boyle era una persona que estaba al tanto de los movimientos que realizaba Mayer. No conocía bien a Eduardo Rodríguez, y no sabía que éste pertenecía a la agencia antidrogas. Pero tenía la certeza de que si aquel personaje estaba junto a Mayer, seguramente estaría husmeando en los asuntos relacionados con la muerte de Amanda. Había –por lo tanto-, un grupo de dos personas que desde que Mayer se puso en contacto con Ernesto por segunda vez, lo seguían a todas partes. Un sofisticado y costoso equipamiento de escuchas telefónicas y monitoreos en su casa y en su teléfono celular lo pusieron en alerta sobre la visita de ambos al hospital. Una de las mayores características y meritos de Boyle era su cinismo y su imaginación a la hora de hacer hablar a una persona y luego deshacerse de ella. Se podría decir que en estas cuestiones era un experto, hubo quien en algún momento lo tildó de artista. Ya lo había demostrado en el pasado con uno de sus amigos y colegas.
Mayer y su amigo al fin habían llegado hasta el hospital para averiguar sobre el asunto de Slovsky. Se presentaron como oficiales de policía ante el director de la morgue y pidieron los registros de los últimos cinco años. La base de datos era digitalizada, cada una de las defunciones que allí habían sido atendidas, el libro de guardia lo registraba meticulosamente. Los registros de Slovsky no aparecían entre los de las fechas en cuestión y eso  llamó la atención de ambos.
-(Mayer preguntó al informático), ¿existe la posibilidad de que algunas de las defunciones no se hayan volcado en el sistema informático?.
-¡No!. Todos los registros que la morgue posee están digitalizados y debidamente registrados, de aquí hasta el año 1997. Por lo tanto, o el deceso se produjo en otra de las ciudades o el cuerpo fue trasladado hacia uno de los hospitales de alguna de las ciudades vecinas. No veo otra forma de ayudarlos.
-¡Gracias!, (concluyó Mayer entre desilusionado e indignado por no haber podido hallar rastros del hombre).
En su auto, estacionado en la playa del Memorial,  ambos compañeros empezaron a trazar una red de hipótesis que eran de lo más pintorescas y variadas. Pero la que más resonó en ambas cabezas fue la de que Amanda debía haber trasladado el cuerpo de Slovsky hasta un hospital desconocido o en el peor de los casos haberlo enterrado en alguna parte del bosque, con suerte. Era crucial encontrar a la mujer, y ella estaba desconectada, desaparecida del mundo desde hacía casi un mes.
-Vamos a separarnos y yo me iré a investigar los registros de la base de datos de la central. (Dijo Mayer).
-Muy bien amigo, cualquier novedad que tengas llamame y manteneme al tanto, tengo que realizar un operativo en el que debemos secuestrar hoy a la tarde una cantidad importante de meta. Nos vemos. ¡Mucha suerte!.
Se dieron la mano y se dijeron que estarían en contacto por cualquier novedad que surgiese. Eduardo se montó en su automóvil y se dirigió rumbo a su casa, alejada unos cuatro kilómetros de la ciudad dentro de una pequeña parcela denominada ¨Haras Pino Verde¨. El auto con los dos tipos que seguían a todos lados a Mayer se pusieron en contacto con su jefe y preguntaron a cuál de los dos debían seguir y qué hacer. La respuesta de Boyle fue categórica: debían ir tras el otro tipo, y cuando llegasen a un lugar donde nadie pudiese verlos, si era posible de la manera más imperceptible, cruzarle el auto y secuestrarlo, era algo de máxima prioridad.
Como la suerte no siempre esta del lado de los buenos, la carretera que dirigía a Rodríguez hacia su casa pasaba por la ruta número 74, a ambos lados los pinos eran de la altura de unos veinte metros, al menos quince kilómetros tenía la ruta ese monótono paisaje; por lo tanto el lugar era perfecto para detener al amigo del Investigador. El tipo que iba en el asiento del acompañante que perseguía a Rodríguez sacó su MP5 con silenciador por la ventanilla, el auto de ambos hombres que lo seguía a pocos metros, se abrió un poco hacia la izquierda pasándose al carril contrario, cosa que a nadie perjudicaba porque la ruta en cuestión era poco transitada, digamos casi exclusiva de los moradores del pequeño condominio, por lo tanto cuando Rodríguez se percató de la maniobra que había hecho el automóvil que venía detrás suyo, atinó a pensar que lo iba a rebasar, no vió al tipo con el fusil automático que apenas se abría paso desde la ventanilla del lado derecho. Un solo disparo ¨certero¨, dio en la rueda trasera izquierda del auto perseguido. A los tipos no les importaba si el conductor llevaba puesto su cinturón de seguridad, en el caso de que no lo tuviese y volcase y aquel saliese disparado por el parabrisas o quedase aplastado luego de un vuelco espectacular, no importaba porque nada se les había dicho de que debían  capturarlo con vida, sólo entendieron los animales la palabra secuestro, pero no comprendían que ésta conllevaba la indicación implícita de que la víctima debía estar viva.
El automóvil luego de recibir el impacto empezó a tambalearse, Rodríguez no pudo mantenerlo dentro de la carretera, por fin luego de luchar por casi cien metros, la rueda delantera mordió el pasto de la banquina y violentamente se cruzó de carril, se precipitó hacia el alambrado del campo y luego de dos vueltas completas sobre sí, terminó con las ruedas mirando el cielo. Afortunadamente para las alimañas que había enviado Boyle, el conductor llevaba el cinturón puesto, de otra forma hubiese salido disparado por el parabrisas o alguna de las ventanillas y el final hubiese sido distinto.
Inconsciente dentro de su automóvil y sin poder moverse por el dolor y el aturdimiento, Rodríguez no atinó a sacarse el cinturón de seguridad que aún tenía colocado. Ambos tipos bajaron del otro automóvil que habían dejado estacionado al borde de la ruta y con la calma del cazador que espera su presa, se acercaron hasta el lugar donde había quedado el auto casi destrozado de Rodríguez. El de la MP5 apuntaba hacia el interior por si el individuo hacía alguna maniobra peligrosa, su compañero con una filosa navaja cortó el cinturón que sostenía a Eduardo todavía al asiento y éste cayó violentamente contra el techo. Más aturdido aún, atinó a sacar su Smith y Wesson Military Police 9 mm, pero fue en vano, porque el mismo tipo que lo liberó del cinturón, sin mediar palabra hizo un ademán con el rostro que negó aquella descabellada acción, y luego acto seguido quitó el arma de la funda del agente. Con la misma arma de aquel, de un culatazo en el medio de la frente a la altura de la nariz, que luego se percató que se la había roto por la violencia del golpe, terminó por desmayarlo. Entre ambos lo cargaron en el baúl del auto que los trasladaba. Habían puesto precintos en las piernas y las manos del pobre infeliz. Ahora debían llevarlo para que su jefe lo ¨interrogue¨. Era necesario y conveniente que los cabos sigan sin quedar sueltos, y Ernesto Rodríguez, sin saberlo, era uno de esos cabos que andaban dando vueltas y merodeando, metiendo el hocico en los lugares donde no se debe meterlo, por lo tanto el futuro que le esperaba no era precisamente uno de los mejores que un individuo pudiese esperar.
Se despertó en una habitación en penumbras, sin ventanas y atado a una silla. Su arma no estaba en su cintura, luego de un rato se percató que se la habían robado cuando tuvo el accidente en la ruta. Estaba aturdido todavía, le habían dado una dosis de Phentobarbital cuando había llegado al lugar, hacía aproximadamente tres horas. Cuando aún estaba entrando en el umbral de la conciencia alguien entró por la puerta de la habitación.
-¡Que tal mi amigo!. Espero que la hospitalidad de mis compañeros no haya sido lo suficientemente pesada como para dejarlo fuera de combate. ¿Cómo se encuentra ahora?.
-(Sin muchas fuerzas pero con convencimiento). ¡Vayasé al demonio!.
-Si. Me temía que una respuesta como esa era apropiada más aun cuando uno esta en un lugar desconocido y luego de haber tenido un accidente.
-¡Usted fue el responsable de que haya tenido ese accidente!. ¿Quién es usted, qué quiere?.
-Bueno, pongámoslo así: usted es el policía, por lo tanto es el experto aquí entre nosotros, siempre es el que hace las preguntas, usted es el que indefectiblemente está de este lado maltratando a los malos; pero dejemé decirle algo, hoy los roles se han invertido y ahora está del lado contrario, por lo tanto deberá entender que el que tiene que hacer las preguntas no es precisamente usted, sino yo.
-¡Ahora veo!. Usted es uno de esos que se creen que porque están de ese lado tienen el poder y la capacidad para hacer lo que es correcto. Dejemé decirle algo, lo correcto no siempre es lo que parece, y no siempre está del lado que tiene que estar. ¿Que quiere?. (Casi con furia).
-Bueno veo que es un tipo que va al grano directamente y eso me gusta. En primer lugar, mi apellido es Boyle, soy el mayor distribuidor del barbitúrico al que usted mismo sigue desde hace años y no sabe ni dónde ni quién lo fabrica, el Toramine. ¡Aquí estoy amigo, justo enfrente de sus narices!. (Sarcásticamente).
-Ja,ja,ja. Que paradoja la del destino, la sorpresa que me da es impecable. Años buscando al maldito y ahora lo tengo frente a mis narices. ¡Digamé si no se asemeja a esas películas donde el malo se disfraza de cordero!.
-Aquí la cosa no se trata de disfraces mi amigo. Yo no me ensucio las manos, yo soy la mente que me llevó hasta donde estoy hoy, aquí en este lugar, frente suyo y haciendo las preguntas. Entonces, la primera que tengo para usted y espero que sea sincero es: ¿Quién es su amigo con el cual ha estado trabajando durante los últimos meses?.
-¿Por qué no se lo pregunta a él mismo idiota?. (Con furia en los ojos).
-Porque me parece que usted puede responder a esa pregunta perfectamente. Yo ya he contribuido con su persona, en primer lugar le he confesado lo que siempre quiso saber. Entonces hagamos este trato, uno por uno. Yo cumplí como he dicho mi parte, le toca ahora a usted.
-Yo tengo otra pregunta para usted; ¿mató a la mujer para quedarse con el negocio?, eso no lo hace una mente maestra, eso lo hace un mediocre, un maldito. ¡Un asesino!.
-Voy a utilizar el ya tan trillado ¨el fin justifica los medios¨, dado que la mujer en cuestión no merecía vivir, su marido fue el que ideó el negocio, digamos que yo sólo estoy llevando adelante lo que él comenzó. Entonces digamé (preguntó nuevamente), ¿Quién es su compañero y qué sabe al respecto?. Sobre mi negocio quiero decir.
-Ya no importa, ¿cree que el precio que debo pagar es tan bajo como para que un maldito venga y me cuente quien es, lo que yo desde hace tanto tiempo y la unidad uno del departamento está buscando desde hace años, y que ahora termina con un pobre infeliz y ese mismo precio será el que me quitará la vida?. ¿Acaso me va a dejar salir por esa puerta caminando, luego de haberme contado quien es y de haberle visto la cara?. Mi primera reacción si pudiese sería traer a todos los muchachos y yo mismo meterle una bala en la cabeza, pero primero lo haría sufrir, como hizo sufrir a esas dos mujeres que murieron por su maldita ambición.
-En eso está equivocado. La mujer que maté fue la que envió a su sobrina y la amiga al otro lado, porque como le digo, en este negocio el fin justifica los medios.
Tengo otra pregunta para usted, ya le he sacado dos dudas o al menos he puesto en su conocimiento dos cosas que antes de llegar aquí desconocía. ¿El departamento está al tanto de sus investigaciones, o usted ha estado trabajando solo con su amigo?.
-Esto es como un amor no correspondido. Usted el que está del otro lado como dice, no puede sacarme información, le puedo asegurar que no voy a decirle absolutamente nada, pero de ahora en más, si muero, si me mata, su vida no valdrá nada, deberá cuidar su espalda en todo momento, porque sus días estarán contados.
-¡Bla,bla,bla,bla,bla!. Si seguramente que si, eso ya lo hago todos los días, siempre hay alguien que quiere a uno en este negocio meterle una bala por el culo. Así que no importa que otra más se me quiera meter por la espalda o por el mismo ojete, siempre hay lugar para otra. Bueno, última oportunidad. Usted no sabe lo que podemos hacerle para que hable, ¡por favor colabore, de esa forma su muerte será rápida y sin dolor!. Se lo prometo.
Rodríguez le escupió con fuerza la cara a Boyle. Éste sacó un pañuelo del bolsillo y se secó el rostro, lo miró fijamente a los ojos como si lo estuviera estudiando. Al cabo de unos segundos dio media vuelta y se retiró a la habitación contigua de la cabaña en donde tenían cautivo al policía. A los cinco minutos Rodríguez empezó a querer buscar la forma de desamarrarse de la silla que estaba atornillada al suelo, pero los precintos eran tan gruesos y fuertes que con cada movimiento le cortaban la piel, estaba comenzando a ensangrentarse las muñecas. Posteriormente a esto un tipo con un guardapolvo blanco entró en la habitación, traía consigo un maletín. Su aspecto era sombrío, parecía médico, con anteojos gruesos y una cara de inexpresión que aterrorizó a Eduardo, vestía pantalones finos y zapatos negros, tenía un reloj en la mano derecha, raro lugar, por lo general debía estar en su opuesta. Sin mediar palabra el médico ingresó a la habitación y sobre una mesa que se hallaba al lado de la silla puso el maletín. Allí lo dejó. Se sentó delante del desgraciado en la banqueta que hace unos momentos había ocupado Boyle. Se cruzó de brazos y comenzó a mirarlo fijamente a los ojos.
-¡Me presento ante mis pacientes, siempre lo hago!. Mi nombre es Joseph Porta, cirujano. Estoy aquí para sacarle información, y se dará cuenta de que no va a ser de la mejor manera, digamos la más agradable. Así que mientras preparo el instrumental dejaré que usted me diga si quiere que llame al señor Boyle, en ese caso, en el de que esté dispuesto a hablar, lo llamaré y me retiraré de aquí como si nunca hubiese atravesado esa puerta, sin utilizar mis herramientas de trabajo. ¿Qué le parece?.
Rodríguez estaba aterrorizado, pero su honor hizo que escupa las palabras que no tenían retorno.
-¡Usted maldito y su jefe pueden irse al infierno juntos, seguramente allí nos veremos!. (Lo dijo casi gritando, Boyle lo escuchó desde la otra habitación mientras fumaba un puro).
-Ok, entonces me temo que deberé comenzar a preparar los instrumentos. (Dijo el cirujano con una voz grave, casi lívida).
Rodríguez estaba desesperado, sabía que lo que vendría no sería agradable, que el maldito lo torturaría por orden de Boyle hasta sacarle la información a fuerza de tormentos. Pensaba en su esposa e hijo, sabía que lo estarían esperando en casa y que no los vería más. Sabía también que quedarían solos, que este mundo es injusto y que muchas veces defender el honor y hacer justicia no son la mejor manera de hacer las cosas, que trae aparejado riesgos, riesgos que ahora él debía pagar, pero que los sufrirían su familia en carne propia, por tomar decisiones correctas y a la vez equívocas.
Porta se acercó con una inyección de una sustancia color verdosa, comúnmente utilizada en los equipos de tortura de guerra para sacarle información al enemigo, la inyección era de Fosfato sódico[1]. En las cantidades que se aplican en estos casos produce un efecto inhibidor del sistema nervioso central, por lo que acentúa el dolor para que la víctima sufra hasta tres veces más el dolor que cualquier persona común. En algunos casos el riesgo por desmayo debido a las unidades de dolor que puede soportar el cuerpo humano de una persona adulta es alto, pero si el que lleva adelante el tratamiento de tortura es lo suficientemente hábil, una descarga eléctrica pondría de nuevo al interrogado en estado de alerta para seguir adelante. Porta tenía una pequeña picana eléctrica para el caso de que su paciente perdiera repentinamente la conciencia.
Al ver acercarse al cirujano con sus herramientas en la mesa con rueditas que puso al lado de él, Eduardo sintió que un frío sudor corría por su espalda desde la base de la cabeza hasta la punta de los pies. Vio también la picana y supuso que lo torturaría con electricidad, ese era el mejor de los horrores que le podía suceder.
-Antes de comenzar, ¿tiene algo que decir?.
-¡Vayasé al infierno maldito hijo de puta! (con asco y rabia al mismo tiempo gritó en la cara de Porta).
El cirujano tomó la hipodérmica con seis miligramos del fosfato y golpeó la jeringa para sacar cualquier burbuja que se pudiese formar dentro. Dio unos golpes en la parte posterior del brazo derecho de Rodríguez para que la vena aflorara sobre la dermis. Una vez que la encontró pinchó la misma y lentamente, disfrutándolo, comenzó a introducir en el torrente sanguíneo del que iba a atormentar aquella sustancia. Cuando terminó de hacerlo, Eduardo sentía que sus venas le quemaban, primero fue el brazo, luego de unos segundos el hombro, y al cabo de un minuto parecía como si todo su cuerpo hubiese sido poseído por un ardor casi insoportable, sus ojos desorbitados miraban a su alrededor, sus muñecas se laceraban cada vez más con los bruscos movimientos que hacía para zafarse de las ataduras. Por la fuerza que estaba haciendo –sobrehumana-, para desamarrarse, el precinto de su mano izquierda cedió, en ese momento el cirujano abrió grandemente los ojos, y un puñetazo con la fuerza de un toro fue a dar a su mentón. Eduardo había utilizado todas las fuerzas que le quedaban para golpear al hombre, fue tal aquel golpe que le dio, que el otro cayó desmayado en el piso. Boyle que estaba en la habitación contigua no oyó el ruido sordo que hizo el cuerpo de Porta al caer al suelo. Eduardo pudo con esa misma mano izquierda tomar un bisturí que estaba sobre la mesa y cortar el precinto de la mano derecha, lo mismo hizo con las ataduras de los pies. Estaba ahora libre. Debía salir, escaparse. La única opción que tenía era la puerta de entrada a la cabaña, porque sabía que en la otra puerta estaba Boyle y quién sabe si no estaría acompañado, y como si todo esto fuese poco, se sentía fatigado, débil. Por un instante, una fracción de segundo lo pensó mejor. Tomó uno de los escalpelos que estaban sobre la mesa, de un tamaño considerable y fue hacia la habitación donde estaba el maldito, era su pase de salida de aquel lugar, en la puerta de entrada seguramente habría matones armados que lo eliminarían al tratar de salir sin pensarlo, o sin una orden certera de su jefe harían que lo volviesen a atrapar y sería entonces el fin, por lo tanto debería realizar la jugada de tomar a Boyle como rehén. Al menos era un salvoconducto viable.
Con el cuchillo en mano desesperadamente se abalanzó a la puerta de la habitación contigua, prácticamente la derribó de la furia que tenia acumulada, sumada a la adrenalina del momento que su mente le estaba haciendo pasar en aquel trance. Para su sorpresa allí no había nadie; Avanzó (desconcertado) unos pasos hacia el sillón que se encontraba de espaldas a la puerta; una lámpara alumbraba un escritorio y una chimenea permanecía encendida por unos leños que casi estaban apagándose. Se sorprendió, no esperaba encontrarse con esa escena, esperaba por el contrario hallar al maldito y ponerle la afilada hoja sobre el cuello y salir de allí lo más rápido posible. Inesperadamente cuando giró sobre sí y quiso salir de la habitación, la figura de Boyle apareció detrás suyo; Como si por algún artilugio de magia hubiese transportado su cuerpo desde otro  lugar, se hubiese materializado de la nada misma. Una pistola estaba apuntándolo, la distancia era lo suficientemente grande como para abalanzarse sobre Boyle y cortarle el cuello, una bala era más rapida que cualquier movimiento que Rodríguez quisiese poner en práctica.
-Esto tendría que ser de otra manera. (Dijo Boyle mientras movía negativamente la cabeza). ¡Le ha roto el tabique a mi cirujano!.
El estampido retumbó en toda la cabaña, fue potente y ensordecedor al mismo tiempo. Un proyectil calibre cuarenta fue a dar directamente a la pantorrilla derecha de la pierna de Eduardo. El plomo destrozó el hueso por completo, podía verse roto fuera de la piel, astillado. La hemorragia era profusa y el dolor era aun mayor. Eduardo cayó instantáneamente al piso y se desvaneció.
Nuevamente volvió a despertarse amarrado a una silla, la misma que antes, el tiempo que había estado inconsciente no importaba, era la misma silla de donde se había logrado zafar media hora antes. Por el dolor estuvo inconsciente durante este periodo de tiempo aproximadamente. El cirujano que ya había vuelto en sí  puso un coagulante en la sangre de Rodríguez y esto paró la hemorragia de la herida de bala. Su pierna estaba destrozada y el dolor era casi insoportable. La nariz del cirujano había estado rota, pero –no sin dolor-, éste la colocó nuevamente en su lugar. Ahora estaba furioso, sentimiento que al empezar con su paciente no había experimentado, no era Eduardo uno más; esto (ahora) se había convertido  en algo personal, aparte de sacarle información, haría sufrir el doble de lo que antes habia estado dispuesto a hacerlo. Por el sólo hecho del sufrimiento que le había causado al romperle el tabique.
Otra inyección de aquella sustancia le fue suministrada al policía, otros seis miligramos ingresaron por intermedio de su torrente sanguíneo en su cuerpo; Esto hizo que su dolor aumentara aun más de lo que ya era casi insoportable. Luego de experimentar nuevamente el ardor en todo el cuerpo se desmayó, eran demasiadas las unidades de dolor que estaba soportando en un corto lapso de tiempo. Fue entonces cuando Porta cargó la picana eléctrica con ciento cincuenta amperes, la mitad de todo su potencial y el electrodo fue  puesto con malicia directamente en el oído derecho del infeliz. La intensidad de la corriente que recorrió su cuerpo lo hizo convulsionar, en un espasmo casi agónico que lo reanimó, luego de ello vino un gran grito de dolor.
-Debe permanecer despierto mi amigo, si por cada vez que se desmaye tendré que aplicarle corriente, terminare por freírlo antes de que me dé lo que necesito saber. (Dijo sarcásticamente el cirujano).
-¡Hijo de Puta!.
-¿Quién es su compañero y qué sabe del negocio?.
Eduardo con la poca dignidad que le quedaba volvió a escupir, esta vez la cara del maldito con guardapolvo blanco.
-Este instrumento (enseñándoselo), era utilizado por los médicos de la edad media para hacer agujeros en los cráneos de aquellos pacientes mentales a los que debía de practicárseles una lobotomía, luego la medicina avanzó y hoy se utiliza una herramienta mas sutil, pero en aquellas épocas todo estaba en ascuas, la medicina era la ciencia de la carnicería humana, y los pobres infelices que se sometían a los tratamientos,   o bien morían al cabo de pocos días o semanas invadidos sus cuerpos pestilentes de  septicemias o simplemente porque  no aguantaban el dolor. Hoy no perforaré su cráneo, por el contrario lo haré en su rótula, es un lugar sensible, la destrozará claro, y sufrirá de padres, pero creo que es conveniente la rodilla a el cráneo, eso lo dejo para lo último, el cráneo es el último recurso, si el paciente no cede, es como el postre que pide el que cae en el pecado de la Gula, pero quedesé tranquilo que son muy pocos los que llegan a esas instancias, o dicen lo que saben o mueren antes de llegar a esa instancia.
Eduardo estaba aterrorizado, el dolor que experimentaba en su pierna acrecentado por la inyección era terrible, ahora la situación empeoraría cada vez más. El cirujano no se tomó el trabajo de arremangarle los pantalones y  apoyó la mecha de doce milímetros de diámetro sobre la rodilla izquierda del paciente por sobre el pantalón que llevaba puesto y por última vez preguntó si tenía algo que decir, ante la negativa y los insultos proferidos por Eduardo motivados por la impotencia y el dolor que estaba sufriendo, el cirujano presionó la mecha sobre la rótula del desgraciado y comenzó lentamente a taladrarla, a medida que iba ingresando y destrozando el hueso, los aullidos de dolor de Eduardo hacían retumbar la casa, que como en una novela nórdica de fondo sonaba una sinfonía que hacía más espeso el ambiente, hasta que el cirujano no traspasó la mecha de lado a lado la rodilla, no dejó de agujerear. El dolor era insoportable, la mecha fue separada del taladro manual y quedó alojada en aquel lugar. Eduardo volvió a desvanecerse. –Al final es un flojo. (Había dicho con una sonrisa el cirujano).
Porta se tomó un pequeño descanso y prendió un cigarro, al cabo de unos minutos de pitar agarró nuevamente la picana y con la misma cantidad de amperes, apoyó el electrodo sobre la lengua de Rodríguez, una vez allí, presionó el botón. Fue tan violento el choque que el pobre hombre experimentó una convulsión que hizo que sacara espuma por la boca. Se despertó pidiendo por favor que parase todo aquello, que le diría todo lo que sabía, pero que por favor pare de hacerle daño. Lo imploró por su hijo pequeño. En ese momento el cirujano llamó a la puerta de la habitación contigua y cruzó unas palabras con Boyle.
-(La cara de éste al ver aquella grotesca escena representada por el paciente fue de asco). Terminemos con esto Rodríguez. Soy un hombre comprensible y humano, esto no tendría que haber sucedido, usted no debería haber soportado todo este sufrimiento. Si de primera mano me hubiese contado lo que sabe, la cuestión se habría terminado hace largo rato y de una manera más ¨humana¨. Pero me forzó a hacer algo que no quería hacerle, por lo tanto, digamé de una vez por todas qué sabe usted y su amigo sobre mi negocio, hasta dónde llegaron con la investigación propia de un par de  idiotas que están llevando a cabo y qué saben de la muerte de Amanda.
Eduardo Rodríguez contó todo. Su boca escupía las palabras como si fuese una catarata, como si su lengua imitase una maquina de producir y articular palabras y sonidos, sabía que iba a morir, pero quería que fuese pronto, que todo termine de una vez por todas. Lo dijo todo, no escondió nada ni en el rincón más oscuro de su mente, hasta dio datos que no le había dado a su compañero. Así estaban de complicadas las cosas para el policía.
Por alguna razón Boyle entendió que este tipo podría serle útil, que de alguna forma se apiadaría de salvarle la vida a cambio de la información que le dio, entonces le dijo:
-Lamento que la información tan valiosa que me dio haya tenido que salir de su boca de la forma en que lo hizo. Le pido mis más sinceras disculpas. Si usted está de acuerdo en hacer un trato con migo, lo dejaré vivir, sino acá en este instante todo se termina para usted, le prometo que será rápido, una bala le destrozará el cráneo, ni lo sentirá. Piense en su familia, en su hijito. No tengo ganas de matarlo. Mi propuesta es la siguiente: Quiero que siga trabajando con Mayer, que lo acompañe en sus procedimientos sobre la investigación que me está haciendo, pero quiero que plante pistas falsas, y que llegado el momento me lo entregue, nosotros nos encargaremos de él. Tal vez lo que le pido excede su código de honor y compañerismo, sé que lo conoce desde hace más de quince años, que es como su hermano; pero entienda mi amigo que si usted no hace esto, acá se termina su vida, su familia, todo. Le doy mi palabra de honor de que si usted trabaja para mi, sin que nadie lo sepa (nosotros nos encargaremos también de ello), durante unas dos semanas, tres a lo sumo y me entrega a Mayer, le daré dos millones de dólares en una cuenta en el exterior, en Panamá, a nombre suyo o de su esposa y arreglaremos todo para que usted comience allí una nueva vida, este país no tiene tratado de extradición por lo tanto nunca lo buscarán allí y en el caso de que lo encuentren no podrá ser deportado. Se lo digo con el corazón en la mano y mi más sincero respeto, por usted y su familia, acepte la oferta o todo se termina aquí. Le daré unos minutos para que lo piense.
Boyle se levantó de la silla, le hizo un ademán al cirujano para que ponga en la boca de Eduardo un cigarro y al cabo de unos minutos ambos dejaron al interrogado solo sentado en la silla. Aun el dolor era insoportable, su pierna izquierda estaba destrozada y su rótula tenía una mecha clavada, no podía mover ninguna de las dos extremidades, pero estaba vivo. Se le vino a la mente la imagen de su hijito, la de su esposa y del trato que le había propuesto aquel maldito. Por primera vez en su vida, Boyle había sido sincero; Era verdad que haría lo que le había prometido, todo tenía un precio, pero era cierto. Eduardo no quería morir, se debatía mentalmente en una pelea donde su conciencia dictaba órdenes contrarias a las que estaba por acordar con un criminal. Toda su vida se la había pasado luchando contra este tipo de animales, y ahora la misma vida lo había puesto en una encrucijada donde debía hacer un trato para mantenerse con vida, para no perder a su familia, para que su hijo y su mujer no pierdan a el hombre que era, en definitiva para que su familia siga siendo una familia, gente humilde pero feliz. La puerta contigua se abrió al cabo de unos pocos minutos y apareció nuevamente aquel animal.
-Aquí tengo mi Glock .40, la misma que le destrozó la pierna. (La empuñaba en la mano derecha). Digamé, ¿ha tomado usted una decisión inteligente?.
-¿Cómo puedo confiar en que usted cumplirá con su palabra?.
-Amigo, mi palabra vale más que cualquier contrato que pueda firmar ante cualquier notario, lo que le he prometido no lo he hecho con nadie, usted es la primera persona con la que haré un trato, por lo general, y digo siempre, mato a las personas que han visto mi cara y que saben lo que le he contado a usted. Estrecharemos nuestras manos, el cirujano lo dormirá y extraerá ese elemento de su rodilla, le inyectará morfina para el dolor y lo dejaremos en un hospital. Usted dirá que fue secuestrado por la gente que distribuye los barbitúricos, y que fue interrogado pero que por resistirse y no decir nada fue torturado salvajemente (los pormenores están a la vista), y creído muerto. Usted hará lo demás e inventará sus argumentos si es que los necesita ante sus superiores, esa parte le corresponde a su capacidad como policía y su habilidad en la materia, nos pondremos en contacto con usted, serán sólo dos semanas, pero si no me entrega a Mayer o si revela mi identidad ante sus jefes, primero mataremos a su hijo, luego a su mujer, que seguramente morirá carbonizada en el auto con el cual va a buscar al pequeño a la escuela, y por último usted morirá de la peor manera que pueda existir, le inyectaremos una dosis tan grande de barbitúricos que explotará.
Eduardo Rodríguez y Boyle cerraron el trato. La palabra del animal se cumplió, lo habían dejado tirado en la guardia del hospital.



                                                                                                      Martín Ramos

[1] El fosfato sódico es empleado para el funcionamiento del organismo, debido a su capacidad de regular sales minerales en el organismo. El fosfato sódico de celulosa, por ejemplo, se usa para prevenir la formación de cálculos renales. Por otro lado, los fosfatso monosódico y disódico se utilizan en la composición de laxantes de acción osmótica.

Despedida

Cuando pensó que llegaría a destino, faltando pocos metros para cruzar el obscuro camino que la llevaría de nuevo a su casa, una mujer se in...