Petrov
por orden de Diatlov, puso dentro de los habanos que habían de fumar, una dosis
letal pero controlada del bacilo del Ántrax. Aquella dosis que fue insertada
dentro del tabaco de los cigarros, era lo suficientemente potente como para
exterminar a un ser humano en dos horas, luego claro está, de haber ingerido
aquella dosis. La muerte por esta enfermedad no es algo que sea de lo más
agradable. Se empieza con una pequeña tos, muy parecida a la que da comienzo a
una gripe leve, luego de ello la temperatura corporal comienza a elevarse
progresivamente pero de manera constante hasta alcanzar luego de ingresado el
bacilo en el torrente sanguíneo, a unos cuarenta grados centígrados, en algunos
casos uno o dos grados más, por lo tanto la persona empieza a delirar por la
excesiva fiebre corporal, lo primero que comienzan a producir disfunción son
los pulmones, las vías respiratorias se congestionan producto de ulceraciones
dentro del esófago y por último la pleura; subsiguientemente se produce un
sangrado interno que produce la muerte por asfixia, mientras tanto comienza a prepararse una parálisis total de
los miembros inferiores y superiores del
cuerpo. La persona está conciente en el proceso, la muerte es lenta y dolorosa si no se trata
con el antídoto correspondiente, claro, un derivado de la Metilamina que
Diatlov y Petrov tenían en su poder, pero que Sachenco carecía. Todo quedó
resuelto y comenzaron a brindar. Lo que Sachenco no sabía era que tanto Diatlov
como Petrov habían previamente tomado el antídoto, de todas formas luego de
salir de allí, deberían ser tratados con urgencia, porque el poder del bacilo
es lo suficiente como para que con una sola dosis de antídoto no se pueda
salvar a un ser humano.
Sachenco
no tardó en encender un puro, convidó otro a Petrov y lo mismo hizo con Diatlov
y Boyle. En ese instante, la mirada que Diatlov le dirigió a Boyle fue algo que
aquel tomó como una señal, la que le salvaría luego la vida, un leve movimiento
de ojos hizo que desistiera de agarrar el puro. Boyle le hizo un ademán
terminante a Sachenco de que no fumaba y que quería seguir con buena salud para
llevar a buen puerto los negocios. Sachenco lo miró fijamente; al otro la
sangre por un instante se le heló dentro de su propio cuerpo, y su corazón pareció
dejar de palpitar por unos segundos; Luego de ello Sachenco largó una gran
carcajada, -Estos científicos son de lo más extraño, por Dios, ¡si hubiese
seguido esos pasos, hoy sería otro hombre!. Luego de aquellas palabras los tres
encendieron sus correspondientes cigarros, pitaron largamente por el espacio de
veinte minutos, conversaron de cosas banales, de nimiedades, ya todo estaba
resuelto, hasta Sachenco dijo, prometió, que enviaría un par de mujeres, (de
las mejores) para que los genios del Toramine se relajaran. Los otros
sorprendidos asintieron y sonrieron de la mejor manera que pudieron. Al cabo de
media hora de perder el tiempo en habladurías, de pronto, en forma abrupta Sachenco
se paró, Petrov hizo exactamente lo mismo. Miró fijamente al otro. En ese
instante el guardaespaldas de aquel sintió algo extraño y llevó su mano a la
cintura donde tenía su pistola. Sachenco cómodamente sentado en su sillón miró también
fijamente a Diatlov y sonrió, una mueca que simulaba, que fingía camaradería
pero que escondía una traición que jamás llevaría a cabo.
Estrecharon
sus manos. Quedaron en encontrarse al día siguiente para ultimar los detalles
de la importación de la droga en los barriles de los envíos de la Hidroxilamina
de Fronmd hacia el país y luego el negocio estaría cerrado definitivamente.
Sachenco se incorporó de su sillón y estrechó fuertemente la mano de Diatlov,
la de Petrov y la de Boyle, quedó satisfecho, todo estaba en camino, el negocio
se había puesto en marcha ya.
De
pronto una tos seca salió de su boca, la atribuyó a los constantes cambios de
temperatura y a la calefacción deficiente de la oficina. Cruzaron unas últimas
palabras y se retiraron.
Boyle a
los quince minutos de que los otros dos hayan desaparecido del lugar, pidió
permiso a Sachenco para poder retirarse a descansar y le sugirió a éste que se
mantenga en contacto vía telefónica con él para la reunión prevista para el
otro día. Nada sabía de lo que le esperaba al pobre diablo, nunca se lo había
comunicado Diatlov. Luego de marcharse, Sachenco quedó solo en su oficina, y al
cabo de unas copas comenzó a sentir el peso del alcohol en su cabeza, la tos se
hizo cada vez más fuerte, su hombre de confianza le preguntó si necesitaba
algo, a lo que respondió con una negativa y que lo dejase tranquilo. El otro
sin mediar palabra se retiró y dejó a su jefe en la penumbra de la oficina, con
su puro que aun humeaba y su vaso de vodka que cada vez que se estaba por
vaciar, volvía mágicamente a llenarse.
Cuando
luego de tres horas sin que el jefe diese novedades de alguna necesidad, uno de
sus hombres golpeó la puerta de la oficina, para corroborar que todo esté en
orden, el silencio era total, no se oía absolutamente nada del otro lado de
aquella placa. El hombre insistió con más fuerza. Cuando al tercer intento, y
pensando que Sachenco estaría bajo los efectos del alcohol, no obtuvo respuesta
certera, decidió entrar. La puerta no estaba cerrada con llave.
El
infeliz estaba con la cabeza apoyada sobre el escritorio, y una de sus manos
estaba agarrando fuertemente un cuadro donde había una foto con una niña que en
otro tiempo supo ser su nieta y que desde hacía mucho tiempo no había vuelto a
ver. Cuando el hombre se acercó al cuerpo tendido sobre el escritorio y trató
de despertarlo, observó una gran mancha de sangre alrededor de su cara, ésta
había sido expulsada por su nariz. Entró en un estado de pánico abrumador y lo volcó
contra el respaldo del sillón donde estaba sentado. La sorpresa fue trágica y nefasta
al mismo tiempo. Sachenco, aquel poderoso ícono de la Guerra Fría, había
sufrido las consecuencias de la enfermedad, había agonizado por un par de horas
y de la manera en que debía terminar aquella situación; murió asfixiado sin
poder pedir auxilio. Era tarde, el bacilo del ántrax había hecho bien su
trabajo, pero aun así, el hombre, el mismo que lo encontró en aquel estado execrable
llamó a gritos, desesperado, a sus compañeros.
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