Toramine. ¨Camino hacia el abismo¨











Capítulo 10




Mayer estaba avanzando en la investigación de la muerte de las dos mujeres. Aquel día se había decidido a encontrarse con su amigo Eduardo para que ambos se dirigiesen hacia el hospital donde en la morgue seguramente aún guardaban los registros de la muerte de Víctor Slovsky. Le era necesario e indispensable conocer los pormenores del deceso del marido de Amanda. Unos días atrás –misteriosamente-, se había puesto en contacto con Ernesto una mujer que se  presentó como una vieja amiga de su madre y que ambas se encontraban en perfecto estado en España, más precisamente en Madrid, ya que Amanda hacía mucho tiempo que no la visitaba, y según ella había tomado la decisión de hacerlo en forma precipitada, par despejar la mente. Esto dejó un poco intranquilo a Ernesto, pero por un corto lapso de tiempo aplacó las sospechas de que su madre podría haber llegado a desaparecer sin dejar rastros, luego de la misma forma, Mayer no sospecharía de la escabrosa desaparición de la mujer.
Los pormenores de aquella llamada se le atribuyeron más tarde a Sachenco, a sus influencias en aquel país europeo, y la mujer que había realizado la fatídica llamada había sido en otro tiempo su amante. Muchos favores fueron devueltos por la dama en cuestión a este fantasma y criminal que desde Praga manejaba ahora un negocio que cada vez se extendía más, y que lo estaba enriqueciendo como ningún otro antes lo había hecho.
Boyle era una persona que estaba al tanto de los movimientos que realizaba Mayer. No conocía bien a Eduardo Rodríguez, y no sabía que éste pertenecía a la agencia antidrogas. Pero tenía la certeza de que si aquel personaje estaba junto a Mayer, seguramente estaría husmeando en los asuntos relacionados con la muerte de Amanda. Había –por lo tanto-, un grupo de dos personas que desde que Mayer se puso en contacto con Ernesto por segunda vez, lo seguían a todas partes. Un sofisticado y costoso equipamiento de escuchas telefónicas y monitoreos en su casa y en su teléfono celular lo pusieron en alerta sobre la visita de ambos al hospital. Una de las mayores características y meritos de Boyle era su cinismo y su imaginación a la hora de hacer hablar a una persona y luego deshacerse de ella. Se podría decir que en estas cuestiones era un experto, hubo quien en algún momento lo tildó de artista. Ya lo había demostrado en el pasado con uno de sus amigos y colegas.
Mayer y su amigo al fin habían llegado hasta el hospital para averiguar sobre el asunto de Slovsky. Se presentaron como oficiales de policía ante el director de la morgue y pidieron los registros de los últimos cinco años. La base de datos era digitalizada, cada una de las defunciones que allí habían sido atendidas, el libro de guardia lo registraba meticulosamente. Los registros de Slovsky no aparecían entre los de las fechas en cuestión y eso  llamó la atención de ambos.
-(Mayer preguntó al informático), ¿existe la posibilidad de que algunas de las defunciones no se hayan volcado en el sistema informático?.
-¡No!. Todos los registros que la morgue posee están digitalizados y debidamente registrados, de aquí hasta el año 1997. Por lo tanto, o el deceso se produjo en otra de las ciudades o el cuerpo fue trasladado hacia uno de los hospitales de alguna de las ciudades vecinas. No veo otra forma de ayudarlos.
-¡Gracias!, (concluyó Mayer entre desilusionado e indignado por no haber podido hallar rastros del hombre).
En su auto, estacionado en la playa del Memorial,  ambos compañeros empezaron a trazar una red de hipótesis que eran de lo más pintorescas y variadas. Pero la que más resonó en ambas cabezas fue la de que Amanda debía haber trasladado el cuerpo de Slovsky hasta un hospital desconocido o en el peor de los casos haberlo enterrado en alguna parte del bosque, con suerte. Era crucial encontrar a la mujer, y ella estaba desconectada, desaparecida del mundo desde hacía casi un mes.
-Vamos a separarnos y yo me iré a investigar los registros de la base de datos de la central. (Dijo Mayer).
-Muy bien amigo, cualquier novedad que tengas llamame y manteneme al tanto, tengo que realizar un operativo en el que debemos secuestrar hoy a la tarde una cantidad importante de meta. Nos vemos. ¡Mucha suerte!.
Se dieron la mano y se dijeron que estarían en contacto por cualquier novedad que surgiese. Eduardo se montó en su automóvil y se dirigió rumbo a su casa, alejada unos cuatro kilómetros de la ciudad dentro de una pequeña parcela denominada ¨Haras Pino Verde¨. El auto con los dos tipos que seguían a todos lados a Mayer se pusieron en contacto con su jefe y preguntaron a cuál de los dos debían seguir y qué hacer. La respuesta de Boyle fue categórica: debían ir tras el otro tipo, y cuando llegasen a un lugar donde nadie pudiese verlos, si era posible de la manera más imperceptible, cruzarle el auto y secuestrarlo, era algo de máxima prioridad.
Como la suerte no siempre esta del lado de los buenos, la carretera que dirigía a Rodríguez hacia su casa pasaba por la ruta número 74, a ambos lados los pinos eran de la altura de unos veinte metros, al menos quince kilómetros tenía la ruta ese monótono paisaje; por lo tanto el lugar era perfecto para detener al amigo del Investigador. El tipo que iba en el asiento del acompañante que perseguía a Rodríguez sacó su MP5 con silenciador por la ventanilla, el auto de ambos hombres que lo seguía a pocos metros, se abrió un poco hacia la izquierda pasándose al carril contrario, cosa que a nadie perjudicaba porque la ruta en cuestión era poco transitada, digamos casi exclusiva de los moradores del pequeño condominio, por lo tanto cuando Rodríguez se percató de la maniobra que había hecho el automóvil que venía detrás suyo, atinó a pensar que lo iba a rebasar, no vió al tipo con el fusil automático que apenas se abría paso desde la ventanilla del lado derecho. Un solo disparo ¨certero¨, dio en la rueda trasera izquierda del auto perseguido. A los tipos no les importaba si el conductor llevaba puesto su cinturón de seguridad, en el caso de que no lo tuviese y volcase y aquel saliese disparado por el parabrisas o quedase aplastado luego de un vuelco espectacular, no importaba porque nada se les había dicho de que debían  capturarlo con vida, sólo entendieron los animales la palabra secuestro, pero no comprendían que ésta conllevaba la indicación implícita de que la víctima debía estar viva.
El automóvil luego de recibir el impacto empezó a tambalearse, Rodríguez no pudo mantenerlo dentro de la carretera, por fin luego de luchar por casi cien metros, la rueda delantera mordió el pasto de la banquina y violentamente se cruzó de carril, se precipitó hacia el alambrado del campo y luego de dos vueltas completas sobre sí, terminó con las ruedas mirando el cielo. Afortunadamente para las alimañas que había enviado Boyle, el conductor llevaba el cinturón puesto, de otra forma hubiese salido disparado por el parabrisas o alguna de las ventanillas y el final hubiese sido distinto.
Inconsciente dentro de su automóvil y sin poder moverse por el dolor y el aturdimiento, Rodríguez no atinó a sacarse el cinturón de seguridad que aún tenía colocado. Ambos tipos bajaron del otro automóvil que habían dejado estacionado al borde de la ruta y con la calma del cazador que espera su presa, se acercaron hasta el lugar donde había quedado el auto casi destrozado de Rodríguez. El de la MP5 apuntaba hacia el interior por si el individuo hacía alguna maniobra peligrosa, su compañero con una filosa navaja cortó el cinturón que sostenía a Eduardo todavía al asiento y éste cayó violentamente contra el techo. Más aturdido aún, atinó a sacar su Smith y Wesson Military Police 9 mm, pero fue en vano, porque el mismo tipo que lo liberó del cinturón, sin mediar palabra hizo un ademán con el rostro que negó aquella descabellada acción, y luego acto seguido quitó el arma de la funda del agente. Con la misma arma de aquel, de un culatazo en el medio de la frente a la altura de la nariz, que luego se percató que se la había roto por la violencia del golpe, terminó por desmayarlo. Entre ambos lo cargaron en el baúl del auto que los trasladaba. Habían puesto precintos en las piernas y las manos del pobre infeliz. Ahora debían llevarlo para que su jefe lo ¨interrogue¨. Era necesario y conveniente que los cabos sigan sin quedar sueltos, y Ernesto Rodríguez, sin saberlo, era uno de esos cabos que andaban dando vueltas y merodeando, metiendo el hocico en los lugares donde no se debe meterlo, por lo tanto el futuro que le esperaba no era precisamente uno de los mejores que un individuo pudiese esperar.
Se despertó en una habitación en penumbras, sin ventanas y atado a una silla. Su arma no estaba en su cintura, luego de un rato se percató que se la habían robado cuando tuvo el accidente en la ruta. Estaba aturdido todavía, le habían dado una dosis de Phentobarbital cuando había llegado al lugar, hacía aproximadamente tres horas. Cuando aún estaba entrando en el umbral de la conciencia alguien entró por la puerta de la habitación.
-¡Que tal mi amigo!. Espero que la hospitalidad de mis compañeros no haya sido lo suficientemente pesada como para dejarlo fuera de combate. ¿Cómo se encuentra ahora?.
-(Sin muchas fuerzas pero con convencimiento). ¡Vayasé al demonio!.
-Si. Me temía que una respuesta como esa era apropiada más aun cuando uno esta en un lugar desconocido y luego de haber tenido un accidente.
-¡Usted fue el responsable de que haya tenido ese accidente!. ¿Quién es usted, qué quiere?.
-Bueno, pongámoslo así: usted es el policía, por lo tanto es el experto aquí entre nosotros, siempre es el que hace las preguntas, usted es el que indefectiblemente está de este lado maltratando a los malos; pero dejemé decirle algo, hoy los roles se han invertido y ahora está del lado contrario, por lo tanto deberá entender que el que tiene que hacer las preguntas no es precisamente usted, sino yo.
-¡Ahora veo!. Usted es uno de esos que se creen que porque están de ese lado tienen el poder y la capacidad para hacer lo que es correcto. Dejemé decirle algo, lo correcto no siempre es lo que parece, y no siempre está del lado que tiene que estar. ¿Que quiere?. (Casi con furia).
-Bueno veo que es un tipo que va al grano directamente y eso me gusta. En primer lugar, mi apellido es Boyle, soy el mayor distribuidor del barbitúrico al que usted mismo sigue desde hace años y no sabe ni dónde ni quién lo fabrica, el Toramine. ¡Aquí estoy amigo, justo enfrente de sus narices!. (Sarcásticamente).
-Ja,ja,ja. Que paradoja la del destino, la sorpresa que me da es impecable. Años buscando al maldito y ahora lo tengo frente a mis narices. ¡Digamé si no se asemeja a esas películas donde el malo se disfraza de cordero!.
-Aquí la cosa no se trata de disfraces mi amigo. Yo no me ensucio las manos, yo soy la mente que me llevó hasta donde estoy hoy, aquí en este lugar, frente suyo y haciendo las preguntas. Entonces, la primera que tengo para usted y espero que sea sincero es: ¿Quién es su amigo con el cual ha estado trabajando durante los últimos meses?.
-¿Por qué no se lo pregunta a él mismo idiota?. (Con furia en los ojos).
-Porque me parece que usted puede responder a esa pregunta perfectamente. Yo ya he contribuido con su persona, en primer lugar le he confesado lo que siempre quiso saber. Entonces hagamos este trato, uno por uno. Yo cumplí como he dicho mi parte, le toca ahora a usted.
-Yo tengo otra pregunta para usted; ¿mató a la mujer para quedarse con el negocio?, eso no lo hace una mente maestra, eso lo hace un mediocre, un maldito. ¡Un asesino!.
-Voy a utilizar el ya tan trillado ¨el fin justifica los medios¨, dado que la mujer en cuestión no merecía vivir, su marido fue el que ideó el negocio, digamos que yo sólo estoy llevando adelante lo que él comenzó. Entonces digamé (preguntó nuevamente), ¿Quién es su compañero y qué sabe al respecto?. Sobre mi negocio quiero decir.
-Ya no importa, ¿cree que el precio que debo pagar es tan bajo como para que un maldito venga y me cuente quien es, lo que yo desde hace tanto tiempo y la unidad uno del departamento está buscando desde hace años, y que ahora termina con un pobre infeliz y ese mismo precio será el que me quitará la vida?. ¿Acaso me va a dejar salir por esa puerta caminando, luego de haberme contado quien es y de haberle visto la cara?. Mi primera reacción si pudiese sería traer a todos los muchachos y yo mismo meterle una bala en la cabeza, pero primero lo haría sufrir, como hizo sufrir a esas dos mujeres que murieron por su maldita ambición.
-En eso está equivocado. La mujer que maté fue la que envió a su sobrina y la amiga al otro lado, porque como le digo, en este negocio el fin justifica los medios.
Tengo otra pregunta para usted, ya le he sacado dos dudas o al menos he puesto en su conocimiento dos cosas que antes de llegar aquí desconocía. ¿El departamento está al tanto de sus investigaciones, o usted ha estado trabajando solo con su amigo?.
-Esto es como un amor no correspondido. Usted el que está del otro lado como dice, no puede sacarme información, le puedo asegurar que no voy a decirle absolutamente nada, pero de ahora en más, si muero, si me mata, su vida no valdrá nada, deberá cuidar su espalda en todo momento, porque sus días estarán contados.
-¡Bla,bla,bla,bla,bla!. Si seguramente que si, eso ya lo hago todos los días, siempre hay alguien que quiere a uno en este negocio meterle una bala por el culo. Así que no importa que otra más se me quiera meter por la espalda o por el mismo ojete, siempre hay lugar para otra. Bueno, última oportunidad. Usted no sabe lo que podemos hacerle para que hable, ¡por favor colabore, de esa forma su muerte será rápida y sin dolor!. Se lo prometo.
Rodríguez le escupió con fuerza la cara a Boyle. Éste sacó un pañuelo del bolsillo y se secó el rostro, lo miró fijamente a los ojos como si lo estuviera estudiando. Al cabo de unos segundos dio media vuelta y se retiró a la habitación contigua de la cabaña en donde tenían cautivo al policía. A los cinco minutos Rodríguez empezó a querer buscar la forma de desamarrarse de la silla que estaba atornillada al suelo, pero los precintos eran tan gruesos y fuertes que con cada movimiento le cortaban la piel, estaba comenzando a ensangrentarse las muñecas. Posteriormente a esto un tipo con un guardapolvo blanco entró en la habitación, traía consigo un maletín. Su aspecto era sombrío, parecía médico, con anteojos gruesos y una cara de inexpresión que aterrorizó a Eduardo, vestía pantalones finos y zapatos negros, tenía un reloj en la mano derecha, raro lugar, por lo general debía estar en su opuesta. Sin mediar palabra el médico ingresó a la habitación y sobre una mesa que se hallaba al lado de la silla puso el maletín. Allí lo dejó. Se sentó delante del desgraciado en la banqueta que hace unos momentos había ocupado Boyle. Se cruzó de brazos y comenzó a mirarlo fijamente a los ojos.
-¡Me presento ante mis pacientes, siempre lo hago!. Mi nombre es Joseph Porta, cirujano. Estoy aquí para sacarle información, y se dará cuenta de que no va a ser de la mejor manera, digamos la más agradable. Así que mientras preparo el instrumental dejaré que usted me diga si quiere que llame al señor Boyle, en ese caso, en el de que esté dispuesto a hablar, lo llamaré y me retiraré de aquí como si nunca hubiese atravesado esa puerta, sin utilizar mis herramientas de trabajo. ¿Qué le parece?.
Rodríguez estaba aterrorizado, pero su honor hizo que escupa las palabras que no tenían retorno.
-¡Usted maldito y su jefe pueden irse al infierno juntos, seguramente allí nos veremos!. (Lo dijo casi gritando, Boyle lo escuchó desde la otra habitación mientras fumaba un puro).
-Ok, entonces me temo que deberé comenzar a preparar los instrumentos. (Dijo el cirujano con una voz grave, casi lívida).
Rodríguez estaba desesperado, sabía que lo que vendría no sería agradable, que el maldito lo torturaría por orden de Boyle hasta sacarle la información a fuerza de tormentos. Pensaba en su esposa e hijo, sabía que lo estarían esperando en casa y que no los vería más. Sabía también que quedarían solos, que este mundo es injusto y que muchas veces defender el honor y hacer justicia no son la mejor manera de hacer las cosas, que trae aparejado riesgos, riesgos que ahora él debía pagar, pero que los sufrirían su familia en carne propia, por tomar decisiones correctas y a la vez equívocas.
Porta se acercó con una inyección de una sustancia color verdosa, comúnmente utilizada en los equipos de tortura de guerra para sacarle información al enemigo, la inyección era de Fosfato sódico[1]. En las cantidades que se aplican en estos casos produce un efecto inhibidor del sistema nervioso central, por lo que acentúa el dolor para que la víctima sufra hasta tres veces más el dolor que cualquier persona común. En algunos casos el riesgo por desmayo debido a las unidades de dolor que puede soportar el cuerpo humano de una persona adulta es alto, pero si el que lleva adelante el tratamiento de tortura es lo suficientemente hábil, una descarga eléctrica pondría de nuevo al interrogado en estado de alerta para seguir adelante. Porta tenía una pequeña picana eléctrica para el caso de que su paciente perdiera repentinamente la conciencia.
Al ver acercarse al cirujano con sus herramientas en la mesa con rueditas que puso al lado de él, Eduardo sintió que un frío sudor corría por su espalda desde la base de la cabeza hasta la punta de los pies. Vio también la picana y supuso que lo torturaría con electricidad, ese era el mejor de los horrores que le podía suceder.
-Antes de comenzar, ¿tiene algo que decir?.
-¡Vayasé al infierno maldito hijo de puta! (con asco y rabia al mismo tiempo gritó en la cara de Porta).
El cirujano tomó la hipodérmica con seis miligramos del fosfato y golpeó la jeringa para sacar cualquier burbuja que se pudiese formar dentro. Dio unos golpes en la parte posterior del brazo derecho de Rodríguez para que la vena aflorara sobre la dermis. Una vez que la encontró pinchó la misma y lentamente, disfrutándolo, comenzó a introducir en el torrente sanguíneo del que iba a atormentar aquella sustancia. Cuando terminó de hacerlo, Eduardo sentía que sus venas le quemaban, primero fue el brazo, luego de unos segundos el hombro, y al cabo de un minuto parecía como si todo su cuerpo hubiese sido poseído por un ardor casi insoportable, sus ojos desorbitados miraban a su alrededor, sus muñecas se laceraban cada vez más con los bruscos movimientos que hacía para zafarse de las ataduras. Por la fuerza que estaba haciendo –sobrehumana-, para desamarrarse, el precinto de su mano izquierda cedió, en ese momento el cirujano abrió grandemente los ojos, y un puñetazo con la fuerza de un toro fue a dar a su mentón. Eduardo había utilizado todas las fuerzas que le quedaban para golpear al hombre, fue tal aquel golpe que le dio, que el otro cayó desmayado en el piso. Boyle que estaba en la habitación contigua no oyó el ruido sordo que hizo el cuerpo de Porta al caer al suelo. Eduardo pudo con esa misma mano izquierda tomar un bisturí que estaba sobre la mesa y cortar el precinto de la mano derecha, lo mismo hizo con las ataduras de los pies. Estaba ahora libre. Debía salir, escaparse. La única opción que tenía era la puerta de entrada a la cabaña, porque sabía que en la otra puerta estaba Boyle y quién sabe si no estaría acompañado, y como si todo esto fuese poco, se sentía fatigado, débil. Por un instante, una fracción de segundo lo pensó mejor. Tomó uno de los escalpelos que estaban sobre la mesa, de un tamaño considerable y fue hacia la habitación donde estaba el maldito, era su pase de salida de aquel lugar, en la puerta de entrada seguramente habría matones armados que lo eliminarían al tratar de salir sin pensarlo, o sin una orden certera de su jefe harían que lo volviesen a atrapar y sería entonces el fin, por lo tanto debería realizar la jugada de tomar a Boyle como rehén. Al menos era un salvoconducto viable.
Con el cuchillo en mano desesperadamente se abalanzó a la puerta de la habitación contigua, prácticamente la derribó de la furia que tenia acumulada, sumada a la adrenalina del momento que su mente le estaba haciendo pasar en aquel trance. Para su sorpresa allí no había nadie; Avanzó (desconcertado) unos pasos hacia el sillón que se encontraba de espaldas a la puerta; una lámpara alumbraba un escritorio y una chimenea permanecía encendida por unos leños que casi estaban apagándose. Se sorprendió, no esperaba encontrarse con esa escena, esperaba por el contrario hallar al maldito y ponerle la afilada hoja sobre el cuello y salir de allí lo más rápido posible. Inesperadamente cuando giró sobre sí y quiso salir de la habitación, la figura de Boyle apareció detrás suyo; Como si por algún artilugio de magia hubiese transportado su cuerpo desde otro  lugar, se hubiese materializado de la nada misma. Una pistola estaba apuntándolo, la distancia era lo suficientemente grande como para abalanzarse sobre Boyle y cortarle el cuello, una bala era más rapida que cualquier movimiento que Rodríguez quisiese poner en práctica.
-Esto tendría que ser de otra manera. (Dijo Boyle mientras movía negativamente la cabeza). ¡Le ha roto el tabique a mi cirujano!.
El estampido retumbó en toda la cabaña, fue potente y ensordecedor al mismo tiempo. Un proyectil calibre cuarenta fue a dar directamente a la pantorrilla derecha de la pierna de Eduardo. El plomo destrozó el hueso por completo, podía verse roto fuera de la piel, astillado. La hemorragia era profusa y el dolor era aun mayor. Eduardo cayó instantáneamente al piso y se desvaneció.
Nuevamente volvió a despertarse amarrado a una silla, la misma que antes, el tiempo que había estado inconsciente no importaba, era la misma silla de donde se había logrado zafar media hora antes. Por el dolor estuvo inconsciente durante este periodo de tiempo aproximadamente. El cirujano que ya había vuelto en sí  puso un coagulante en la sangre de Rodríguez y esto paró la hemorragia de la herida de bala. Su pierna estaba destrozada y el dolor era casi insoportable. La nariz del cirujano había estado rota, pero –no sin dolor-, éste la colocó nuevamente en su lugar. Ahora estaba furioso, sentimiento que al empezar con su paciente no había experimentado, no era Eduardo uno más; esto (ahora) se había convertido  en algo personal, aparte de sacarle información, haría sufrir el doble de lo que antes habia estado dispuesto a hacerlo. Por el sólo hecho del sufrimiento que le había causado al romperle el tabique.
Otra inyección de aquella sustancia le fue suministrada al policía, otros seis miligramos ingresaron por intermedio de su torrente sanguíneo en su cuerpo; Esto hizo que su dolor aumentara aun más de lo que ya era casi insoportable. Luego de experimentar nuevamente el ardor en todo el cuerpo se desmayó, eran demasiadas las unidades de dolor que estaba soportando en un corto lapso de tiempo. Fue entonces cuando Porta cargó la picana eléctrica con ciento cincuenta amperes, la mitad de todo su potencial y el electrodo fue  puesto con malicia directamente en el oído derecho del infeliz. La intensidad de la corriente que recorrió su cuerpo lo hizo convulsionar, en un espasmo casi agónico que lo reanimó, luego de ello vino un gran grito de dolor.
-Debe permanecer despierto mi amigo, si por cada vez que se desmaye tendré que aplicarle corriente, terminare por freírlo antes de que me dé lo que necesito saber. (Dijo sarcásticamente el cirujano).
-¡Hijo de Puta!.
-¿Quién es su compañero y qué sabe del negocio?.
Eduardo con la poca dignidad que le quedaba volvió a escupir, esta vez la cara del maldito con guardapolvo blanco.
-Este instrumento (enseñándoselo), era utilizado por los médicos de la edad media para hacer agujeros en los cráneos de aquellos pacientes mentales a los que debía de practicárseles una lobotomía, luego la medicina avanzó y hoy se utiliza una herramienta mas sutil, pero en aquellas épocas todo estaba en ascuas, la medicina era la ciencia de la carnicería humana, y los pobres infelices que se sometían a los tratamientos,   o bien morían al cabo de pocos días o semanas invadidos sus cuerpos pestilentes de  septicemias o simplemente porque  no aguantaban el dolor. Hoy no perforaré su cráneo, por el contrario lo haré en su rótula, es un lugar sensible, la destrozará claro, y sufrirá de padres, pero creo que es conveniente la rodilla a el cráneo, eso lo dejo para lo último, el cráneo es el último recurso, si el paciente no cede, es como el postre que pide el que cae en el pecado de la Gula, pero quedesé tranquilo que son muy pocos los que llegan a esas instancias, o dicen lo que saben o mueren antes de llegar a esa instancia.
Eduardo estaba aterrorizado, el dolor que experimentaba en su pierna acrecentado por la inyección era terrible, ahora la situación empeoraría cada vez más. El cirujano no se tomó el trabajo de arremangarle los pantalones y  apoyó la mecha de doce milímetros de diámetro sobre la rodilla izquierda del paciente por sobre el pantalón que llevaba puesto y por última vez preguntó si tenía algo que decir, ante la negativa y los insultos proferidos por Eduardo motivados por la impotencia y el dolor que estaba sufriendo, el cirujano presionó la mecha sobre la rótula del desgraciado y comenzó lentamente a taladrarla, a medida que iba ingresando y destrozando el hueso, los aullidos de dolor de Eduardo hacían retumbar la casa, que como en una novela nórdica de fondo sonaba una sinfonía que hacía más espeso el ambiente, hasta que el cirujano no traspasó la mecha de lado a lado la rodilla, no dejó de agujerear. El dolor era insoportable, la mecha fue separada del taladro manual y quedó alojada en aquel lugar. Eduardo volvió a desvanecerse. –Al final es un flojo. (Había dicho con una sonrisa el cirujano).
Porta se tomó un pequeño descanso y prendió un cigarro, al cabo de unos minutos de pitar agarró nuevamente la picana y con la misma cantidad de amperes, apoyó el electrodo sobre la lengua de Rodríguez, una vez allí, presionó el botón. Fue tan violento el choque que el pobre hombre experimentó una convulsión que hizo que sacara espuma por la boca. Se despertó pidiendo por favor que parase todo aquello, que le diría todo lo que sabía, pero que por favor pare de hacerle daño. Lo imploró por su hijo pequeño. En ese momento el cirujano llamó a la puerta de la habitación contigua y cruzó unas palabras con Boyle.
-(La cara de éste al ver aquella grotesca escena representada por el paciente fue de asco). Terminemos con esto Rodríguez. Soy un hombre comprensible y humano, esto no tendría que haber sucedido, usted no debería haber soportado todo este sufrimiento. Si de primera mano me hubiese contado lo que sabe, la cuestión se habría terminado hace largo rato y de una manera más ¨humana¨. Pero me forzó a hacer algo que no quería hacerle, por lo tanto, digamé de una vez por todas qué sabe usted y su amigo sobre mi negocio, hasta dónde llegaron con la investigación propia de un par de  idiotas que están llevando a cabo y qué saben de la muerte de Amanda.
Eduardo Rodríguez contó todo. Su boca escupía las palabras como si fuese una catarata, como si su lengua imitase una maquina de producir y articular palabras y sonidos, sabía que iba a morir, pero quería que fuese pronto, que todo termine de una vez por todas. Lo dijo todo, no escondió nada ni en el rincón más oscuro de su mente, hasta dio datos que no le había dado a su compañero. Así estaban de complicadas las cosas para el policía.
Por alguna razón Boyle entendió que este tipo podría serle útil, que de alguna forma se apiadaría de salvarle la vida a cambio de la información que le dio, entonces le dijo:
-Lamento que la información tan valiosa que me dio haya tenido que salir de su boca de la forma en que lo hizo. Le pido mis más sinceras disculpas. Si usted está de acuerdo en hacer un trato con migo, lo dejaré vivir, sino acá en este instante todo se termina para usted, le prometo que será rápido, una bala le destrozará el cráneo, ni lo sentirá. Piense en su familia, en su hijito. No tengo ganas de matarlo. Mi propuesta es la siguiente: Quiero que siga trabajando con Mayer, que lo acompañe en sus procedimientos sobre la investigación que me está haciendo, pero quiero que plante pistas falsas, y que llegado el momento me lo entregue, nosotros nos encargaremos de él. Tal vez lo que le pido excede su código de honor y compañerismo, sé que lo conoce desde hace más de quince años, que es como su hermano; pero entienda mi amigo que si usted no hace esto, acá se termina su vida, su familia, todo. Le doy mi palabra de honor de que si usted trabaja para mi, sin que nadie lo sepa (nosotros nos encargaremos también de ello), durante unas dos semanas, tres a lo sumo y me entrega a Mayer, le daré dos millones de dólares en una cuenta en el exterior, en Panamá, a nombre suyo o de su esposa y arreglaremos todo para que usted comience allí una nueva vida, este país no tiene tratado de extradición por lo tanto nunca lo buscarán allí y en el caso de que lo encuentren no podrá ser deportado. Se lo digo con el corazón en la mano y mi más sincero respeto, por usted y su familia, acepte la oferta o todo se termina aquí. Le daré unos minutos para que lo piense.
Boyle se levantó de la silla, le hizo un ademán al cirujano para que ponga en la boca de Eduardo un cigarro y al cabo de unos minutos ambos dejaron al interrogado solo sentado en la silla. Aun el dolor era insoportable, su pierna izquierda estaba destrozada y su rótula tenía una mecha clavada, no podía mover ninguna de las dos extremidades, pero estaba vivo. Se le vino a la mente la imagen de su hijito, la de su esposa y del trato que le había propuesto aquel maldito. Por primera vez en su vida, Boyle había sido sincero; Era verdad que haría lo que le había prometido, todo tenía un precio, pero era cierto. Eduardo no quería morir, se debatía mentalmente en una pelea donde su conciencia dictaba órdenes contrarias a las que estaba por acordar con un criminal. Toda su vida se la había pasado luchando contra este tipo de animales, y ahora la misma vida lo había puesto en una encrucijada donde debía hacer un trato para mantenerse con vida, para no perder a su familia, para que su hijo y su mujer no pierdan a el hombre que era, en definitiva para que su familia siga siendo una familia, gente humilde pero feliz. La puerta contigua se abrió al cabo de unos pocos minutos y apareció nuevamente aquel animal.
-Aquí tengo mi Glock .40, la misma que le destrozó la pierna. (La empuñaba en la mano derecha). Digamé, ¿ha tomado usted una decisión inteligente?.
-¿Cómo puedo confiar en que usted cumplirá con su palabra?.
-Amigo, mi palabra vale más que cualquier contrato que pueda firmar ante cualquier notario, lo que le he prometido no lo he hecho con nadie, usted es la primera persona con la que haré un trato, por lo general, y digo siempre, mato a las personas que han visto mi cara y que saben lo que le he contado a usted. Estrecharemos nuestras manos, el cirujano lo dormirá y extraerá ese elemento de su rodilla, le inyectará morfina para el dolor y lo dejaremos en un hospital. Usted dirá que fue secuestrado por la gente que distribuye los barbitúricos, y que fue interrogado pero que por resistirse y no decir nada fue torturado salvajemente (los pormenores están a la vista), y creído muerto. Usted hará lo demás e inventará sus argumentos si es que los necesita ante sus superiores, esa parte le corresponde a su capacidad como policía y su habilidad en la materia, nos pondremos en contacto con usted, serán sólo dos semanas, pero si no me entrega a Mayer o si revela mi identidad ante sus jefes, primero mataremos a su hijo, luego a su mujer, que seguramente morirá carbonizada en el auto con el cual va a buscar al pequeño a la escuela, y por último usted morirá de la peor manera que pueda existir, le inyectaremos una dosis tan grande de barbitúricos que explotará.
Eduardo Rodríguez y Boyle cerraron el trato. La palabra del animal se cumplió, lo habían dejado tirado en la guardia del hospital.



                                                                                                      Martín Ramos

[1] El fosfato sódico es empleado para el funcionamiento del organismo, debido a su capacidad de regular sales minerales en el organismo. El fosfato sódico de celulosa, por ejemplo, se usa para prevenir la formación de cálculos renales. Por otro lado, los fosfatso monosódico y disódico se utilizan en la composición de laxantes de acción osmótica.

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