Lo desconocido



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Una mañana de febrero había llegado yo al cabo de doce horas de viaje, al pequeño pueblito alejado tanto como deseaba de aquella pegajosa y detestable jungla de cemento en la que vivía los días de mi cansada y ajetreada vida. Yo era, -soy-, trabajador en una oficina de esas donde la humedad y la luz artificial se combinan allí abajo, en el sótano de una torre de cemento de más de treinta pisos. Allí confinado a mis tareas diarias, que no correspondían a otra cosa que estar no menos de diez horas frente a una pantalla para cargar datos de otras empresas, era algo que tediosamente llevaba adelante con el mayor de los desagrados. Era el único empleo que me proporcionaba el sustento diario y la renta del departamento que alquilaba en aquella monstruosa ciudad llena de gentes que no conocía y -creo-, no llegaría a conocer jamás, no porque no me importase, no porque fuese un ermitaño, pero el tedioso trabajo sólo me daba tiempo para ir hasta aquella oscura caja que día a día me absorbía y luego me dejaba regresar con las fuerzas de un niño cansado a mis aposentos para comer, dormir y al otro día volver a empezar.
Bajé de mi automóvil para estirar las piernas y poder contemplar unos instantes aquel paisaje solitario, plagado de árboles y coníferas que me rodeaba inmensamente. Me sentí por un momento renovado, y al respirar el aire fresco y perfumado por aquella naturaleza que me daba la bienvenida, no pude pensar en otra cosa: (soy por unos días libre). Estaba parado a un costado del camino, en una banquina impregnada por la humedad glaciar de aquellos árboles. Decidí volver al auto para recorrer los últimos kilómetros que me separaban de mi casa de fin de semana. Encendí el motor y cuando en el preciso instante que quise retomar la carretera, las ruedas traseras de mi auto se convirtieron metafóricamente en palas que quieren surcar un océano revuelto por el más furioso de los vientos. Sentí como cada vez que aceleraba me hundía más y más en ese fango pegajoso, hasta que de pronto estuve a dos metros por debajo del nivel del camino. Increíblemente había caído en aquel barranco sin haberme percatado previamente que no debí estacionarme sobre aquella pequeña explanada barrosa.
Caí en cuenta que estaba oscureciendo y que los pocos rayos de sol que se colaban entre aquel bosque estaban mermando lentamente para dar paso a una silenciosa oscuridad. Debería esperar tal vez que algún vecino u habitante de aquel lugar llegase para poder socorrerme. Por suerte, si debiese pasar allí la noche había tenido la precaución de llevar en el baúl algunos alimentos y agua para abastecerme durante al menos un día llegado el caso que arribase de noche a la cabaña y tuviese que salir al otro día a por las provisiones. Habían pasado al menos dos horas desde que me había enterrado en aquel pozo, ya la noche era bastante oscura y no había señales de que algún auto a esas horas anduviese por aquellos caminos. Pero pensé que tal vez al amanecer, alguien pasaría y lograría rescatarme de aquel lugar donde me había sumergido accidentalmente.
A las pocas horas, -según mi reloj la media noche- empecé a sentir hambre y bajé hacia la parte trasera para hacerme de algunas provisiones para saciar el apetito. Dentro de una mochila había queso, algún salamín y una botella con agua, agarré un pedazo generoso de pan y un cuchillo. Bastaba para tener una cena decente por lo menos aquella noche. Volví a encerrarme dentro del habitáculo, encendí la luz del techo interior y comencé a preparar una pequeña pero sabrosa picada. El asiento del acompañante me sirvió de provisoria mesa puesto previamente sobre éste un saco que llevaba en la parte posterior del asiento para no arruinar el tapizado. Comencé cortando el salame, el queso y el pan para hacerme dos o tres sanguches que calmasen mi hambruna. Tomé algunos sorbos de agua y por esa noche fue suficiente. Comenzaba a apoderarse de mi un sueño lento pero progresivo. Dejé los utensillos y restos de comida en el asiento trasero y recliné la butaca donde me hallaba sentado para poder conciliar el sueño que me estaba dominando.
No habrían transcurrido dos horas de haberme dormido profundamente, cuando del otro lado del camino, -yo no podía verlo debido a que me hallaba al menos dos metros por debajo de éste-, cuando de pronto una luz que al principio era tenue, fue tomando un poco más de fuerza al cabo de unos minutos. No podría describir con exactitud la intensidad de su luminiscencia debido a que como dije no me llegaba directamente. Lo único que puedo decir era que si estaba del otro lado y el camino no dejaba que me alumbrase directamente, aquella debería de ser lo suficientemente fuerte como para encandilar a cualquier vehículo que transitase la carretera. Llamó ésto poderosamente mi atención y decidí bajar del automóvil para ver de qué se trataba aquello. Para mi sorpresa, la puerta del vehículo no se abría, pensé por un momento (absurdamente), que el impacto de la caída había provocado algún tipo de avería en la cerradura. Traté de bajar el vidrio y para peor, la palaquilla se partió como un escarbadientes. Sin perder la calma me moví hacia el asiento del acompañante y realicé idéntica tarea, al igual que del otro lado, la puerta estaba cerrada y por más que tratase con todas mis fuerzas de empujarla, no pude abrirla, idénticamente sucedió con la palanquilla del vidrio. Pensé que estaba viviendo algún tipo de sueño irreal, tal vez fuese una pesadilla, pero todo era producto de mi imaginación, ninguna pesadilla me oprimía y aquello estaba sucediendo realmente. Decidí repetir la tarea en las puertas traseras, pero sucedió exactamente lo mismo. No pude abrirlas. Volví a mi asiento delantero y contemplé aquella misteriosa luz que del otro lado iluminaba por completo los árboles hasta su copa, así de intensa y poderosa era.
El sueño que unos instantes atrás invadía mi mente, se había disipado por completo. Ahora perplejo observaba aquella extraña luminiscencia que del otro lado del camino parecía abarcarlo todo por completo. Así sentado en la butaca quedé absorto por algunos momentos perpetuando un hipnotismo que parecía invadirme por completo. Posiblemente luego de diez o quince minutos lentamente aquél irritante y condenado sol que estaba al otro lado comenzó a mermar lentamente. Como si el alma de un ser viviente se apagase de a poco delante de mis ojos. Creo que cuando habrían pasado unos veinte minutos la luz feneció por completo. Increíblemente la puerta de mi lado se abrió sin que hiciese el menor esfuerzo, sin que tratase por mis propios medios de abrirla. Decidí, no sin un poco de temor, bajar del vehículo y escalar hasta el camino para acercarme al otro lado y observar si encontraba la fuente que la había provocado; pensé por unos instantes que alguien con un tractor o algo así me hubo visto descender hasta aquella banquina y no pudo poder rescatarme. Pero si hubiese sido así, ¿por qué no se acercó hacia mi para tratar de brindarme ayuda?, al momento aquel pensamiento fue descartado y escudriñé otras alternativas que no me ayudaron a develar lo misterioso que había sido aquel suceso mientras duró. Miré a mi alrededor y la noche era tan cerrada que no podía distinguir los árboles que me circundaban, y para mi pesar, la luna no estaba presente en el punto más alto del cielo. Con un cansancio más que evidente volví a subir al automóvil para tratar de conciliar el sueño y tal vez al amanecer, nuevamente surgió la idea, alguien pasaría en mi ayuda. Me recosté y aquello fue todo, me sumí en un sueño profundo alejado de los pensamientos que me embargaban y que trataban de explicar aquella situación con la mayor coherencia posible.
El amanecer recién estaba dejando ver sus primeros destellos sobre los troncos de los árboles, cuando de pronto sentí en medio de mi lento despertar un fuerte golpe sobre el lado izquierdo de la chapa, creí que se trataba de alguien que había golpeado con fuerza mi puerta para hacerme levantar, pero en cambio cuando descendí pude ver que una gran piña de uno de los pinos había hecho una abolladura en la puerta delantera. No se trataba de alguien, sino de algo lo que había sentido. Permanecí fuera del vehículo para estirar las piernas y volver a percibir aquel aroma que me resultaba agradable. Nuevamente miré a mi alrededor y me acerqué hacia el borde del camino para ver si por alguna razón encontraba alguna huella que me indicase que se hubiese tratado de algún vehículo el que había venido en mi ayuda, pero la hojarasca que había caído de los pinos durante no sé cuánto tiempo se veía intacta, sin el más mínimo atisbo de que algún aldeano o vecino hubiese venido en mi socorro. Decidí descender hacia el lado opuesto adonde se encontraba mi auto para escudriñar mejor el lugar. Caminé unos metros y una vez bajado el suave barranco  no pude ver absolutamente nada. Todo estaba intacto y no había ningún rastro de vehículo o algo similar. Me adentré un poco en el bosque y la hojarasca se extendía como un manto amarillento por todas partes sin ningún rastro humano o de maquinaria alguna. Al cabo de un par de minutos me encontraba a unos cuantos metros del pie del barranco y decidí volver mis pasos para llegarme a mi coche. Cuando de pronto sobre la corteza de uno de los pinos a tientas pude observar que en dirección a donde se había proyectado aquella cegante luz, había un signo de quemadura, no podría explicarlo bien, pero cuando me acerqué a aquel árbol, pude ver que efectivamente parte de la corteza se había pulverizado, como si se hubiese quemado y dejaba ver al desnudo lo blanquecino del tronco.
Me sorprendió muchísimo aquella visión dado que lo que yo había imaginado, era que simplemente se trataba de algún tipo de fuente de iluminación, pero al parecer había algo más que ello, dado que una simple luz no puede barrer la corteza de un árbol a menos que ésta haya sido removida previamente por alguna mano humana o animal. Como todavía no eran las doce del mediodía decidí comenzar a caminar en dirección a donde me dirigía, tal vez con suerte pudiese encontrar alguna casa y si la casualidad estuviese también de mi lado podrían ayudarme a sacar mi coche de aquella hondonada. Comencé mi travesía mirando los árboles que me circundaban y la espesura de aquel bosque. Todo parecía que se trataba de un enredo o maraña de árboles, ramas y hojas secas desparramadas en un manto que lo cubría todo. Luego de haber caminado unas dos horas me percaté de que no me había aprovisionado de comida o bebida alguna, y a esas alturas el calor se estaba haciendo cada vez más crudo, y con la mezcla de la humedad proveniente del bosque el sopor era lo bastante insoportable como para seguir mi excursión. De más está decir que en aquellas horas que caminé por el borde de la ruta, no conseguí divisar ni una sola casa o rancho a quién pedir auxilio.
Por un momento pensé que nuevamente esto se trataba de un sueño, que era imposible que durante kilómetros no hubiese encontrado un alma, ni de a pie, ni en automóvil que pasase por aquel camino solitario, solamente yo me encontraba en las fauces de este inmenso bosque y este derrotero que parecía interminable, con un zigzagueo permanente y un rumbo aparentemente incierto. Decidí emprender la vuelta con la esperanza de cruzar a alguien, y de llegar para comer algo que me calmase el apetito. No habría hecho unos cuantos kilómetros cuando en un punto no muy bien definido por mí, creí haber visto en la línea del horizonte sobre aquel camino que transitaba a pie, algún tipo de vehículo que se acercaba pero que no podía vislumbrar con exactitud. Era mucha la distancia que me separaba pero aún así podía ver que se trataba de algo que venía en dirección a mi. Seguí caminando a paso normal y esa masa amorfa que con los rayos del sol y la distancia no me permitían distinguir con certeza de qué se trataba se estaba acercando lentamente. Cuando por fin estuve relativamente cerca comencé a darme cuenta que aquello era algún tipo de vehículo que reflejaba potentemente los rayos del sol, y cuanto más me acercaba a él debía por la fuerza luminosa que emanaba entrecerrar los ojos para que no me encegueciera. Por último opté por pararme en medio de la ruta y cubrirlos con ambas manos para no quedar ciego. A medida que más se acercaba, el calor era proporcionalmente nefasto, agobiante. Luego de unos instantes de permanecer con la cara cubierta por mis manos y sin poder mirar aquel objeto, el calor repentinamente desapareció, fue entonces cuando abrí nuevamente los ojos y con asombro pude ver que aquella cosa que estaba a cientos de metros frente a mi había desaparecido de la faz de la tierra.
Sin poder comprender qué había sido aquello, proseguí mi camino hasta el auto tratando de escudriñar las más amplias posibilidades de un hombre crédulo pero a la vez reticente. ¿Qué había sido lo que había ocurrido la noche anterior, qué era lo que ahora había visto y que de pronto así como apareció se esfumó sin dejar rastro alguno?. Mi mente daba vueltas sobre las más alocadas hipótesis, desde algún tipo de broma de cualquier lugareño hasta imágenes de películas que había visto de chico sobre la existencia de vida extraterrestre. Cuando llegué al automóvil me dirigí hacia la parte posterior para volver a buscar comida y saciar mi apetito que a esas alturas era abundante. Abrí la caja del baúl y para mi sorpresa, ¡estaba vacía!. No había restos de la comida que había dejado la noche anterior pero lo demás estaba intacto, en uno de los bolsillos de la mochila busqué mi billetera y encontré todo en su lugar, o casi todo, ya que luego de examinarla exhaustivamente me di cuenta que mi credencial de identidad no estaba. No recuerdo haberla olvidado, siempre salía con todos mis papeles personales, más aún tratándose de un viaje de estas características. Me sorprendí en gran manera. Busqué en mis bolsillos, en el interior del coche, en la guantera, pero la búsqueda no dio resultado. Mi credencial no aparecía por ningún lado.
Me sentí desolado, con una fuerte frustración. Tenía hambre, sed y por algún motivo mi credencial personal no se hallaba entre mis pertenencias. Lo peor era que no podía explicarme cómo si en ningún momento me había cruzado con un alma viviente a lo largo del camino, y mirando exhaustivamente en derredor mío aquel bosque era infinitamente solitario y fantasmal, alguien (no sé qué o quién) hubo podido tomar mis pertenencias a plena luz del día y con tanta impunidad. Volví a la parte trasera nuevamente como tratando de imaginar que esto no podía ser posible, pero al fin de cuentas, todo estaba como cuando abrí el maletero, la comida no estaba. Me dejé caer a un costado del vehículo y tomé la cabeza entre mis manos, tratando de darle una explicación lógica a lo que me estaba sucediendo. Al fin y al cabo solamente quería unas vacaciones de mi trabajo, de aquella ciudad que me oprimía pero ahora sentía angustia y temor, sin comida y sin ningún alma a kilómetros a la redonda en cuestión de días si no encontraba una solución a aquella situación acabaría muerto de inanición o de sed. El sol estaba empezando a esconder sus rayos tras los altos árboles, la noche se volvía a acercar oscura y entonces decidí que lo mejor sería entrar en el auto y comer los restos de la noche anterior y la poca agua que había quedado en el botellón. Mis labios ardían y mi estómago crujía. Con avidez devoré cuanto pude rescatar y sorbí hasta la última gota que quedaba en el bidón de agua. Por el momento estaba saciado, pero sabía que el próximo día sería aún peor y que ya sin comida ni agua las cosas empeorarían. Encendí la radio para escuchar un poco de música y poner a tiro mis nervios que me estaban jugando una mala pasada. De punta a punta recorrí el dial en busca de alguna estación de radio pero lo único que logré fue captar un ruido monótono, un susurro que por momentos desaparecía hasta hacerse imperceptible y por otros  se tornaba tan agudo que debía bajar el volumen, ¿qué es esto? Pensé. Y sin dudarlo apagué el receptor. Ya la noche estaba abrazando el bosque y ya sea por el cansancio o por el poco alimento que había ingerido, mi cuerpo estaba entrando en una somnolencia que hacía que mis párpados se cerraran pesadamente. No recuerdo con certeza la hora en la que ocurrió el nuevo suceso, lo único que puedo decir es que éste fue más espantoso que el de la noche anterior. Ahora no era aquella luz que se había posado del otro lado del camino, por el contrario y para mi perplejidad, sentía que el auto se tambaleaba fuertemente, miré por las ventanillas, la noche era oscura pero no tanto como para no darme cuenta si alguien estaba moviendo el carro. Salté al asiento trasero, miré por la luneta, me abalancé hacia adelante, traté sin poderlo de bajar los vidrios y no pude ver nada en absoluto, nada que hiciese que el auto se moviese con tal furia que parecía que de un momento a otro iba a volcar, a ponerse patas para arriba. Era tan fuerte el balanceo que comencé a gritar de desesperación, un miedo espeluznante se apoderó de mi y a lo único que atiné fue a recostarme en el asiento trasero para tratar de amortiguar aquellas embestidas infernales de las cuales estaba siendo víctima. Me tapé los oídos con las manos, puesto que se comenzó a oír un murmullo ensordecedor, los movimientos frenéticos y violentos no cesaban y aquel ruido era cada vez más alto e impetuoso. Aún con las manos en mis oídos apretando fuertemente los escuchaba como si los tuviese dentro de mis tímpanos. Aquello que estaba viviendo era terrible, era en el mejor de los casos la peor pesadilla que jamás haya soñado. Todo dentro del móvil se movía de un lado hacia el otro, y en un momento la violencia de aquellas embestidas hicieron que me cayese al suelo, boca abajo. Soporté todo lo que pude, y ¿qué podía hacer sino esperar que aquella tortura enviada desde los propios infiernos terminase de una vez?. Creo que luego de unos diez minutos el movimiento cesó, no así el agudo sonido que todavía podía escuchar, pero que lentamente sentí que se perdía tragado por el bosque.
Me desperté porque un rayo de sol daba sobre mi frente. Todavía estaba aturdido y sentía que mi cabeza estaba a punto de estallar. Mi boca reseca y mi estómago hambriento eran la más sublime atrocidad que me estaba tocando vivir. No podía creer aquella situación, no entendía qué había sido aquello que me había sacudido con una fuerza que era igual a la de diez hombres tratando de voltear el vehículo y aún más, qué es lo que había producido ese extraño zumbido que prácticamente me había dejado ensordecido.
Cuando logré espabilarme un poco, recordé las estaciones de radio que captaba el transmisor la noche anterior y escudriñando en mi mente y dentro de mis recuerdos cercanos, comprendí que aquel sonido que acompañaba los infernales sacudones era idéntico al que había escuchado en el radio. Mi boca seguro en ese momento al igual que mi rostro deben haber reflejado una expresión de terror. Me hallaba solo en medio de un bosque donde no parecía habitar ser alguno, y que las cosas que habían sucedido y por las que había pasado mi mente podía catalogarlas de sobrenaturales, golpee fuertemente mi cabeza y me dije que esto no era posible, que solamente me hallaba en un bosque al costado del camino y que debía de una u otra forma volver a tomar la ruta, como fuese, para llegar a destino.
Encendí el motor de mi auto que por milagro aulló sin inconvenientes, cerré los ojos y me encomendé a Dios para que pudiese enderezarlo y ayudado por el envión pudiese escalar aquella pendiente que con el paso de dos días se había puesto más firme. Aceleré con furia y conecté la primera marcha. El motor bramaba con todas sus fuerzas y sin dudarlo solté el embrague. Zigzagueando de un lado al otro me desplazaba lentamente por el fondo de aquella ladera adquiriendo poco a poco más velocidad, cuando en el momento en que pensé que había alcanzado la suficiente, pegué un volantazo hacia la carretera para subir aquella hondonada, el auto parecía querer agarrarse con todas sus fuerzas a la pendiente que nos llevaría al borde del camino, ¡vamos! Grité desesperado, y mi sonrisa llegó de oreja a oreja cuando por un momento la rueda delantera pisó el asfalto. Era tanta la velocidad y la fuerza que habían tomado las ruedas traseras que ni bien la trompa del vehículo piso el asfalto el volante se me transformó en una calesita incontrolable entre las manos, se sacudía de derecha a izquierda sin que pudiese hacer nada al respecto, pero lo único que pensaba era que si lograba que las ruedas traseras mordiesen la calzada, podría salir airoso de aquel lugar. En un abrir y cerrar de ojos esto se había producido, y con tal fuerza que imprimía el motor a la tracción del auto, al lograr estar nuevamente sobre el asfalto un sacudón, no sé si del volante o de la propia inercia hicieron que la trompa encarase nuevamente hacia el fondo de aquella banquina siniestra. ¡No, no! Aullé, pero aunque mis fuerzas por contener aquella máquina eran descomunales, nada impidió que descendiese con la furia de un huracán pero esta vez en dirección a un árbol. Traté como pude de esquivarlo para no dañar el vehículo, pero todo fue en vano, choqué violentamente contra la base del tronco de un gran pino destrozando por completo el frente de mi coche. El sacudón fue tan fuerte que mi cabeza dio contra el volante y de un solo movimiento mi cuerpo al igual que el espasmo de un moribundo me arrojó contra el asiento para dejarme inconsciente.
Desperté luego de no sé cuántas horas, y por el dolor de mi frente presentí que me había golpeado fuertemente. Al mirar por el espejo retrovisor mi rostro pude ver que de mi frente manaba un hilo delgado de sangre producto de un corte que se había producido. No parecía ser grave, pero cuando traté de tocarlo me di cuenta que la herida era bastante profunda. No puedo explicar cómo me sentí en aquel momento. Estaba desalentado. Había agotado la última esperanza de poder salir de aquel lugar, en cambio ahora el auto no servía ni serviría si alguien pasase y me sacase de allí, (todavía albergaba esa esperanza en mi corazón). Traté de tranquilizarme y lentamente, ya que me dolía todo el cuerpo, salí como pude de adentro de aquel funesto habitáculo. Fui hacia la parte delantera y confirmé que el auto estaba inservible. Sin comida, sin agua y ahora sin un vehículo que me llevase a algún paraje cercano, y menos aún, nadie que en dos días pasase por aquel camino era algo que me atormentaba inexorablemente y debilitaba poco a poco mis esperanzas de salir vivo de aquel lugar. Unas simples vacaciones.
La noche se acercaba nuevamente y mis temores con ella. No tenía la menor idea de lo que iba a ocurrir hoy, con las dos noches anteriores que me habían causado tanto espanto, pensé que lo mejor sería permanecer dentro del auto con las puertas trancadas y esperar al amanecer para emprender un tedioso y calvárico camino hacia un horizonte desconocido. Estaba eufórico, asustado y con el agravante que para esta noche no tenía ni siquiera una gota de agua que beber. Entonces se me ocurrió una idea tan simple como descabellada, porque más allá de todo lo importante era seguir con vida, y sentía como poco a poco mi cuerpo se iba debilitando tanto mental como físicamente. Entonces abrí con un poco de esfuerzo el retorcido capó del auto y saqué el recipiente de agua del motor que para mi fortuna se encontraba lleno. El agua era de un color amarillento, producto de la herrumbre del motor, pero con la sed que dominaba por completo mi cuerpo esto no importó, y casi sin pensarlo me agoté aquel recipiente aunque de pronto y súbitamente dejé que la mitad de agua quedase allí, ya que al otro día el calor y la humedad serían insoportables y necesitaría del preciado líquido para poder sobrevivir.
Me encerré dentro del vehículo, temiendo que lo peor pasaría nuevamente esta noche. Tal vez aún peor que las dos noches anteriores. Resolví trabar las puertas y recostarme en el asiento trasero por si nuevamente aquellos infernales cimbronazos me tomaban por sorpresa. Me sumergí en un profundo sueño no sin antes sentir el dolor de mi estómago que pedía a gritos algo que comer. Para mi sorpresa desperté el tercer día sin ningún tipo de sobresaltos, increíblemente ni aquella terrorífica luz, ni tampoco aquellos frenéticos sacudones me habían despertado por la noche, y luego de espabilarme un poco volví a sentir la ausencia de comida en mi estómago, cosa que estaba deteriorando mi carácter rápida y visiblemente. Para mi sorpresa, cuando bajé del vehículo un manto de musgos verdes lo cubría todo. Desde el frente hasta la parte posterior, el automóvil parecía una pintura de algún artista moderno, era como si una telaraña de musgos y plantas hubiesen camuflado el vehículo para que no fuese visto o mejor dicho, para que se confundiese con la forestación circundante. No puedo describir mi asombro ante tal descubrimiento, ya que era imposible que en una noche aquella vegetación hubiese crecido de tal manera que se apoderase de tal forma de un monstruo de hierro de tales características. Me alejé unos metros y lo contemplé como si fuese un niño mirando su juguete preferido aplastado por un pie gigantesco. Estaba (debo reconocerlo) empezando a sentir que comenzaba a volverme loco, la falta de alimento y lo que estaba viviendo era algo que no podía comprender con certeza, pero había ocurrido y sucedía allí, delante de mis ojos.
Decididamente me mentalicé que debía seguir aquel camino costase lo que costase, que seguramente al final iba a encontrar alguien que me socorriera, no podía ser que en dos días no hubiese pasado nadie por aquel camino y que tampoco encontrase alguna señal de vida, más allá de los extraños sucesos que habían acontecido y que quería borrar de mi mente. Por la posición del sol calculé que serían aproximadamente las diez de la mañana, llevaba conmigo el recipiente de agua que hasta el momento no había querido tocar, pero nuevamente mi estómago me estaba haciendo sentir el rigor del hambre y los fuertes calambres que sufría mientras caminaba, por momentos producían tales espasmos que debía arrodillarme sobre el asfalto, simplemente... dejándome caer. Bebiendo a sorbos la poca agua que quedaba en mi dispensario y caminando lo más rápido que podía, desandaba el medio de aquella ruta que parecía conducirme a mi propia muerte. Kilómetros y kilómetros de un espeso bosque me rodeaban a ambos lados del camino, pinos estupefactos, como si observaran mi lenta agonía se erigían al costado del camino dejándome atrás una y otra vez. El paisaje se repetía desagradablemente ante mis ojos de manera incansable.
Luego de algunas horas de monótono tránsito, a lo lejos divisé a un costado del camino una casa, o al menos eso parecía a la distancia, y mi corazón se estremeció de alegría. Con las pocas fuerzas que me quedaban apuré el paso y lo que parecía que estaba allí al alcance de mi mano, cuanto más rápido caminaba parecía que de la misma manera más rápido se alejaba de mi. Me dejé caer en el suelo exhausto, ya casi sin agua y deteriorado por la falta de alimento, mis piernas se habían acalambrado fuertemente, mientras me retorcía de dolor sobre aquel siniestro asfalto miraba el cielo buscando una respuesta a este castigo que ni siquiera comprendía por qué estaba sucediéndome a mi. Al cabo de unos minutos, tal vez una media hora, los calambres cesaron, no así el dolor en mi estómago, que con el transcurso del día se había tornado insoportable. Me erguí nuevamente y volví a emprender el viaje hacia aquella figura amorfa a la vista que parecía ser una vivienda. El calor estaba mermando y los rayos del sol estaban comenzando a desaparecer en medio de los árboles y el horizonte rojizo. Pasada una hora la noche se había convertido en una oscuridad monstruosa, ya a esa altura y con tal desesperación por salvar mi vida no sentía miedo, lo que me gobernaba era el hambre y los pensamientos en mi mente que me jugaban la peor de las pasadas de mi vida, y en este momento me sentí putrefactamente miserable. Me senté por un momento al costado del camino con la única luz que me guiaba y que parecía provenir de aquella casa que ahora podía distinguir cercana. De pronto sin saber por qué, se adueñó de mi un sueño paulatino pero persistente, las fuerzas me estaban abandonando y pensé que aquella sería mi última noche con vida. Dejé a un costado el recipiente con apenas unas gotas de agua, alcé mis manos hacia el cielo que se veía diáfano e increíblemente estrellado. Aunque no soy muy creyente, recé una plegaria, tal vez la única y la última de mi vida, suponiendo que si algún Dios existiese, llevase mi alma consigo, para que no sea presa de algún animal salvaje que aún estando vivo despedace mi cuerpo sintiendo yo cada desgarro nefasto de mis músculos.
No sé si fueron minutos u horas, pero puedo decir con suma certeza que sentí una luz sobre mi cabeza que cegó mis parpados cerrados, cuando los hube abierto, vi sin ninguna duda que una esfera redonda y reluciente como la misma plata destellaba luces que iluminaban todo el bosque oscuro como el mismo Hades. En esta oportunidad esa misma luz no me cegó, por el contrario causó una paz en mi que hasta produjo que los calambres que sufría mi estómago desapareciesen por completo. Me sentía igualmente debilitado, pero me volví sobre mi y pude ver que aquella esfera luminosa se hizo una sola con lo que a lo lejos parecía que era la casa que veía hacía kilómetros. No me sorprendí, no sentí miedo, por el contrario, volví a levantarme y aunque muriese en el intento decidí llegar hasta aquel lugar. Caminé en la oscuridad que a medida que me acercaba a aquella luz que emanaba de la choza hacía que el bosque se tornase menos oscuro y mortífero ante mis cansados ojos. Al cabo de un par de kilómetros comencé a sentir como si mi cuerpo se sintiese atraído por aquella destellante y blanquecina luz, que ahora me daba cuenta no se trataba de ninguna choza, sino por el contrario no podría definir con exactitud qué diablos era lo que tenía ante mi vista. La atracción era cada vez mayor, y estando a unos cientos de metros del tan esperado lugar, comencé a sentir un alivio en todo el cuerpo, como si de pronto me hubiese rejuvenecido. El hambre y la sed habían desaparecido por completo, el cansancio no podía percibirlo mi cuerpo que minutos atrás se sentía exhausto. Me detuve frente a aquella cosa y lo único que mi mente me decía era: ¡ven, ven!. No puedo explicar si eran mis pensamientos o si alguna fuerza extraña me atraía al interior de aquel lugar indescriptible. Caminé unos pasos más y sentí mi humanidad gravitar sobre el suelo, me dejé llevar, no podía discernir si era atraído por ella o si en realidad mis pies estaban caminando de manera autómata. Muchas personas me han dicho que cuando uno muere, al fin del camino se ve un túnel con una luz de una blancura nunca experimentada por el ser humano, que es como si uno entrase por ese mismo camino donde se siente una paz infinita y reconfortable. Sentía voces que me hablaban y que comprendía perfectamente, pero aún mi cuerpo gravitaba atraído hacia el interior de aquella indecible y perfecta luz. Cuando hube de traspasar el umbral de lo que parecía una puerta de entrada, o quizás la boca de ese túnel que tanto me habían hablado, entré en un estado completo de somnolencia pero antes me permitió distinguir que me había convertido en parte de aquella cosa indescriptible, y pude sentir en la boca de mi estómago como la fuerza de la gravedad ahora no reinaba sobre mi cuerpo, por el contrario, en ese momento en siquiera una milésima de segundo había atravesado aquel cielo diáfano y las estrellas se convertían en constelaciones jamás vistas por mí en mi vida en aquella tierra, nunca jamás.

Martín Ramos.


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