La quietud reina con lívidos y fugaces
relámpagos,
que intensos recaen sobre la blanca atmósfera.
Resuenan en silencio los acordes de las voces,
y encuentran oídos para ser escuchadas.
A quién podría
estremecer de lamentos,
que no impregne por sí solo de su prestancia.
Tal que de una u otra forma acaricie con sus
manos,
las
horas en las cuales ya nada cuenta.
En soledad y al amparo de la noche escribo,
estas líneas que parecen deshilvanadas.
Que cualquier otro poeta,
tildaría de escombros de la palabra
La
habitación se tornó más fría de lo común. La silueta de la luna entraba por el
abismo de la ventana abierta. La máquina de escribir martillaba sobre el blanco
papel seco, las tintas que resonaban en la espesura del inconsciente.
La
puerta pesada, chilló suavemente. Las pinoteas lustradas parecían cansadas.
Pasos que se acercaban.
Sudor
frio que mojaba las sienes, nada más que decir. Todo lo demás no contaba, sólo
el sonido de las olas a lo lejos que el viento traía y llevaba.
En
la hoja delgada que se izó de pronto y decidida, resplandeció la luz de la
madrugada.
MARTÍN RAMOS
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