Veritas vitae

     Hacía días enteros y noches oscuras que Dante obligaba su cuerpo a soportar el sacrificio cruel de la devastadora soledad del alma, la misma que lo conducía a traspasar un día más, (Teseo se emparentó con Ariadna para cometer su noble homicidio), él no estaba solo, pero no tenía a nadie ahora. Una de las tantas noches en que meditaba sobre su tormentoso pasado pensó una y otra vez ,no en vano, en llevarse el cañón a la boca. Los días -eternos-, las noches absurdamente pegajosas, transformaron sus pensamientos negativos en incluyentes sucesiones de hechos que lo habían llevado hasta aquel pesado estado afónico.
     Levantaba su cuerpo del asiento con una pesadez mortecina, y nuevamente volvía a comenzar la poética rutina que día a día le tocaba vivir.
     El Laaberinto de Creta parecía reproducirse fotograma a fotograma en sus pardos ojos cansados por impertinentes promesas que en vano se esfumaron entre sus manos.
     Dante conoció los más bajos instintos, los que sacuden el cuerpo tan fuerte que desprenden las hojas de la vida. Sufrió vejaciones tales que debió redimirse a la pura obsecuencia de esperar que el fin se acerque rápidamente. Soportó que las necesidades de cualquier hombre fuesen secundarias para aplacar cualquier pensamiento estúpido que lo lleve a la locura. Tejió redes con fotos de sus seres queridos, armó rompecabezas con recuerdos erosionados por el tiempo.
     Aquellas personas que en el pasado habían prometido con la boca cosas que el corazón negó, se interesaron en cualquier cosa menos en su turbulento presente. Otras trataron de apaciguar las angustias que le cerraban la garganta hasta no dejarlo respirar, con éxito éstas lograron mantenerlo con un hálito de vida suficiente que reservaba para los momentos de catástrofe interior. Pero su batalla continuó; una y otra vez desenvainó la espada para cortar lazos que siempre fueron endebles e invisibles.
     Un miércoles o jueves, no lo recuerdo bien, decidió treparse  al árbol frondoso de la esperanza. Escaló cada una de sus frágiles ramas para poder llegar a la cima que parecía negársele.
     Cuando pisaba en falso, la caída era estrepitosa, el suelo que lo recibía era tan duro como los golpes que recibía con cada cachetazo subrepticio y maligno en su cuerpo mellado por los infortunios. Con su mirada grave volvía a descubrir nuevos caminos para llegar a la cima. Aquel árbol lo desafiaba a que lo treparse, y en ocasiones creyó que una lívida sonrisa irónica, despreciable, lo incitaba a volver a intentarlo, una vez más.
     Pensó en encontrar algún instrumento mecánico para acometer con aquel obstáculo que frente a él se erijia virtuoso e impacible. Las personas que por la calle transitaban con miradas indiferentes se reían de su malogrado esfuerzo, y con carcajadas románticas aturdían sus oídos llenos de la angustia del ruido producido por el llanto de niños que trataban de consolar su impertinente voluntad.
     Una vez más escaló aquellas ramas que lo conducirían a la cima triunfante. Con gran esfuerzo logró ascender, pero su tenacidad era tan grande como su ego, por lo que luego de días de manos destrozadas y pies mellados por el sacrificio logró llegar hasta la tan mentada cúspide.
     Allí, en aquel lugar, al igual que Virgilio con Dante, -leve paralelismo de la realidad en anacrónicas circunstancias-, alguien se presentó acometiendo un brazo hacia donde él se hallaba estático y apesadumbrado. El que lo recibió le dijo con gran ímpetu: " Aquí en la cima del árbol de la esperanza, la vida te juega una pesada pero inevitable jugada estimado amigo. Son sólo dos las opciones que se me está permitido ofrecerte. Aquí a mi izquierda como podrás apreciar, se encuentran los errores cometidos por tu negligencia, que todo hombre terrenal, el cual dejándose llevar por efímeras apariencias cree que aquello que enceguese los ojos conviene al cuerpo y al corazón, tal que abandona toda razón para obtenerlo y pensar en ilusiones que jamás se concretaron y que nunca lo harán. Míralos atentamente y recuerda las buenas y malas cosas que el reflejo de la apariencia te hicieron feliz e infeliz a un mismo tiempo. Examina lo que un hombre puede hacer por el sólo hecho de observar con los ojos y no con el corazón, intensifica ahora tus sentidos y escucha lo que tus errores tienen para decirte". En aquel momento un avasalla te ruido seco ensordeció a aquel que había caído en una perversa trampa pergeniada por abominables seres que lo habían hundido en sus apestosas heces.
     Había podido ver risas de satisfacción, cómo si aquellos se jactasen de su propio sufrimiento. Escuchaba carcajadas urdidas por las mismas bocas que en otros tiempos ofrecieron falsas sonrisas, dulces palabras que hoy se transforman en amargos recuerdos. Vió las inescrupulosas actitudes que hoy lo habían llevado a un abismo tan profundo como el vacío de las mismas personas con un corazón tallado por cinceles y no por las manos divinas. En fin, allí estaban los que hoy disfrutaban enceguecidamente de su sufrimiento. El asco que esto le produjo debilitó sus pies a punto de llegar a quebrantarse y nuevamente hacerlo caer al abismo del cual venía. Vomitó blasfemias contra aquellos para expresar su propia culpa de haberse equivocado tan atrozmente. Luego de ello el otro habló: "Cómo podrás ver, aquí de este lado, las apariencias del cuerpo engañan cuando no son acompañadas por un corazón noble y sincero. Amigo mío -dijo-, si te dejas llevar por este pecaminoso camino, volverás a caer en lo más profundo de las tinieblas que hoy se posan sobre ti, es tu desición la cual estos ya tomaron, pero de igual forma eres libre de elegir de ahora en adelante. Volvió su vista con un asco que se reflejó en un estremecimiento repentino.
     Nuevamente habló el otro diciendo así: "Aquí a mi derecha está la prudencia, la cual pocos hombres ven, porque aunque a diferencia de tus errores, ésta no se presenta como león vestido de cordero, por el contrario, tu y sólo tu tu debes saber que en ella se encuentran los deleites más exquisitos, que en ocasiones no son vistos por los ojos, pero si recibidos con alegría por el alma y el corazón. Debes saber  bien que aquí el regocijo de tu ser es lo más importante que tiene este otro lugar, que no importa lo que tus ojos vean sonó lo que tú corazón sienta. Entonces mira y escucha muy atentamente, pues no has venido en vano hasta aquí sinó para elegir lo que quieres de ahora en adelante mi calamitoso amigo".
     Entonces el pobre diablo alzó sus ojos hacia la prudencia y, con un gran regocijo en el alma pudo ver que allí estaban aquellos que siempre estuvieron, los que endulzaban sus oídos con suaves y tercias palabras que en el corazón se producían. Vió claramente el amor, vió con sorpresa la felicidad que había perdido hace tanto tiempo, confundida ésta con buenos pero insignificantes momentos. Logró comprender que a diferencia de las apariencias, aquí había corazones nobles que estaban decididos a recibirlo nuevamente, sin remordimientos ni reproches a éste que dejado llevar por las narices se hundió en pesados sueños en días y noches oscuras.
     Allí se encontraba lo que siempre tuvo pero que nunca pudo apreciar, lo que le fue negado al corazón por la ceguera de ojos estúpidos. Todo lo que necesitaba estaba allí en la prudencia. Allí lo esperaban los que siempre lo quisieron cuidar y lo amaron realmente. "Entonces amigo mio -dijo el otro-, ahora es momento de que tu desición sea tomada por tu corazón, que en este momento puede decidir qué es lo que te hará feliz de ahora en adelante, lo mismo que (Job) debió soportar está a mi siniestra, en cambio aquí está la paz de corazón, el perdón y luego de ello la esperanza volverá a renacer en ti. Elige pues lo que de una vez por todas y para siempre perdure en tu alma y en tu corazón, elige pues". 
     Un leve rocío comenzó a caer sobre ambos mojando un lado y haciéndolo reverdecer, mientras que el otro apagaba las carcajadas que cada vez se escuchaban mas lejanas. Por fin y en un solo instante aquel pudo cruzar una endeble rama bajo su pie, y la diestra fue elegida para alcanzar lo que tanto anhelaba durante todo el tiempo que había perdido.


                                     Martín Ramos.








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