
Su cuerpo reposaba sobre un lecho de pétalos de rosas ya marchitos por el
frío, sus hermosos ojos azules contemplaban fijamente una pintura de Cristo
elevándose al cielo, en una mano sostenía una filosa navaja bañada en
sangre, y en la otra mano la huella de la profunda cortada que ponía fin a su
existir.
Una noche soñó que podía volar, soñó que la distancia no seria problema
para estar al lado de su hombre amado, soñó que estaba en sus brazos y el
dolor no era mas dolor, soñó que su soledad no era mas su amante. Despertó
con lágrimas en los ojos y el corazón hecho pedazos.
De rodillas le pedía a Dios fuerza s para seguir viviendo, sus labios no
conocían la pasión, pero su corazón conocía muy bien la agonía del desamor,
conocía de tragedia, conocía de soledad, conocía el a roma del sufrimiento,
pero no sabía porque tenía que pasarle a ella.
Bethzave tenía un rostro angelical y un cuerpo que mucha s modelos
envidiarían. Solía sentarse semidesnuda al borde de su balcón a contemplar
la gente pasar, nadie notaba su p esencia, hubiera querido gritar pero sabía
que nadie la hubiera oído.
Por la s noches contemplaba la s estrellas, podía sentir que alguien la
observaba, su cuerpo se estremecía con cada lágrima que escurría por sus
mejillas, podía sentir como si a lo lejos alguien le acariciaba el rostro.
Ahora sus restos yacen olvidados en una iglesia abandonada a las afueras
de la ciudad, los buitres devoran sus entrañas, los gusanos se reproducen en
su interior, el frió de la muerte su belleza consumió.
El alma de Bethzave deambula por el mundo asesinando cruelmente a
quienes la ignoraron, por donde pasa derrama sus lágrimas, las cuales
queman la tierra y envenenan el aire. Su odio por la humanidad es el aliento
que continúa su existir después de la muerte.
Aun se detiene a contempla r las estrellas imaginando el rostro de su amor
verdadero, imaginando lo que no pudo ser, recordándose porque odia al
mundo y a sí misma.
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