Capítulo 4
La invisibilidad
En el
pueblo, donde se compraban las provisiones para la semana, Braian Marcelo Pozo,
era quien atendía el mercado central. Me enteré en su funeral de que así se
llamaba.
Yo ví en su
mirada, un atisbo de morbosidad. Me recorrió un sudor frío por la espalda que
llegó hasta mis pantorrillas. El vestido que llevaba puesto parecía que era
transparente ante su mirada. Este tipo que tenía enfrente mío y de Ernesto me desnudaba
con la vista perversamente, me desnudaba con la mirada. Me retiré mentalmente
de aquel lugar y pensé en el Boro[1]
Recuerdo o
mejor dicho recordé las clases de Química del profesor. Decía que aquel
elemento era capaz –si se podía conseguir- de matar casi de manera inmediata a
una persona sin dejar rastros en su sangre. Que ese mismo metal no podría ser
encontrado mediante un análisis de sangre convencional. Uno más complejo era
otra cosa.
La
invisibilidad con la que me sentía en aquel lugar y momento era fantástica,
atemporal, sentí el placer de tener en mis manos el frasco de Boro y mezclarlo
en la tasa de té de aquel hijo de puta. En alguna ocasión lo conseguiré. -¡van
a llevar alguna cosa más!. –No por ahora- dijo Ernesto mientras me miraba para
ver si yo aprobaba aquella decisión ya tomada por él. Asentí con la cabeza.
-¡una cosa más! Dije. -¡usted dirá señorita!, ¡caía la baba de la boca del
cerdo!. -¿Dígame usted donde puedo conseguir algunos materiales de limpieza?.
Pregunté con la mejor de las indiferencias.
-¡El señor Eichmann es el químico del pueblo y tiene un
almacén bastante completo, allí conseguirá lo que necesita!. –Gracias-.
Respondí casi mecánicamente. –Vamos Sofía, tal vez consigamos lo que necesites
antes de que se haga la hora de cerrar-.
-¡De
ninguna manera, no puedo ofrecerle ese producto si usted no es un químico
matriculado o trabaja para la escuela local. ¡Discúlpeme, buenas tardes!-. Eso
fue todo, allí se terminó la conversación con aquel químico.
Amanda se
había concentrado en preparar la cena. –El pollo con papas fritas noissette es
lo que más me gusta comer por las noches-. Dijo casi con una mueca desorbitada
en los ojos.
-Entonces
es lo que comeremos.
Sentí que
mi madre disfrutaba haciéndome este tipo de comidas que luego vomitaba en no
más de un par de horas; de otra manera no hubiese puesto esa cara de
satisfacción cuando pronuncio la fatídica palabra: (pollo)…
-Las papas
casi ni se ven, son pequeñas hebras finas que sirven de adorno.
-Todo, pero
todo lo que cocinás es una porquería, pero como tengo que ser lo
suficientemente condescendiente contigo voy a decirte que debería gustarme.
Pero igualmente no deja de ser una porquería.
Hubiera
querido matarla en aquel momento, pero el tiempo requiere del solo hecho de la
minuciosidad de las acciones; al final todo encaja para llevar a cabo lo que
siempre se anhela. Sólo debo esperar. Ernesto nunca sabrá la verdad, y si llega
a enterarse perdonará, porque creo que me ama…
Quisiera
ser invisible. Hace un año que estoy viviendo aquí, las cosas son siempre
iguales, nada cambia, todo se repite recursivamente una y otra vez, una y otra
vez; cíclicamente como si esta casa funcionara en sincronía con el sistema
solar. En ciertas ocasiones me siento como el centro del universo. Todos me
miran, todos me juzgan, todos ven en mi lo que tal vez no vieron en algún otro
en algún otro momento. ¡Brillante juego de palabras!. Estoy harta. Ernesto es
el único que me motiva a seguir viva, porque sé que en algún momento seremos
uno, porque dicen que cuando una mujer y un hombre tienen relaciones, su sangre
pasa a ser la misma, o algo así, es como si ambos se fundieran en una misma célula,
en un mismo átomo que prospera con el paso del tiempo. Los meses, los años. Eso
me mantiene con vida.
Estos últimos
dos meses con la ayuda del químico que esta en el pueblo pude conseguir algo de
lo que necesito, no, el Boro no, pero conseguí el medicamento. Ja,ja,ja. ¡El
medicamento!, que forma sutil de llamarle a un arma química, porque en
definitiva es un arma. A ver: tuve que recurrir a él un par de veces, digamos
tres. La primera de ellas fue cuando baje con Ernesto para directamente pedirle
el Boro, a lo que no accedió, por supuesto. La segunda de las veces que lo ví,
sólo faltó que me fuera con la falda corta; una de las más cortas que tengo.
Obviamente que Ernesto se horrorizó con el solo hecho de verme así vestida, pero
también sé que lo excitó, porque cuando volvimos subimos directamente a mi
habitación. La cosa es que esa segunda vez, mientras estaba sentada en la sala
de espera del pequeño almacén (solo había dos sillas que se situaban frente al
mostrador); sólo tuve que descruzarme de piernas de una manera
digamos…exagerada, y mis partes púdicas sin ropa interior, exhibidas de tal
forma al químico hicieron que luego de un par de ruegos y una promesa no solo
me entregara la receta que necesitaba para el Secobarbital[2] sino
que luego en la tercera visita me contó al oído que tuvo que masturbarse en el
baño luego de aquella afrodisíaca visita. Me relamí asquerosamente los labios
frente a él y le dije que la próxima vez que nos veamos, si se portaba bien, podría
tocar algo de lo que había visto y por lo cual se había causado placer. Abrió
tanto los ojos y la boca que creí que iba a morir en aquel instante aquel depravado.
Algo de eso también hay en mí, no sé por qué me horrorizo, porque mi mente es
tan oscura y retorcida como la de cualquier otra mujer perdida y abandonada.
Un auto
llegó despacio, las luces apagadas y el color oscuro (azul oscuro) se confundía
con el fondo, con el cielo al borde de la costanera de Palermo. El individuo
que lo manejaba era ermitaño, huraño y hasta misántropo. Nunca se supo a
ciencia cierta cómo lo consiguió contactar Sofía. Nunca se supo (supieron) que
ella había robado a su tía quinientos mil pesos que tuvo que hacer depositar en
un banco desconocido a un desconocido, salvo por una conexión familiar lejana,
aquel dinero en una cuenta secreta, a cambio de que aquel extraño pariente, le
girase todos los meses treinta mil pesos cada mes para poder solventar sus
gastos.
Hoy cuando
pienso en aquello, siento asco, y haciendo honor a la palabra, quisiera
desaparecer. Tuve que degollarla, nadie lo sabe, nadie sabe que debí escapar de
aquel pueblo porque el refrán es ya conocido por todos. Cuando enterré el
cuchillo en su garganta mientras dormía después de una dosis doble de Pentobarbital[3] -que le saque con una cogida al pelotudo
del veterinario-; (se va a pudrir en el infierno conmigo, la única diferencia
es que él no lo sabe, yo si), pensé en un campo verde lleno de margaritas
blancas. Los detalles morbosos se los dejo a los depravados, lo único que
contaré es que su sangre me manchó la cara, porque le corté la carótida, sólo
cortando esa arteria puede salir un chorro de sangre con tanta fuerza incontrolable.
Al cabo de dos minutos se desangró en su propia cama sin saberlo, había
prestado atención a las clases de anatomía, su cara presentaba todas las
características de la
Facies Hipocrática. Ja,ja,ja. Que placer ver hundirse sus
ojos en la palidez de su arrugado rostro.
Cuando bajó para encontrarse con
Sofía, el hombre mantuvo una distancia prudencial, se detuvo a un metro de
ella, no tendió su mano para saludarla, solo esbozó un ademán perdido por la
oscuridad mortecina de aquella noche.
Algunas esporas pueden impregnarse
en guantes de cuero, el que las porta no sufre consecuencias, el que da la mano
desnuda a éstas, muere lenta y horriblemente. Es de imaginarse que aquel no
quiso arriesgarse.
-¿El Boro?, preguntó secamente Sofía
-Aquí lo tengo, sin preguntas, sin
respuestas.
-¡Tu dinero!.
Con pasos lentos, el huraño se montó
en su oscuro auto y sin encender las luces se perdió en medio de la arboleda.
Aparecerá en alguna otra ocasión, pero una de ellas será la última.
Sofía regresó contenta a la casa,
hasta podría decirse orgásmica, había
obtenido lo que necesitaba.
[1] El boro es
un elemento químico de la tabla periódica que tiene el símbolo B1 y número atómico 5, su masa es de 10,811. Es un
elemento metaloide, semiconductor, trivalente que existe
abundantemente en el mineral bórax. Hay dos alótropos del boro; el boro amorfo es un polvo marrón, pero el
boro metálico es negro. La forma metálica es dura (9,3 en la escala de Mohs) y es un mal
conductor a temperatura ambiente. No se ha encontrado libre en la naturaleza.
[2] El secobarbital (Seconal) es un medicamento
perteneciente a la clase de los barbitúricos.
El secobarbital deprime la actividad cerebral; su acción inhibitoria sobre el sistema
nervioso es
generalizada.
Es útil en el tratamiento sintomático de la angustia y de la
ansiedad. Se usa como sedante y como hipnótico (5 a 15 cg en el primer caso y 20 a 40 cg en el segundo).
Deprime el centro respiratorio, por lo tanto su administración debe ser
controlada y su venta posible sólo bajo receta.
[3] El pentobarbital es un fármaco de la familia de los barbitúricos sintetizado en 1928 que se puede encontrar en forma de ácido o de sal (la forma salina es poco soluble en agua y etanol1 ). La marca comercial más conocida
para este medicamento es el Nembutal,
usada por primera vez el 1930,
comercializada en forma de sal de sodio.
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