Camino hacia el abismo


Capitulo 1


Sofía y Ernesto vivieron su adolescencia en una antigua casa del barrio de Palermo. Con un jardín eterno, lleno de margaritas y claveles de la india. En verano, el perfume de las rosas y de los jazmines de noche hacían que aquel lugar, sea el refugio soñado de dos adolescentes que eran inseparables.
Solían hablar hasta la madrugada, sentados en un banco de madera vieja, despintarrajeada. Se tenían el uno al otro. Eran primos lejanos, la tía de Sofía había venido del interior para quedarse a solucionar un tema de papeles de herencia, y nunca más volvió, a partir de allí, cuando los dos se vieron por primera vez, supieron que jamás se separarían, que aquel primer encuentro sería el lazo que los ligaría mutuamente para siempre. Así fue.
Ernesto era un chico tímido, le costaba relacionarse con los compañeros de su escuela. Por aquellos años estaba cursando el cuarto año del nacional, y esa, precisamente esa es una edad donde las cosas se definen, y no siempre de la manera más fácil. Sus amigos eran Jorge, un chico del barrio, que robaba figuritas en el puestito de diarios de la esquina, y Alberto, que según me contaron, a los diecisiete años murió de una pulmonía severa. En cambio Sofía era todo lo contrario, era extrovertida, de cara blanca y pálida, y su pelo de color negro oscuro, se reverberaba a la luz del sol tornándose rojizo, algo que ni ella misma entendía por qué. Había dejado atrás en su pueblito natal, también sus estudios de quinto año, que con gran esfuerzo estaba continuando aquí, en la gran ciudad.
Las conversaciones solían ser de lo más divertidas: la profesora de historia y su pelo alborotado, la rubia de sexto con su guardapolvo escrito y corto, que apenas le llegaba a la mitad de la cola, la rata infaltable de los lunes. Cosas banales, que charlan dos adolescentes con todo el tiempo del mundo.
En aquel lugar existían dos realidades paralelas, una era la del jardín de verano, otra era la que impregnaba el ambiente de la casa, una atmósfera pesada que siempre o casi siempre estaba cargada de odio y malicia.
La tía de Sofía había muerto hacía casi un año, sus ochenta y cinco años no pudieron soportar una neumonía que la hizo agonizar en la clínica dos semanas. Entonces ella, Sofía, se quedó sola, no había un lazo de sangre directo que la uniera a la casa, mejor dicho, que la encontrara satisfecha con la familia, sólo tenía a Ernesto.
Vivía contenta, o al menos su rostro parecía reflejar una simple felicidad. Ernesto confiaba en ella, vivía para ella y ambos se complementaban en todo. ¿Nunca me dejarás no es así?, ¡aquí estaré para ti siempre, aunque quieran separarnos, nada ni nadie podrá!.
Yo sabía que ella a veces estaba triste, pero trataba de contentarla con cosas simples que hace un chico de diecisiete años, le cortaba un jazmín y se lo ponía en el pelo, sobre el costado derecho de la oreja, a veces me daban ganas de hacer otras cosas, pero la timidez no me dejaba, hasta ese momento las cosas no fluían normalmente y yo a veces me perdía en pensamientos oscuros que nos encontraban acostados; durmiendo juntos, uno al lado del otro, como un verdadero matrimonio, si, ¡marido y mujer!.
En la casa llamaban a comer, temprano, luego cada uno a su habitación. Estaban contiguas, y Sofía, con la ayuda de una pequeña tijera había logrado hacer un pequeño agujerito que estaba pegado al espejo del cuarto de Ernesto; no podía verla, ella si a él. A la hora de acostarse, -normalmente las diez-, todas las luces de la casa se apagaban excepto las del pasillo y las de la cocina, donde las dos mucamas terminaban de lavar los trastos.
Ernesto primero tomaba una ducha, y luego iba rápidamente hacia su cuarto, ¡hoy te veré desnudo de nuevo, voy a acariciarme viéndote mientras te acostás!.
El verano hacía los días más largos, las noches más calurosas y ellos pasaban todo el tiempo juntos en el fondo interminable de la casa, entre la sombra de los árboles, en aquel extenso jardín, ¡A veces quisiera irme de aquí, y que juntos podamos viajar a cualquier parte, y que nos tengamos el uno al otro para que podamos contar largas experiencias!. Ernesto, algún día eso sucederá y viviremos juntos hasta que alguno de los dos decida dejar primero al otro, ¡te lo prometo con el corazón!. Por mi parte, ¡nunca te dejaré!
Ella estaba contenta con la idea de escapar, pero lamentablemente nunca fue posible, era como si la casa lo absorbiera todo, como si una fuerza inexplicable los mantuviese allí, juntos, pero a la vez atrapados.
A los dieciocho años, diecinueve de Sofía, me detectaron disociación severa de la personalidad[1]. Tuve que lidiar mucho con esta enfermedad que se despertó de repente, sin previo aviso, lo que sé es que por momentos había pensamientos en mi que nunca antes había tenido, y eso me preocupaba terriblemente, tenía miedo de hacer algo que la lastime a Sofía.
El tiempo pasaba lentamente a veces, y otras muy rápidamente, había cosas que no recordaba, que me eran indiferentes, lo único real en todo este mundo que me rodeaba era ella y su indecible hermosura. Yo acariciaba sus manos y las posaba sobre mis labios, recorría sus delicados dedos hasta llegar a sus uñas, naturales. No sé si he dicho ya que su sensualidad me estaba atrapando.
Sofía lo sabia, y jugaba con eso, era como si ella supiera implícitamente que había algo más que una simple unión de primos, había tal vez un amor, un erotismo que se renovaba cada vez que ella lo veía acostarse en su cama, desnudo, esos minutos, hacían que ella se recostara en el piso mirando hacia el techo e imaginándose junto a él, y a la vez tocándose pensando en ello. ¿Quién dice que puede haber algo siniestro o perverso en lo que les pasaba?, él estaba enfermo, ella, loca por él.
Un día como tantos otros que solían pasar juntos, decidieron ir al fondo, pero al cuarto donde el servicio guardaba las cosas, los implementos que servían de herramientas para arreglar el jardín. Ese mismo cuarto tenía un sótano. No era oscuro, no había luz artificial, lo que no lo hacía completamente sombrío eran los rayos de luz que entraban por las banderolas que estaban al nivel del suelo; se veía, y cuando oscurecía se disponía de un pequeño sol de noche para alumbrar. Todo estaba rodeado de herramientas, el suelo de madera, húmedo por el ambiente frío, podía solucionarse con solo tirar algo arriba, una frazada por ejemplo.
Ella lo tomó suavemente de la mano y lo llevó hacia allí, él tímido como era, temblaba. Pero en Sofía se notaba determinación, quería estar junto a él como lo había soñado tantas noches, como lo había pensado sin dormir durante tanto tiempo, desde hacía poco más de un año, cuando se habían visto por primera vez.
¡Aquí nadie podrá encontrarnos y este será nuestro secreto!. ¡Estoy nervioso, me tiemblan las piernas!, No te preocupes, dejá que yo me encargo de todo, sólo seguime. El problema del trastorno de la personalidad hace que muchas veces la persona que lo padece no pueda separar un mundo real de otro paralelo, digamos por definirlo de alguna forma, ficticio. Para Ernesto, ahora esto era ficción. La realidad se confundía con algo que en su cabeza se presentaba confuso y oscuro, pero que lo impulsaba a hacer lo que Sofía quería hacer.
Entraron juntos al cuarto, ella suavemente lo tomaba de la mano y lo guiaba, Ernesto sólo se dejaba llevar. Bajaron al sótano, el pecho de Ernesto parecía salírsele de lugar, y su corazón palpitaba fuertemente. Se recostaron sobre las maderas húmedas, no importaba ahora eso, y tampoco lo habían previsto, o al menos Sofía. ¡tranquilo, yo me haré cargo de todo, silencio!.
Ella acarició suavemente sus labios con sus finos y delicados dedos, luego lo besó.
No recuerdo lo que sucedió después, yo me encontraba en el suelo, agitado y húmedo, parte por las tablas, parte por lo que había sucedido, creo que eso fue lo que tuvo que pasar, debimos haber tenido sexo porque estaba exhausto. Sofía dormía a mi lado desnuda, con su piel blanca y pálida, dándome la espalda. Acaricié sus caderas y no recuerdo nada más.
Llamaron de la casa, con una orden terminante, el calor y la humedad hacía que algunos de los jazmines que impregnaban de perfume el lugar se marchitasen por la mañana, nunca podré sacarme aquellos perfumes, el de Sofía y el de los Jazmines de noche. Aún hoy los recuerdo, y en ciertas ocasiones hacen que reviva el sexo con el pensamiento;  todo era delicioso, aunque esa fue mi primera vez, Sofía hizo que fuese maravillosa.
Margarita era la encargada de llevarme a los controles médicos, una vez por semana el psiquiatra me atendía en su despacho forrado de madera: ¿¡Como estas hoy Ernesto!?. ¡Bien doctor, nunca estuve mejor!, ¿Querés contarme algo especial que te haya sucedido en estos días?. Sé que hubo algo especial, que hizo que algo en mí cambie, que me sienta incómodo, pero mi mente dice que fue bueno, o tal vez sea mi imaginación la que me engaña.
¿Alguna vez ha estado con una mujer?. Siempre me rodeo de colegas y de amigas, ¿en qué sentido me lo preguntás?, pregunto si alguna vez se ha acostado con una mujer. Por supuesto, soy casado y con mi esposa…¿Por qué preguntás, estuviste con alguna mujer, es decir, te acostaste con una mujer Ernesto?. ¡NO!. Quiero decir, aún conservo mi virginidad, es algo que todavía me pertenece, y sobre lo que puedo ejercer el control. Hace que sea un objeto que yo pueda manejar a mi gusto. Masturbarse ¿me hace perderla?. Sólo si te has acostado con una mujer.
Ya no quiero hablar más del tema doctor, y por hoy creo que es suficiente, hemos hablado más de la cuenta, no tengo nada más interesante para contar.
Margarita y él volvieron caminando por las veredas de calles de piedra, esas caminatas eran atemporales, la sombra de los árboles hacían que Ernesto prefigurara figuras oscuras dentro de su mente, iba al lado de ella y no hablaba absolutamente de nada. Margarita sólo se limitaba a acompañarlo. De la casa nadie podía llevar a cabo aquella tarea, pero ella si, era una empleada y debía obedecer lo que sus patrones le obligaban a hacer. Alguna vez, debió hacer cosas atroces, de esas que marcan el alma, y que el tiempo, el largo tiempo se encargan de sanar. Margarita, aún tenía heridas en el alma de esas atrocidades que no sanaban y nunca lo harían.
¿¡Cómo te fue con el doctor!?. Nada importante, lo mismo de siempre, preguntas sin sentido, respuestas vacías. Lagunas en mi cabeza que no me dejan recordar. ¿Acaso olvidaste lo de ayer?, ¡No!, como podría, mi última sensación es la de acariciarte los muslos suavemente. ¿Te gustó?. No lo sé, creo que por ser la primera vez, estuvo bien. ¿Estuvo bien, qué querés decir con bien?. ¡ No lo sé Sofía, sólo puedo decirte que recuerdo acariciándote la espalda y las caderas, nada más!.
Ella echo a llorar, en silencio sollozaba en un rincón de su habitación. ¡Dejame sola!... Sofía. ¡te dije que me dejes en paz!. Él se levantó de la cama, le dió un beso en la mejilla y salió de la habitación.


                                                                                                              Martín Ramos




[1] De acuerdo con Putnam (Putnam, 1994), disociación es un proceso que produce una alteración en los pensamientos, sentimientos o actos de una persona de forma que, durante un periodo de tiempo, ciertas informaciones que llegan a la mente no se asocian o integran con otras, como sucede en condiciones normales.
   Por otro lado, M. Steinberg (Steinberg, 1994) comenta que las experiencias disociativas se caracterizan sobre todo por una “compartimentalización de la consciencia”. Esta expresión se refiere al hecho de que ciertas experiencias mentales de las que se espera normalmente que se procesen juntas y al mismo tiempo (pensamientos, emociones, sensaciones, recuerdos y el sentido de la identidad), se encuentren aisladas funcionalmente unas de otras permaneciendo en algún caso inaccesibles a la consciencia o a su recuperación mnésica voluntaria. Más abajo comentaremos las ideas de Holmes et al.  (2005) y Cardeña (1994) al respecto.
   Por otro lado, la última revisión del DSM IV postula que  “… disociación es el proceso en el cual las funciones normalmente integradas de la consciencia, identidad, memoria o percepción del ambiente están interrumpidas”. A su vez la OMS (CIE 10, 1992) sostiene que los Trastornos Disociativos  poseen un rasgo común consistente en “la pérdida parcial o completa de la integración normal entre ciertos recuerdos del pasado, la consciencia de la propia identidad, ciertas sensaciones inmediatas y el control de los movimientos corporales”.

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