Cuando pensó que llegaría a destino, faltando pocos metros para cruzar el obscuro camino que la llevaría de nuevo a su casa, una mujer se interpuso entre la tenue luz de la calle y la pálida mirada de la luna, en ese instante en que el espíritu entra en la vigilia, le fue arrebatada la vida.
Antíope (Martín Ramos)
No supieron que aquel día ocultaba tras su profusa tiniebla los rasgos macabros de un Apocalipsis inminente.
El sol ya no era el mismo, sus cuerpos, inertes, yacían sobre el suelo, a esa altura resignados, casi muertos.
Sumergidos en su agonía tal vez recordaron épocas pasadas, ahora todo aquello sólo era un feliz recuerdo escurridizo, imborrable, al mismo tiempo efímero. El fín se acercó irremediable. Ellos interhumanos, solo podían esperar el desenlace fatal.
Sobre sí el cielo cerró su palidez y seguramente antíope, esa ciudad olvidada, en el instante final dejaría de existir llevándose aquellas almas consigo. El compromiso que detentaron con el mal los destruyó, no mostraron de su parte arrepentimiento, al contrario, tenían orgullo.
Subsecuente al cataclismo devastador, una tenue lluvia mojó los campos, ahora aquella tierra estaría limpia, para siempre.
En soledad. (Martín Ramos)
El delgado acero descendió sin piedad hasta traspasarle el pecho. Entonces suspiró profundamente.
Cuando aún era pequeño, jugaba a hacer cosas imposibles, las que nadie se atrevería a desafiar sin sentir un sudor frio en la frente. Ahora las recordaba, mitigando espacios en blanco que lo empujaban al abismo.
Con fuerza empujó la daga. Sin resentimientos.
La sangre brotó de pronto y ennegreció el piso de la habitación, la misma que eligió para suicidarse lentamente. Cuando ella llegó, la escena perturbó gravemente su vista.
No la había esperado para llevar adelante algo que habían acordado mutuamente; a aquella enfermedad la deberían enfrentar juntos hasta el fín.
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Despedida
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