Capítulo 4 ¨Apartado 1¨
El recuerdo
Una
capa de veinte centímetros estaba completamente contaminada por isótopos
radiactivos de: Plutonio, Cesio, Plomo, Bario y otros elementos pesados. Esa
capa que cubría como un oscuro y mortecino manto la ciudad abandonada de
Pripyat era, fue bautizada por sus antiguos habitantes como ¨el colchón de la
muerte¨. Nunca más aquella ciudad sería o al menos podría ser habitada sin que
aquel infernal manto sea completamente removido por la mano del hombre, ya que
la naturaleza misma se había tomado la consabida revancha, tal vez por el hecho
de querer el hombre ser amo de algo que no le pertenece. Aquellos isótopos se habían
enterrado profundamente, y con el transcurso irremediable del tiempo lo
seguirían haciendo indefinidamente y con más ahínco. Hoy aquella abandonada
ciudad, cuyos cincuenta mil habitantes era el recuerdo de familias, niños y
momentos que le dieron a aquellas pobres almas un halo de felicidad, un aliento
de vida durante unos pocos años, hasta que la catástrofe, irremediablemente marcó
para la posteridad el designio que debían sufrir aquellos que sin querer
debieron sufrirlo.
Una canción,
una poesía rústica escrita antes de morir por un joven habitante de aquella
planta, un simple trabajador que convivía inexorablemente con la muerte todos
los días, quedó escrita sobre una pared donde sólo habitan hoy los rayos del
sol y la tenue luz de la nocturna luna; aquellos versos pobres en sí, rezaban
el dolor y el sufrimiento de un abandono repentino, del desarraigo y el espasmódico
momento en el que todo, en un solo instante debió ser abandonado, ultrajado, para
convertirse en huérfano de si mismo, el tiempo se detuvo en aquel instante, el
destino fue testigo fiel y estoico de la
muerte y de la calamidad de aquellos que sin saberlo, se convertirían en héroes
de la miseria, de la desidia y del abandono; he aquí aquellas líneas.
En breve debí dejar mi vida,
En un abrir y cerrar de ojos la oscuridad llegó.
Entró en mi casa, sucumbió mi familia,
Despojó mis bienes, me quitó la prosperidad.
Ayúdame Dios a seguir adelante,
Quiero vivir para ver a mis hijos crecer.
Quiero ser libre para escuchar la verdad.
Mi
nombre es Vladimir, he sido un buen hombre. He sido un buen padre. He vivido al
servicio de mi patria en un lugar donde nunca vi el sol salir por la mañana.
Mis noches eran oscuras, a veces despertaba con sueños atroces, con pesadillas
que me hundían en la más desesperante atrocidad. Intuía a veces que aquí las
cosas pronto se acabarían, que tal vez algún error fatal llegase a costarnos la
vida.
Aquel fatídico
y tormentoso veintiséis de Abril, estaba dentro de la planta. Era un día como
cualquier otro, un día más en el que me debía a mi trabajo de encargado de uno
de los sistemas de refrigeración del reactor número cuatro. Dejo estas líneas
porque sé que no sobreviré a la fuerza natural de Dios en quien creo. Fervientemente
pienso que hemos sido castigados, que la potencia de su omnipresencia será la
que nos llevará hasta lo más profundo del infierno.
Hace
dos meses que estoy internado aquí, como muchos otros de mis amigos y camaradas
que se desempeñaban en la planta. A las tres semanas de haber ingresado, y
luego de los tormentosos sufrimientos que he padecido a causa de los
tratamientos que me han proporcionado, los resultados de los análisis mostraron
que yo, aquí y ahora tengo cáncer de tiroides. He absorbido mil veces la
cantidad de radiación que un ser humano podría absorber en diez vidas juntas si
le fuese posible vivirlas. Mi cruz está enterrada sobre mi frente y un epitafio
reza: ¨aquí yace un héroe¨. Mi esposa Irinna, cada vez que me viene a consolar,
me ve aquí, acostado en esta cama donde muero un poco más cada instante que
pasa. Mi hijo no sabe que su padre morirá pronto, por suerte él no ha sufrido
la gran exposición a la que yo me entregué sin saberlo. Tal vez él tenga la
suerte de sobrevivir y poder contar esta historia, la de su padre que vivió y murió
por su patria. Orgulloso seguramente se lo contará a su maestra, a sus hijos y
si Dios es grande, a sus nietos. Esta carta que seguramente será encontrada
cuando esté muerto es el relato de alguien que ya no existe, alguien a quien le
han quitado el alma, en un instante se la han arrebatado.
Si hubiésemos
sabido el daño que estábamos causando, el mal que la humanidad luego sufriría
con consecuencias tan devastadoras, tal vez así, de esa forma, la única posible,
no hubiésemos construido centrales nucleares. Chernobyl sentará un precedente
para la humanidad, será el ícono de que la naturaleza no puede ser manipulada
por el hombre, que somos tan insignificantes ante la Muerte, ante Dios, ante la
Naturaleza y su fuerza abrumadora que por más que nos empeñemos en modificarla,
en controlarla, sólo somos marionetas que jugamos con fuego entre las manos.
Quiero
pedir perdón. Un solo hombre me he cruzado en aquel momento en que se llevó a
cabo el experimento. Debíamos hacerlo de una u otra forma, las órdenes de
nuestros jefes fue terminante: el reactor debía probarse para saber si los
sistemas de enfriamiento serían capaces de llevar a cabo su cometido en caso de
una falla en el sistema eléctrico de la planta. Las cosas no salieron como debían.
Víctor Slovsky, uno de mis jefes directos me cruzó en una de las escaleras de
la planta, más precisamente en el sector ¨B¨. Se detuvo un instante, en aquella
oscuridad, en aquel lugar donde todo era caos y destrucción; pude ver con la
tenue luz que emanaba de la tapa del reactor que había volado quién sabe donde,
sus ojos desorbitados, tal vez estaba pidiendo perdón. Acto seguido me abrazó
fuertemente y se fue corriendo para
asistir a los camaradas que gritaban desde todas las direcciones. Alcé mi vista
al cielo, y extraordinariamente pude ver que era una noche diáfana, aquel vapor
violentamente tóxico que estaba escapando por la boca diezmada por la explosión,
dejaba al descubierto que el cielo que estábamos contaminando, se cubría de
estrellas que brillaban en aquella terrible oscuridad.
Sufro
las consecuencias diariamente. Una enfermera y un doctor vienen periódicamente
a visitarme. Saben que estoy muerto en vida, pero me hacen sentir bien, me
quieren convencer de que aun sigo vivo. Pero mi cuerpo dice todo lo contrario.
Hoy diez de Junio escribo esta carta para que sea el testimonio de que la culpa
de todo aquello fue nuestra. Nada podemos hacer ahora para remediarlo, el daño
está hecho. Sólo podemos pagarlo con nuestra propia vida. Espero que mi hijo y
mi esposa lean esta carta y que la atesoren en sus corazones como el signo de
mi arrepentimiento. La palabra de un hombre no vale nada si no se condice con
sus actos, pero al menos puedo morir tranquilo sabiendo que hice lo que debía
hacer. Allí fue a buscarnos la muerte en persona, en los próximos días vendrá
nuevamente para llevarme definitivamente. Estoy triste pero seguro de que esto servirá
para cambiar algo, aunque sea para que mi hijo sepa que su padre lucho, vivió y
murió por su familia.
Vladimir
Schevchenco falleció de cáncer de tiroides debido a la alta radiación a la que
se expuso aquel fatídico veintiséis de abril de 1986. Dos meses más tarde de
aquel fatídico día su vida se apagó luego de una larga agonía. La carta que
luego fue encontrada por su esposa debajo de su almohada fue leída por el
Presidente, Rusia luego del desastre nuclear de Chernobyl dejó de experimentar
con energía nuclear. Su esposa y su hijo viven en la actualidad en otro país,
el recuerdo que tienen de Vladimir es sinónimo de heroísmo y valentía. Su hijo
aun hoy cuenta la historia que lo estigmatizó de por vida, el nieto de Vladimir
es un niño sano, que al igual que su hijo, también contará la historia de su
abuelo, para la conciencia de las nuevas generaciones.
Martín Ramos (Abstract).