Capítulo 2
Amanda, siempre tuvo un amante que
la despreciaba, y ese desprecio provenía de la inevitable baja autoestima que
la caracterizaba.
Para lograr dormir a la noche,
tomaba unas pastillas que siempre guardaba en su mesita de luz, en el primer cajón,
y por lo general un vaso de agua estaba al alcance de su mano para cuando lo
necesitase. Las pastillas -Seconal[1]-,
ayudaban a que pudiese dormir, desplomándose en ciertas ocasiones en la cama
sin llegar a desvestirse hasta el mediodía siguiente. Este barbitúrico[2] era
su refugio, del insomnio, pero también de su amante.
El esposo de Amanda había fallecido
cuatro años atrás. Un accidente cerebral lo había dejado hemipléjico. Se movilizaba en
la casa sólo por la planta baja, en silla de ruedas. Amanda que todo lo perfeccionaba
y nada dejaba librado al azar no podía tolerar que su marido no pudiese subir
al piso superior, donde estaba la habitación matrimonial. Al principio, se tuvo
que contentar con que la mucama le permitiese dormir en su habitación, y ella
se fuese a dormir a una de las habitaciones de la planta alta. Con el tiempo,
que no fue mucho, Amanda logró de una manera perspicaz darse cuenta de esa
misma mucama bajaba y se encerraba en la habitación con su esposo. Él la
toqueteaba desesperadamente, ella con su mejor cara dejaba que aquellos dedos
sucios tocaran sus partes íntimas y ponía su mejor sonrisa delante suyo. Cuando
todo acababa, iba corriendo y se duchaba par limpiar lo que limipia el agua, su
cuerpo, pero no su alma.
Amanda sabía lo que sucedía, pero no
se atrevía a entrar en la habitación y pegarles un tiro a ambos, nunca tuvo esa
determinación, por el contrario, se enroscaba dentro de las sábanas y se cubría
hasta la punta de la cabeza para no escuchar nada, aunque no podía, porque todo
aquello transcurría en silencio. Un silencio que en algunas oportunidades se
asemejaba al ruido mortecino que perturban a las almas que cruzan el lago acompañados
por Caronte[3].
Después del incidente, cuando habían transcurrido ocho o nueve meses, -ahora no
lo recuerdo bien-, decidió que se debía construir una rampa para que su esposo
pudiese subir hasta el primer piso y que pudiesen dormir juntos en la misma
habitación, tal vez no en la misma cama, pero al menos de esta forma terminaría
con aquella perversión, a la que a su marido le gustaba jugar todas las noches.
Yo también sabía lo que hacía mi
padre, pero no sé si era la timidez, o el hecho de ser hombre lo que me impedía
terminar con sus aventuras amorosas, y sabía de hecho que mi madre también lo
sabía y sufría por ello. Un día ví salir a la mucama acomodándose el vestido,
con su bombacha en la mano, creo que por los nervios de haberse sentido
descubierta por mí, aquella prenda intima se cayó de sus manos; la recogí,
húmeda como estaba y la llevé a mi cuarto. Mientras la acercaba a mi boca me
tocaba para satisfacer una necesidad humana primitiva. Me masturbaba oliendo
aquella prenda que era de una mujer que me llevaba veinte años y que nunca, al
menos en esta vida, seria mía.
Mi madre luego de aquel tiempo logró
que unos carpinteros pudiesen construir una rampa por la que con un mecanismo
bastante avanzado para aquellas épocas, mi padre y su silla de ruedas pudiesen
subir hasta el primer piso y dormir en la misma habitación que mi madre. Amanda
estaba contenta, había logrado lo que tanto anhelaba, separar a mi padre de
aquella perra.
Por todos los medios mi padre hizo
lo imposible por acomodar su silla en aquel mecanismo; las excusas eran
inverosímiles ¡esto es una porquería, no podré mantener el equilibrio aquí y terminaré
muerto o aún peor, cuadripléjico!; ¿por qué siempre te empeñás en hacer
difíciles las cosas?, el mecanismo está construido para que vos y tu silla de
ruedas puedan subir sin problemas, y a partir de hoy yo te ayudaré, lo haremos
despacio, pero hoy y de aquí en más, ya no dormirás en la planta baja, lo harás
en la misma habitación que nos mantuvo juntos durante veinticinco años.
El hombre maldecía por dentro, sus más
oscuros pensamientos se reflejaban en sus ojos negros y su seño se fruncía
gravemente cada vez que había que realizar aquella maliciosa tarea, estaba más
que claro que Amanda no lo satisfacía como mujer y que la mucama, veinte años más
joven, cumplía bien con aquella tarea, aunque no demostrase delante de él el asco
que le tenía, pero en esos momentos él satisfacía sus fantasías más perversas con ella y poco le importaba lo
que la mucama pensaba o sentía sobre ello.
Una vez que ambos estaban en la
misma habitación, y mi padre dormía en su cama, Amanda mecánicamente se llevaba
una pastilla a la boca y tomaba un sorbo de agua, los quince minutos que le
tomaban al barbitúrico hacer efecto, alcanzaban para que ella se acomode de
costado en su cama, dándole la espalda a aquel hombre ya casi desconocido y
dormido por el cansancio, y que pudiera masturbarse en silencio, primero con
movimientos lentos y suaves, luego enérgicos, que producían en ella un orgasmo que disparaban espasmos casi agónicos y que en
una ocasión hicieron que mi padre se despertase. Cuando había terminado, el
sueño caía pesadamente sobre ella, hasta que al otro día, alrededor de las
once, la misma mucama que había sido tocada por mi padre, la despertaba
abriendo las cortinas pesadas que cubrían la ventana de la habitación.
Esta mujer era infeliz, era
miserable, su marido había quedado inútil, su hijo se encerraba en su
habitación y pasaba tardes completas leyendo revistas que compraba en el kiosco
donde su amigo robaba figuritas.
No tenía amigas y la única
distracción que tenía era escuchar música clásica de Richard Wagner, -que
coincidencia que sea de Leipzig y que una de sus influencias haya sido Arthur
Schopenhauer, esos nombres me suenan de algún otro espacio, otro lugar, por
algo dicen que la literatura está plagada de intertextualidad-.
No quiero excusarme con respecto a
mi relato sobre el hecho de que he sido influenciado por algún maestro de las
letras, pero la coincidencia en esta parte de los hechos, es brillante.
El que piense que esto es literatura
está equivocado, sólo me remito a relatar las circunstancias que devinieron en
el desenlace que sucedió en aquel lugar, en mi casa, antes de la llegada de Sofía
a mi vida.
A veces pierdo el hilo de la trama,
y no recuerdo si me encuentro dentro o fuera de ella, me cuesta separar lo que
creo que es o fue real y lo que tal vez he inventado, pero no he sido yo el que
lo ha hecho, mi mente a veces me ha jugado malas pasadas y he cometido
atrocidades que ahora no recuerdo, pero que en mi corazón siento que fueron
terribles.
Mi madre soportó la situación de ver
a mi padre cada vez más distante y huraño; durante dos largos años, soportó
gritos, maldiciones, injurias, maltratos psicológicos y verbales que la
llevaron a querer suicidarse. Ella tenía el control de las pastillas que
tomaba. Una noche, yo estaba en mi habitación que era contigua a la de ellos y
que también lo era con la que luego iba a ocupar Sofía, en realidad en la
planta alta había cuatro habitaciones que se encontraban pegadas una al lado de
la otra como si un desconocido arquitecto las hubiese pensado maquiavélicamente
siamesas.
Esa noche mi madre se acostó más
temprano que de costumbre, aún mi padre estaba en la planta baja sonriendo con
muecas asquerosas a aquella perra de la mucama. Amanda subió y se despidió de
todos hasta el día siguiente. ¡adiós madre, que descanses, mañana será un día
maravilloso y te ayudaré a cortar jazmines del jardín!; ¡lo haremos juntos
Ernesto, ya lo verás, todo lo hacemos juntos!. Subió pesadamente las escaleras
y entró en silencio en su habitación, yo que seguía sentado a la mesa con mi
padre toqueteando de vez en cuando en alguna pasada ocasional a la mucama, sentí
odio y a la vez impotencia, pero me preocupó el hecho de que Amanda haya ido a
su habitación más temprano de lo habitual.
Luego de quince minutos me levanté
de la mesa, subí las escaleras lentamente, y al pasar por la habitación de mi
madre me detuve, tal vez instintivamente, ahora no lo sé, lo que si recuerdo es
que traté de abrir la puerta, pero me invadió el pudor de que pudiese encontrarla en ropa
interior o peor aún, desnuda. Acerqué mi oído y, en ese momento el tiempo se
detuvo, la casa pareció hundirse en un silencio mortal, escuché leves gemidos
del otro lado, entonces decidí girar el pomo pero la puerta estaba cerrada por
dentro, grité, golpeé, traté con todas mis fuerzas de derribar aquella barrera
que me separaba de mi madre, pero no podía, no podía abrirla, entonces en ese fervor
que causaba mi desesperación subió la puta, y me ayudó. Al entrar ví a mi madre
recostada sobre su cama, tirada boca arriba, el frasco de Seconal estaba vacío,
y ella casi muerta.
Tardó un mes en recuperarse de
aquella tragedia, de aquel intento de suicidio, estuvo internada durante tres
semanas en la clínica y nunca me moví de su lado. Con paños fríos calmaba su
fiebre y limpiaba su hermoso rostro con mis manos mojadas, húmedas con perfume
de jazmines, los que a ella le encantaban. Su pelo negro, a veces recaía sobre
la comisura de sus labios, eso la hacía más hermosa. Debajo de las sábanas
estaba desnuda, pero nunca me atreví a levantarlas o siquiera removerlas;
aunque debo admitirlo, que en alguna ocasión me sentí perversamente tentado de
hacerlo.
El doctor por fin le dio el alta,
pero le impuso un acompañante terapéutico, que tuvo que vivir con nosotros
durante más de un mes, hasta que se aseguró de que mi madre realmente se había
recuperado. La dosis de seconal se la debía administrar yo meticulosamente,
cuatro miligramos al día, y sólo dos por la noche antes de irse a dormir; y
juro que lo cumplí a rajatabla.
Puedo imaginar lo que mi padre y la
puta disfrutaron de aquella soledad, él estaba feliz, pero no por el hecho de
que mi madre se haya mejorado, sino por el hecho de haberla convencido de que
necesitaba descansar, y lo mejor para el cometido, era que él siguiera
durmiendo en la habitación de la planta baja.
A Amanda ya poco le importó eso,
pero algo había cambiado en su mente, algo no estaba del todo bien, una pieza
del rompecabezas se había desacomodado irreversiblemente. Era una persona con
el terapeuta, y otra completamente diferente cuando se encontraba sola. Ausente
por completo.
Una mañana temprano, un sonido sordo
me despertó y salté de mi cama, luego cuando abrí la puerta de mi habitación lo
último que escuché fue un gemido. Mi padre, había caído con su silla de ruedas
por la escalera, pesadamente, se había
partido el cuello, murió de manera casi instantánea. Mi madre estaba al borde
de la baranda, inmóvil. En su boca había una leve sonrisa, no de felicidad,
sino de lastima. La policía determinó que fue un accidente. Hubo creo, una
herencia que debió cobrar, nunca supe nada más que eso, pero el dinero no nos faltaba.
Dos meses más tarde Amanda conoció
al que por los siguientes dos años fue su amante, ya que no se había separado
de mi padre como la ley mandaba hacerlo. Pero desde que ese hombre entró en la
vida de ella, su mundo se aclaró, como un cielo diáfano. O al menos eso era lo
que demostraba cuando nos sentábamos juntos en la mesa a comer.
Nunca pensé que me podría encariñar
de alguien desconocido, pero tanto o aún más desconocido fue mi padre para mí,
y creo que algo de él reside con migo, algo dejó de sus oscuros pensamientos
dentro mío, algo que hoy a pesar de mi timidez lo siento como propio, algo malo
hay en mí, pero tengo la suerte de que si realmente es como pienso y existe,
todavía no se ha despertado, y lo peor, es que temo que Sofía pueda sufrir o
salir lastimada por ello; pero tengo alguna certeza de que eso no sucederá, que
todo será diferente, (porque nos amamos), sé que me ama, y eso tiene que ser más
fuerte que todos los malos pensamientos que habitan en mi mente.
Dejó un libro a medio leer en la
mesita de luz de la habitación, y apagó la lámpara. Al lado del espejo, había
un ojo que lo miraba, luego, Sofía, volvía a pensar en aquella noche que habían
pasado juntos, el ritual que empezaba con su mirada al techo, comenzaba de
nuevo. Una, dos veces.
[1].El secobarbital (Seconal)
es un medicamento perteneciente a la clase de los barbitúricos.
El secobarbital deprime la actividad cerebral; su acción inhibitoria sobre el sistema
nervioso es
generalizada.
Es útil en el tratamiento sintomático de la angustia y de la
ansiedad. Se usa como sedante y como hipnótico (5 a 15 cg en el primer caso y 20 a 40 cg en el segundo).
Deprime el centro respiratorio, por lo tanto su administración debe ser
controlada y su venta posible sólo bajo receta.
[2] Los barbitúricos son una
familia de fármacos derivados del ácido barbitúrico que actúan como sedantes del sistema nervioso central y producen un amplio esquema de
efectos, desde sedación suave hasta anestesia total.
También son efectivos como ansiolíticos,
como hipnóticos y como anticonvulsivos.
Los barbitúricos también tienen efectos analgésicos,
sin embargo, estos efectos son algo débiles, impidiendo que los barbitúricos
sean utilizados en cirugía en ausencia de otros analgésicos.
Tienen un alto potencial de adicción, tanto física como
psicológica. Los barbitúricos han sido reemplazados por las benzodiacepinas en la práctica médica de rutina, por
ejemplo, en el tratamiento de la ansiedad y el insomnio,
principalmente porque las benzodiacepinas son mucho menos peligrosas en
sobredosis. Sin embargo, todavía se utilizan barbitúricos en la anestesia
general, para la epilepsia y el suicidio asistido.
En forma endovenosa el pentotal ha sido el más utilizado para la
inducción de la anestesia aunque en los últimos años está siendo desplazado por
un anestésico intravenoso no barbitúrico, el propofol,
de vida media más corta. También son utilizados como anticonvulsivantes (fenobarbital,
por ejemplo).
[3] En la mitología griega, Caronte o Carón (en griego
antiguo Χάρων Khárôn, ‘brillo intenso’) era
el barquero de Hades, el encargado de
guiar las sombras
errantes de los difuntos recientes de un lado a otro del río Aqueronte si tenían un óbolo para pagar el viaje, razón por la cual
en la Antigua
Grecia los cadáveres
se enterraban con una moneda bajo la lengua. Aquellos que no podían pagar tenían que
vagar cien años por las riberas del Aqueronte, tiempo después del cual Caronte
accedía a portearlos sin cobrar.
Aunque con frecuencia se dice que porteaba las almas por la
laguna Estigia,
como sugiere Virgilio en su Eneida,3 según la mayoría de las fuentes incluyendo
a Pausanias4 y más tarde Dante5 el río que en realidad transitaba
Caronte era el Aqueronte.
Caronte era el hijo de Érebo y Nix. Se le representaba
como un anciano flaco y gruñón de ropajes oscuros y con antifaz (o, en
ocasiones, como un demonio alado
con un martillo doble) que elegía a sus pasajeros entre la muchedumbre que se
apilaba en la orilla del Aqueronte, entre aquellos que merecían un entierro
adecuado y podían pagar el viaje (entre uno y tres óbolos). En Las ranas,Aristófanes muestra a Caronte escupiendo insultos
sobre la gente obesa.
Se desconocen los motivos por los que Caronte dejó pasar a Heracles (Hércules), pero a causa de ello
Caronte fue encarcelado un año con la acusación de haberle dejado pasar sin
haber obtenido el pago habitual exigido a los vivos: una rama de oro que proporcionaba lasibila de
Cumas. Virgilio narra en la Eneida el descenso de Eneas a los Infiernos acompañado de dicha
sacerdotisa.3
Otro mortal que logró «cruzar dos veces victorioso el
Aqueronte»6 es Orfeo, quien encantó a
Caronte y a Cerbero para traer de vuelta al mundo a su
amada muerta, Eurídice,
a quien perdió definitivamente en su viaje de vuelta. Psique también
logró hacer el viaje de ida y vuelta estando viva.
Homero y Hesíodo no hacen ninguna referencia al
personaje. La primera mención de Caronte en la literatura griega parece ser un
poema minio,
citado por Pausanias. Dicho poema atribuye a la leyenda de Caronte un origen egipcio,
como confirma Diodoro
Sículo. Los etruscos mencionan también a un Caronte que
acompañaba a Marte a
los campos de batalla.
La barca de Caronte, Sueño, Noche y
Morfeo, por Luca Giordano.
Dante Alighieri incorporó a Caronte en el Infierno de La divina
comedia.5 Aquí era el mismo que su equivalente
griego, pagándosele un óbolo para cruzar el Aqueronte. Es el primer personaje
con nombre que Dante encuentra en el infierno.