Camino hacia el abismo

Capítulo 2



Amanda, siempre tuvo un amante que la despreciaba, y ese desprecio provenía de la inevitable baja autoestima que la caracterizaba.
Para lograr dormir a la noche, tomaba unas pastillas que siempre guardaba en su mesita de luz, en el primer cajón, y por lo general un vaso de agua estaba al alcance de su mano para cuando lo necesitase. Las pastillas -Seconal[1]-, ayudaban a que pudiese dormir, desplomándose en ciertas ocasiones en la cama sin llegar a desvestirse hasta el mediodía siguiente. Este barbitúrico[2] era su refugio, del insomnio, pero también de su amante.
El esposo de Amanda había fallecido cuatro años atrás. Un accidente cerebral  lo había dejado hemipléjico. Se movilizaba en la casa sólo por la planta baja, en silla de ruedas. Amanda que todo lo perfeccionaba y nada dejaba librado al azar no podía tolerar que su marido no pudiese subir al piso superior, donde estaba la habitación matrimonial. Al principio, se tuvo que contentar con que la mucama le permitiese dormir en su habitación, y ella se fuese a dormir a una de las habitaciones de la planta alta. Con el tiempo, que no fue mucho, Amanda logró de una manera perspicaz darse cuenta de esa misma mucama bajaba y se encerraba en la habitación con su esposo. Él la toqueteaba desesperadamente, ella con su mejor cara dejaba que aquellos dedos sucios tocaran sus partes íntimas y ponía su mejor sonrisa delante suyo. Cuando todo acababa, iba corriendo y se duchaba par limpiar lo que limipia el agua, su cuerpo, pero no su alma.
Amanda sabía lo que sucedía, pero no se atrevía a entrar en la habitación y pegarles un tiro a ambos, nunca tuvo esa determinación, por el contrario, se enroscaba dentro de las sábanas y se cubría hasta la punta de la cabeza para no escuchar nada, aunque no podía, porque todo aquello transcurría en silencio. Un silencio que en algunas oportunidades se asemejaba al ruido mortecino que perturban a las almas que cruzan el lago acompañados por Caronte[3]. Después del incidente, cuando habían transcurrido ocho o nueve meses, -ahora no lo recuerdo bien-, decidió que se debía construir una rampa para que su esposo pudiese subir hasta el primer piso y que pudiesen dormir juntos en la misma habitación, tal vez no en la misma cama, pero al menos de esta forma terminaría con aquella perversión, a la que a su marido le gustaba jugar todas las noches.
Yo también sabía lo que hacía mi padre, pero no sé si era la timidez, o el hecho de ser hombre lo que me impedía terminar con sus aventuras amorosas, y sabía de hecho que mi madre también lo sabía y sufría por ello. Un día ví salir a la mucama acomodándose el vestido, con su bombacha en la mano, creo que por los nervios de haberse sentido descubierta por mí, aquella prenda intima se cayó de sus manos; la recogí, húmeda como estaba y la llevé a mi cuarto. Mientras la acercaba a mi boca me tocaba para satisfacer una necesidad humana primitiva. Me masturbaba oliendo aquella prenda que era de una mujer que me llevaba veinte años y que nunca, al menos en esta  vida, seria mía.
Mi madre luego de aquel tiempo logró que unos carpinteros pudiesen construir una rampa por la que con un mecanismo bastante avanzado para aquellas épocas, mi padre y su silla de ruedas pudiesen subir hasta el primer piso y dormir en la misma habitación que mi madre. Amanda estaba contenta, había logrado lo que tanto anhelaba, separar a mi padre de aquella perra.
Por todos los medios mi padre hizo lo imposible por acomodar su silla en aquel mecanismo; las excusas eran inverosímiles ¡esto es una porquería, no podré mantener el equilibrio aquí y terminaré muerto o aún peor, cuadripléjico!; ¿por qué siempre te empeñás en hacer difíciles las cosas?, el mecanismo está construido para que vos y tu silla de ruedas puedan subir sin problemas, y a partir de hoy yo te ayudaré, lo haremos despacio, pero hoy y de aquí en más, ya no dormirás en la planta baja, lo harás en la misma habitación que nos mantuvo juntos durante veinticinco años.
El hombre maldecía por dentro, sus más oscuros pensamientos se reflejaban en sus ojos negros y su seño se fruncía gravemente cada vez que había que realizar aquella maliciosa tarea, estaba más que claro que Amanda no lo satisfacía como mujer y que la mucama, veinte años más joven, cumplía bien con aquella tarea, aunque no demostrase delante de él el asco que le tenía, pero en esos momentos él satisfacía sus fantasías  más perversas con ella y poco le importaba lo que la mucama pensaba o sentía sobre ello.
Una vez que ambos estaban en la misma habitación, y mi padre dormía en su cama, Amanda mecánicamente se llevaba una pastilla a la boca y tomaba un sorbo de agua, los quince minutos que le tomaban al barbitúrico hacer efecto, alcanzaban para que ella se acomode de costado en su cama, dándole la espalda a aquel hombre ya casi desconocido y dormido por el cansancio, y que pudiera masturbarse en silencio, primero con movimientos lentos y  suaves,  luego enérgicos,  que producían en ella un orgasmo que  disparaban espasmos casi agónicos y que en una ocasión hicieron que mi padre se despertase. Cuando había terminado, el sueño caía pesadamente sobre ella, hasta que al otro día, alrededor de las once, la misma mucama que había sido tocada por mi padre, la despertaba abriendo las cortinas pesadas que cubrían la ventana de la habitación.
Esta mujer era infeliz, era miserable, su marido había quedado inútil, su hijo se encerraba en su habitación y pasaba tardes completas leyendo revistas que compraba en el kiosco donde su amigo robaba figuritas.
No tenía amigas y la única distracción que tenía era escuchar música clásica de Richard Wagner, -que coincidencia que sea de Leipzig y que una de sus influencias haya sido Arthur Schopenhauer, esos nombres me suenan de algún otro espacio, otro lugar, por algo dicen que la literatura está plagada de intertextualidad-.
No quiero excusarme con respecto a mi relato sobre el hecho de que he sido influenciado por algún maestro de las letras, pero la coincidencia en esta parte de los hechos, es brillante.
El que piense que esto es literatura está equivocado, sólo me remito a relatar las circunstancias que devinieron en el desenlace que sucedió en aquel lugar, en mi casa, antes de la llegada de Sofía a mi vida.
A veces pierdo el hilo de la trama, y no recuerdo si me encuentro dentro o fuera de ella, me cuesta separar lo que creo que es o fue real y lo que tal vez he inventado, pero no he sido yo el que lo ha hecho, mi mente a veces me ha jugado malas pasadas y he cometido atrocidades que ahora no recuerdo, pero que en mi corazón siento que fueron terribles.
Mi madre soportó la situación de ver a mi padre cada vez más distante y huraño; durante dos largos años, soportó gritos, maldiciones, injurias, maltratos psicológicos y verbales que la llevaron a querer suicidarse. Ella tenía el control de las pastillas que tomaba. Una noche, yo estaba en mi habitación que era contigua a la de ellos y que también lo era con la que luego iba a ocupar Sofía, en realidad en la planta alta había cuatro habitaciones que se encontraban pegadas una al lado de la otra como si un desconocido arquitecto las hubiese pensado maquiavélicamente siamesas.
Esa noche mi madre se acostó más temprano que de costumbre, aún mi padre estaba en la planta baja sonriendo con muecas asquerosas a aquella perra de la mucama. Amanda subió y se despidió de todos hasta el día siguiente. ¡adiós madre, que descanses, mañana será un día maravilloso y te ayudaré a cortar jazmines del jardín!; ¡lo haremos juntos Ernesto, ya lo verás, todo lo hacemos juntos!. Subió pesadamente las escaleras y entró en silencio en su habitación, yo que seguía sentado a la mesa con mi padre toqueteando de vez en cuando en alguna pasada ocasional a la mucama, sentí odio y a la vez impotencia, pero me preocupó el hecho de que Amanda haya ido a su habitación más temprano de lo habitual.
Luego de quince minutos me levanté de la mesa, subí las escaleras lentamente, y al pasar por la habitación de mi madre me detuve, tal vez instintivamente, ahora no lo sé, lo que si recuerdo es que traté de abrir la puerta, pero me invadió el  pudor de que pudiese encontrarla en ropa interior o peor aún, desnuda. Acerqué mi oído y, en ese momento el tiempo se detuvo, la casa pareció hundirse en un silencio mortal, escuché leves gemidos del otro lado, entonces decidí girar el pomo pero la puerta estaba cerrada por dentro, grité, golpeé, traté con todas mis fuerzas de derribar aquella barrera que me separaba de mi madre, pero no podía, no podía abrirla, entonces en ese fervor que causaba mi desesperación subió la puta, y me ayudó. Al entrar ví a mi madre recostada sobre su cama, tirada boca arriba, el frasco de Seconal estaba vacío, y ella casi muerta.
Tardó un mes en recuperarse de aquella tragedia, de aquel intento de suicidio, estuvo internada durante tres semanas en la clínica y nunca me moví de su lado. Con paños fríos calmaba su fiebre y limpiaba su hermoso rostro con mis manos mojadas, húmedas con perfume de jazmines, los que a ella le encantaban. Su pelo negro, a veces recaía sobre la comisura de sus labios, eso la hacía más hermosa. Debajo de las sábanas estaba desnuda, pero nunca me atreví a levantarlas o siquiera removerlas; aunque debo admitirlo, que en alguna ocasión me sentí perversamente tentado de hacerlo.
El doctor por fin le dio el alta, pero le impuso un acompañante terapéutico, que tuvo que vivir con nosotros durante más de un mes, hasta que se aseguró de que mi madre realmente se había recuperado. La dosis de seconal se la debía administrar yo meticulosamente, cuatro miligramos al día, y sólo dos por la noche antes de irse a dormir; y juro que lo cumplí a rajatabla.
Puedo imaginar lo que mi padre y la puta disfrutaron de aquella soledad, él estaba feliz, pero no por el hecho de que mi madre se haya mejorado, sino por el hecho de haberla convencido de que necesitaba descansar, y lo mejor para el cometido, era que él siguiera durmiendo en la habitación de la planta baja.
A Amanda ya poco le importó eso, pero algo había cambiado en su mente, algo no estaba del todo bien, una pieza del rompecabezas se había desacomodado irreversiblemente. Era una persona con el terapeuta, y otra completamente diferente cuando se encontraba sola. Ausente por completo.
Una mañana temprano, un sonido sordo me despertó y salté de mi cama, luego cuando abrí la puerta de mi habitación lo último que escuché fue un gemido. Mi padre, había caído con su silla de ruedas por la escalera, pesadamente,  se había partido el cuello, murió de manera casi instantánea. Mi madre estaba al borde de la baranda, inmóvil. En su boca había una leve sonrisa, no de felicidad, sino de lastima. La policía determinó que fue un accidente. Hubo creo, una herencia que debió cobrar, nunca supe nada más que eso, pero el dinero no nos faltaba.
Dos meses más tarde Amanda conoció al que por los siguientes dos años fue su amante, ya que no se había separado de mi padre como la ley mandaba hacerlo. Pero desde que ese hombre entró en la vida de ella, su mundo se aclaró, como un cielo diáfano. O al menos eso era lo que demostraba cuando nos sentábamos juntos en la mesa a comer.
Nunca pensé que me podría encariñar de alguien desconocido, pero tanto o aún más desconocido fue mi padre para mí, y creo que algo de él reside con migo, algo dejó de sus oscuros pensamientos dentro mío, algo que hoy a pesar de mi timidez lo siento como propio, algo malo hay en mí, pero tengo la suerte de que si realmente es como pienso y existe, todavía no se ha despertado, y lo peor, es que temo que Sofía pueda sufrir o salir lastimada por ello; pero tengo alguna certeza de que eso no sucederá, que todo será diferente, (porque nos amamos), sé que me ama, y eso tiene que ser más fuerte que todos los malos pensamientos que habitan en mi mente.
Dejó un libro a medio leer en la mesita de luz de la habitación, y apagó la lámpara. Al lado del espejo, había un ojo que lo miraba, luego, Sofía, volvía a pensar en aquella noche que habían pasado juntos, el ritual que empezaba con su mirada al techo, comenzaba de nuevo. Una, dos veces.



































[1].El secobarbital (Seconal) es un medicamento perteneciente a la clase de los barbitúricos. El secobarbital deprime la actividad cerebral; su acción inhibitoria sobre el sistema nervioso es generalizada.
Es útil en el tratamiento sintomático de la angustia y de la ansiedad. Se usa como sedante y como hipnótico (5 a 15 cg en el primer caso y 20 a 40 cg en el segundo). Deprime el centro respiratorio, por lo tanto su administración debe ser controlada y su venta posible sólo bajo receta.

[2] Los barbitúricos son una familia de fármacos derivados del ácido barbitúrico que actúan como sedantes del sistema nervioso central y producen un amplio esquema de efectos, desde sedación suave hasta anestesia total.
También son efectivos como ansiolíticos, como hipnóticos y como anticonvulsivos. Los barbitúricos también tienen efectos analgésicos, sin embargo, estos efectos son algo débiles, impidiendo que los barbitúricos sean utilizados en cirugía en ausencia de otros analgésicos.
Tienen un alto potencial de adicción, tanto física como psicológica. Los barbitúricos han sido reemplazados por las benzodiacepinas en la práctica médica de rutina, por ejemplo, en el tratamiento de la ansiedad y el insomnio, principalmente porque las benzodiacepinas son mucho menos peligrosas en sobredosis. Sin embargo, todavía se utilizan barbitúricos en la anestesia general, para la epilepsia y el suicidio asistido.
En forma endovenosa el pentotal ha sido el más utilizado para la inducción de la anestesia aunque en los últimos años está siendo desplazado por un anestésico intravenoso no barbitúrico, el propofol, de vida media más corta. También son utilizados como anticonvulsivantes (fenobarbital, por ejemplo).

[3] En la mitología griega, Caronte o Carón (en griego antiguo Χάρων Khárôn, ‘brillo intenso’) era el barquero de Hades, el encargado de guiar las sombras errantes de los difuntos recientes de un lado a otro del río Aqueronte si tenían un óbolo para pagar el viaje, razón por la cual en la Antigua Grecia los cadáveres se enterraban con una moneda bajo la lengua. Aquellos que no podían pagar tenían que vagar cien años por las riberas del Aqueronte, tiempo después del cual Caronte accedía a portearlos sin cobrar.
Aunque con frecuencia se dice que porteaba las almas por la laguna Estigia, como sugiere Virgilio en su Eneida,3 según la mayoría de las fuentes incluyendo a Pausanias4 y más tarde Dante5 el río que en realidad transitaba Caronte era el Aqueronte.
Caronte era el hijo de Érebo y Nix. Se le representaba como un anciano flaco y gruñón de ropajes oscuros y con antifaz (o, en ocasiones, como un demonio alado con un martillo doble) que elegía a sus pasajeros entre la muchedumbre que se apilaba en la orilla del Aqueronte, entre aquellos que merecían un entierro adecuado y podían pagar el viaje (entre uno y tres óbolos). En Las ranas,Aristófanes muestra a Caronte escupiendo insultos sobre la gente obesa.
Se desconocen los motivos por los que Caronte dejó pasar a Heracles (Hércules), pero a causa de ello Caronte fue encarcelado un año con la acusación de haberle dejado pasar sin haber obtenido el pago habitual exigido a los vivos: una rama de oro que proporcionaba lasibila de Cumas. Virgilio narra en la Eneida el descenso de Eneas a los Infiernos acompañado de dicha sacerdotisa.3
Otro mortal que logró «cruzar dos veces victorioso el Aqueronte»6 es Orfeo, quien encantó a Caronte y a Cerbero para traer de vuelta al mundo a su amada muerta, Eurídice, a quien perdió definitivamente en su viaje de vuelta. Psique también logró hacer el viaje de ida y vuelta estando viva.
Homero y Hesíodo no hacen ninguna referencia al personaje. La primera mención de Caronte en la literatura griega parece ser un poema minio, citado por Pausanias. Dicho poema atribuye a la leyenda de Caronte un origen egipcio, como confirma Diodoro Sículo. Los etruscos mencionan también a un Caronte que acompañaba a Marte a los campos de batalla.
La barca de Caronte, Sueño, Noche y Morfeo, por Luca Giordano.
Dante Alighieri incorporó a Caronte en el Infierno de La divina comedia.5 Aquí era el mismo que su equivalente griego, pagándosele un óbolo para cruzar el Aqueronte. Es el primer personaje con nombre que Dante encuentra en el infierno.

Camino hacia el abismo


Capitulo 1


Sofía y Ernesto vivieron su adolescencia en una antigua casa del barrio de Palermo. Con un jardín eterno, lleno de margaritas y claveles de la india. En verano, el perfume de las rosas y de los jazmines de noche hacían que aquel lugar, sea el refugio soñado de dos adolescentes que eran inseparables.
Solían hablar hasta la madrugada, sentados en un banco de madera vieja, despintarrajeada. Se tenían el uno al otro. Eran primos lejanos, la tía de Sofía había venido del interior para quedarse a solucionar un tema de papeles de herencia, y nunca más volvió, a partir de allí, cuando los dos se vieron por primera vez, supieron que jamás se separarían, que aquel primer encuentro sería el lazo que los ligaría mutuamente para siempre. Así fue.
Ernesto era un chico tímido, le costaba relacionarse con los compañeros de su escuela. Por aquellos años estaba cursando el cuarto año del nacional, y esa, precisamente esa es una edad donde las cosas se definen, y no siempre de la manera más fácil. Sus amigos eran Jorge, un chico del barrio, que robaba figuritas en el puestito de diarios de la esquina, y Alberto, que según me contaron, a los diecisiete años murió de una pulmonía severa. En cambio Sofía era todo lo contrario, era extrovertida, de cara blanca y pálida, y su pelo de color negro oscuro, se reverberaba a la luz del sol tornándose rojizo, algo que ni ella misma entendía por qué. Había dejado atrás en su pueblito natal, también sus estudios de quinto año, que con gran esfuerzo estaba continuando aquí, en la gran ciudad.
Las conversaciones solían ser de lo más divertidas: la profesora de historia y su pelo alborotado, la rubia de sexto con su guardapolvo escrito y corto, que apenas le llegaba a la mitad de la cola, la rata infaltable de los lunes. Cosas banales, que charlan dos adolescentes con todo el tiempo del mundo.
En aquel lugar existían dos realidades paralelas, una era la del jardín de verano, otra era la que impregnaba el ambiente de la casa, una atmósfera pesada que siempre o casi siempre estaba cargada de odio y malicia.
La tía de Sofía había muerto hacía casi un año, sus ochenta y cinco años no pudieron soportar una neumonía que la hizo agonizar en la clínica dos semanas. Entonces ella, Sofía, se quedó sola, no había un lazo de sangre directo que la uniera a la casa, mejor dicho, que la encontrara satisfecha con la familia, sólo tenía a Ernesto.
Vivía contenta, o al menos su rostro parecía reflejar una simple felicidad. Ernesto confiaba en ella, vivía para ella y ambos se complementaban en todo. ¿Nunca me dejarás no es así?, ¡aquí estaré para ti siempre, aunque quieran separarnos, nada ni nadie podrá!.
Yo sabía que ella a veces estaba triste, pero trataba de contentarla con cosas simples que hace un chico de diecisiete años, le cortaba un jazmín y se lo ponía en el pelo, sobre el costado derecho de la oreja, a veces me daban ganas de hacer otras cosas, pero la timidez no me dejaba, hasta ese momento las cosas no fluían normalmente y yo a veces me perdía en pensamientos oscuros que nos encontraban acostados; durmiendo juntos, uno al lado del otro, como un verdadero matrimonio, si, ¡marido y mujer!.
En la casa llamaban a comer, temprano, luego cada uno a su habitación. Estaban contiguas, y Sofía, con la ayuda de una pequeña tijera había logrado hacer un pequeño agujerito que estaba pegado al espejo del cuarto de Ernesto; no podía verla, ella si a él. A la hora de acostarse, -normalmente las diez-, todas las luces de la casa se apagaban excepto las del pasillo y las de la cocina, donde las dos mucamas terminaban de lavar los trastos.
Ernesto primero tomaba una ducha, y luego iba rápidamente hacia su cuarto, ¡hoy te veré desnudo de nuevo, voy a acariciarme viéndote mientras te acostás!.
El verano hacía los días más largos, las noches más calurosas y ellos pasaban todo el tiempo juntos en el fondo interminable de la casa, entre la sombra de los árboles, en aquel extenso jardín, ¡A veces quisiera irme de aquí, y que juntos podamos viajar a cualquier parte, y que nos tengamos el uno al otro para que podamos contar largas experiencias!. Ernesto, algún día eso sucederá y viviremos juntos hasta que alguno de los dos decida dejar primero al otro, ¡te lo prometo con el corazón!. Por mi parte, ¡nunca te dejaré!
Ella estaba contenta con la idea de escapar, pero lamentablemente nunca fue posible, era como si la casa lo absorbiera todo, como si una fuerza inexplicable los mantuviese allí, juntos, pero a la vez atrapados.
A los dieciocho años, diecinueve de Sofía, me detectaron disociación severa de la personalidad[1]. Tuve que lidiar mucho con esta enfermedad que se despertó de repente, sin previo aviso, lo que sé es que por momentos había pensamientos en mi que nunca antes había tenido, y eso me preocupaba terriblemente, tenía miedo de hacer algo que la lastime a Sofía.
El tiempo pasaba lentamente a veces, y otras muy rápidamente, había cosas que no recordaba, que me eran indiferentes, lo único real en todo este mundo que me rodeaba era ella y su indecible hermosura. Yo acariciaba sus manos y las posaba sobre mis labios, recorría sus delicados dedos hasta llegar a sus uñas, naturales. No sé si he dicho ya que su sensualidad me estaba atrapando.
Sofía lo sabia, y jugaba con eso, era como si ella supiera implícitamente que había algo más que una simple unión de primos, había tal vez un amor, un erotismo que se renovaba cada vez que ella lo veía acostarse en su cama, desnudo, esos minutos, hacían que ella se recostara en el piso mirando hacia el techo e imaginándose junto a él, y a la vez tocándose pensando en ello. ¿Quién dice que puede haber algo siniestro o perverso en lo que les pasaba?, él estaba enfermo, ella, loca por él.
Un día como tantos otros que solían pasar juntos, decidieron ir al fondo, pero al cuarto donde el servicio guardaba las cosas, los implementos que servían de herramientas para arreglar el jardín. Ese mismo cuarto tenía un sótano. No era oscuro, no había luz artificial, lo que no lo hacía completamente sombrío eran los rayos de luz que entraban por las banderolas que estaban al nivel del suelo; se veía, y cuando oscurecía se disponía de un pequeño sol de noche para alumbrar. Todo estaba rodeado de herramientas, el suelo de madera, húmedo por el ambiente frío, podía solucionarse con solo tirar algo arriba, una frazada por ejemplo.
Ella lo tomó suavemente de la mano y lo llevó hacia allí, él tímido como era, temblaba. Pero en Sofía se notaba determinación, quería estar junto a él como lo había soñado tantas noches, como lo había pensado sin dormir durante tanto tiempo, desde hacía poco más de un año, cuando se habían visto por primera vez.
¡Aquí nadie podrá encontrarnos y este será nuestro secreto!. ¡Estoy nervioso, me tiemblan las piernas!, No te preocupes, dejá que yo me encargo de todo, sólo seguime. El problema del trastorno de la personalidad hace que muchas veces la persona que lo padece no pueda separar un mundo real de otro paralelo, digamos por definirlo de alguna forma, ficticio. Para Ernesto, ahora esto era ficción. La realidad se confundía con algo que en su cabeza se presentaba confuso y oscuro, pero que lo impulsaba a hacer lo que Sofía quería hacer.
Entraron juntos al cuarto, ella suavemente lo tomaba de la mano y lo guiaba, Ernesto sólo se dejaba llevar. Bajaron al sótano, el pecho de Ernesto parecía salírsele de lugar, y su corazón palpitaba fuertemente. Se recostaron sobre las maderas húmedas, no importaba ahora eso, y tampoco lo habían previsto, o al menos Sofía. ¡tranquilo, yo me haré cargo de todo, silencio!.
Ella acarició suavemente sus labios con sus finos y delicados dedos, luego lo besó.
No recuerdo lo que sucedió después, yo me encontraba en el suelo, agitado y húmedo, parte por las tablas, parte por lo que había sucedido, creo que eso fue lo que tuvo que pasar, debimos haber tenido sexo porque estaba exhausto. Sofía dormía a mi lado desnuda, con su piel blanca y pálida, dándome la espalda. Acaricié sus caderas y no recuerdo nada más.
Llamaron de la casa, con una orden terminante, el calor y la humedad hacía que algunos de los jazmines que impregnaban de perfume el lugar se marchitasen por la mañana, nunca podré sacarme aquellos perfumes, el de Sofía y el de los Jazmines de noche. Aún hoy los recuerdo, y en ciertas ocasiones hacen que reviva el sexo con el pensamiento;  todo era delicioso, aunque esa fue mi primera vez, Sofía hizo que fuese maravillosa.
Margarita era la encargada de llevarme a los controles médicos, una vez por semana el psiquiatra me atendía en su despacho forrado de madera: ¿¡Como estas hoy Ernesto!?. ¡Bien doctor, nunca estuve mejor!, ¿Querés contarme algo especial que te haya sucedido en estos días?. Sé que hubo algo especial, que hizo que algo en mí cambie, que me sienta incómodo, pero mi mente dice que fue bueno, o tal vez sea mi imaginación la que me engaña.
¿Alguna vez ha estado con una mujer?. Siempre me rodeo de colegas y de amigas, ¿en qué sentido me lo preguntás?, pregunto si alguna vez se ha acostado con una mujer. Por supuesto, soy casado y con mi esposa…¿Por qué preguntás, estuviste con alguna mujer, es decir, te acostaste con una mujer Ernesto?. ¡NO!. Quiero decir, aún conservo mi virginidad, es algo que todavía me pertenece, y sobre lo que puedo ejercer el control. Hace que sea un objeto que yo pueda manejar a mi gusto. Masturbarse ¿me hace perderla?. Sólo si te has acostado con una mujer.
Ya no quiero hablar más del tema doctor, y por hoy creo que es suficiente, hemos hablado más de la cuenta, no tengo nada más interesante para contar.
Margarita y él volvieron caminando por las veredas de calles de piedra, esas caminatas eran atemporales, la sombra de los árboles hacían que Ernesto prefigurara figuras oscuras dentro de su mente, iba al lado de ella y no hablaba absolutamente de nada. Margarita sólo se limitaba a acompañarlo. De la casa nadie podía llevar a cabo aquella tarea, pero ella si, era una empleada y debía obedecer lo que sus patrones le obligaban a hacer. Alguna vez, debió hacer cosas atroces, de esas que marcan el alma, y que el tiempo, el largo tiempo se encargan de sanar. Margarita, aún tenía heridas en el alma de esas atrocidades que no sanaban y nunca lo harían.
¿¡Cómo te fue con el doctor!?. Nada importante, lo mismo de siempre, preguntas sin sentido, respuestas vacías. Lagunas en mi cabeza que no me dejan recordar. ¿Acaso olvidaste lo de ayer?, ¡No!, como podría, mi última sensación es la de acariciarte los muslos suavemente. ¿Te gustó?. No lo sé, creo que por ser la primera vez, estuvo bien. ¿Estuvo bien, qué querés decir con bien?. ¡ No lo sé Sofía, sólo puedo decirte que recuerdo acariciándote la espalda y las caderas, nada más!.
Ella echo a llorar, en silencio sollozaba en un rincón de su habitación. ¡Dejame sola!... Sofía. ¡te dije que me dejes en paz!. Él se levantó de la cama, le dió un beso en la mejilla y salió de la habitación.


                                                                                                              Martín Ramos




[1] De acuerdo con Putnam (Putnam, 1994), disociación es un proceso que produce una alteración en los pensamientos, sentimientos o actos de una persona de forma que, durante un periodo de tiempo, ciertas informaciones que llegan a la mente no se asocian o integran con otras, como sucede en condiciones normales.
   Por otro lado, M. Steinberg (Steinberg, 1994) comenta que las experiencias disociativas se caracterizan sobre todo por una “compartimentalización de la consciencia”. Esta expresión se refiere al hecho de que ciertas experiencias mentales de las que se espera normalmente que se procesen juntas y al mismo tiempo (pensamientos, emociones, sensaciones, recuerdos y el sentido de la identidad), se encuentren aisladas funcionalmente unas de otras permaneciendo en algún caso inaccesibles a la consciencia o a su recuperación mnésica voluntaria. Más abajo comentaremos las ideas de Holmes et al.  (2005) y Cardeña (1994) al respecto.
   Por otro lado, la última revisión del DSM IV postula que  “… disociación es el proceso en el cual las funciones normalmente integradas de la consciencia, identidad, memoria o percepción del ambiente están interrumpidas”. A su vez la OMS (CIE 10, 1992) sostiene que los Trastornos Disociativos  poseen un rasgo común consistente en “la pérdida parcial o completa de la integración normal entre ciertos recuerdos del pasado, la consciencia de la propia identidad, ciertas sensaciones inmediatas y el control de los movimientos corporales”.

Despedida

Cuando pensó que llegaría a destino, faltando pocos metros para cruzar el obscuro camino que la llevaría de nuevo a su casa, una mujer se in...