Despedida


Cuando pensó que llegaría a destino, faltando pocos metros para cruzar el obscuro camino que la llevaría de nuevo a su casa, una mujer se interpuso entre la tenue luz de la calle y la pálida mirada de la luna, en ese instante en que el espíritu entra en la vigilia, le fue arrebatada la vida.

                                                                                                                                          Martín Ramos

I Wonder as I Wander


 

Hipocràtico

 


Los desgraciados, que nunca vivieron,

iban desnudos y azuzados siempre

de moscones y avispas que allí había.

Éstos de sangre el rostro les bañaba,

que, mezclada con llanto, repugnantes

gusanos a sus pies la recogían

Dante Alighieri, La Divina Comedia, Canto III

Salió de su estupefacta sonrisa cuando oyó lo que nunca había querido oír. Y entonces en ese momento, terriblemente sincero, pero al mismo tiempo inexplicable para él, clamó como si fuese la primera y última vez, una plegaria, tal vez dos, con una tenue voz blanca, empalidecida por aquel atormentado corazón que exhalaba al mismo tiempo una maldición superlativa, la que se condecía con su propio pensamiento lleno de incertidumbres más que de certezas.

Se acomodó en aquella cama solitaria, con las sabanas que emanaban un negro sabor a flores fenecidas y marchitas bajo un sol helado, funesto sicut ídem que él en su propia esencia. Entonces en aquel momento en el que mitigaba los mas horribles pensamientos y los apartaba de su mente confusa, perdida entre las tinieblas de memorias juveniles, porque así se le pasaba la vida, como fotogramas inconexos pero latentes en su propia memoria atribulada, llegó a una concluyente versión del por qué.

Llegó a una conclusión certera, esa que albergó en su hundido pecho por el mismo pesar de la atrocidad de los actos cometidos, esa misma que se le presentó en la mente como aquel ladrón furtivo en la noche oscura, y sabiendo que más allá de toda abnegación posible, de toda redención que quisiese evanecer con un simple chasquido de sus dedos, esas mismas atrocidades lo habían llevado hasta este lugar, lo habían conducido a una perdición de la cual no podía escapar.

Él mismo fue el que sesgó aquellas vidas, el que subvirtió realidades de almas felices, pero al mismo tiempo crueles para su propia conciencia. Una factura impaga con el pasado que ahora tomaba la fuerza del huracán que le estaba arrancando la vida. Una que no había valido absolutamente un oblo, ni siquiera del barro fangoso de sus propios actos. Ahora se apagaba como él mismo había interrumpido la línea vital de quienes estuvieron a su merced, bajo su custodia, las cuales había jurado defender hasta el último aliento ante el mismo Hipócrates.

Subsumido en aquellos feroces pensamientos, enojado consigo mismo y maldiciendo aquellas horas felices, aquellas guardias donde habían tenido lugar esos malignos designios de una mano nefasta hasta quebrantar cualquier cordura posible, bebió del mismo trago que a una en esos momentos le habían causado un placer indeciblemente perfecto. Vaciló un segundo, suspiró como quien quiere subsanar la herida mas mortal de su propia moral cristalizada con la maldad.

Al cabo de unos minutos, un hilo rojizo se escurría por la comisura de sus labios. Una mirada perdida contemplaba un techo grisáceo, unas manos pálidas apretaban las mismas sabanas en las que se hallaba hundido. Una voz despiadada gritó su nombre, un oído ya hueco por la propia muerte tensó por última vez sus músculos, y entonces su madre, la primera protegida por aquel juramento, en ese momento ya sea por su propia desidia o por mera maldad de su propio ser corrompido por un cansancio inexplicable, o por simple malicia, se hizo escuchar. Entonces supo en ese instante supremo, que todas esas muertes inertes a las cuales había conducido a inexplicables caminos para su entendimiento, ahora sabían con plena certeza que lo esperaban al igual que aquellos gusanos que de su propia sangre se alimentarían, ayudados por punzantes avispones, los que lo atormentarían una y otra vez, sin reparos ni clemencia, la que él jamás tuvo, y a la cual ahora sería sometido.

 

                                                                                                                Martìn Ramos

Despedida

Cuando pensó que llegaría a destino, faltando pocos metros para cruzar el obscuro camino que la llevaría de nuevo a su casa, una mujer se in...