Amanda
-no creas todo lo
que dicen. Estoy segura que nada es igual del otro lado, las cosas no funcionan
así –dijo la señora makarewitz-.
Amanda,
estaba sentada placidamente en su sillón, y conversaba con la señora makarewitz
sobre las posibles influencias de la cultura oriental en occidente.
-siempre he creído
que se puede cambiar modos de conducta por intermedio del bonsái[1]. Es
una cultura milenaria la del Japón y sus métodos, que se remiten a esas épocas,
también lo son y de hecho son
bastante ortodoxos.-dijo Amanda, con tono morboso-.
-Amanda, no sé
absolutamente nada sobre bonsái ni sobre cultura oriental. Lo más parecido que
he hecho al respecto es arroz con champiñones. Creo que el arroz es muy
apreciado por los chinos.
-Tu ignorancia,
hace que confundas por completo dos culturas diametralmente opuestas.
¿Qué pensarías tu
si te dijesen peruana?. Claro que no tendrías porqué sentirte insultada en lo más
mínimo. Pero es el hecho de que no sos peruana, es decir, sos argentina.
-Claro que no me
ofendería, pero debo decir que en tantos otros casos me han confundido
abiertamente. En varias ocasiones me han preguntado si mi ascendencia es siria,
por mi corte de cara y mi nariz respingada. Sólo río, diciendo que he tenido un
abuelo llamado Abraham, que seguramente ha tenido parientes árabes.
La península
ibérica fue invadida por los árabes en la edad media. Los moros a decir verdad.
-iré a preparar un
té –murmuró Amanda, e inmediatamente se levanto de su sillón para dirigirse a
la cocina de su casa-
La señora
makarewitz asintió, se acercó a la ventana para observar la lluvia de otoño y pensó en brillantes de
mármol.
Amanda llegó a la
cocina, encendió la hornalla y comenzó a preparar el batido con crema para las
dos. Estaba pensando en que la ferretería no estaba funcionando bien las últimas
semanas, y que tendría que darle unas vacaciones a juancito, el hijo de marta,
hasta que las cosas se recompongan económicamente.
En un instante
ocurrió algo que posteriormente, según los investigadores de la comisaría del
pueblo no se pudo explicar convincentemente.
Todo estaba listo
para el café que iban a compartir, afuera, el sol estaba cayendo sobre el
horizonte, y el jardín que daba a la cocina, dejaba ver su manto verde regado
por los aspersores que Amanda había traído especialmente desde la ferretería.
Cuando Amanda sacó
la pava de la hornalla, sintió detrás, sobre su espalda, una ráfaga de aire caliente. Sin darle
importancia, prosiguió con la tarea de la preparación del instantáneo.
Pero luego, casi al
instante, una puntada la atravezó desde la nuca hacia la frente y cayó
desvanecida instantáneamente.
Había perdido el
conocimiento y una potente luz blanca le había cegado, previamente a aquel
evento, los ojos.
La señora
makarewitz estaba sentada en el sillón del comedor esperando que su amiga
trajera los cafés para seguir charlando sobre bonsái.
Comenzó a
impacientarse al ver que su amiga no llegaba, ya había pasado un prolongado
lapso de tiempo.
-¿Amanda, estás
bien? –preguntó la primera vez-
No obtuvo ninguna
respuesta.
-Amanda, te voy a
ayudar con esos cafés, ya me tenés preocupada. –dijo la segunda vez-.
Se levantó
preocupada del sillón. No llegaba ninguna respuesta desde la cocina, eso la
perturbó.
Al entrar, no
encontró a su amiga, pensó que se podría haber descompuesto y que tal vez se
encontrase en el baño.
Pero
incomprensiblemente, Amanda no estaba allí.
El médico no pudo
dar una explicación certera de lo sucedido, al igual que la policía. Todo el pueblo
se puso en alerta, se buscó por cada rincón del pueblo: iglesia, plazas,
negocios. Nadie había visto salir a Amanda de su casa, y nadie tampoco había
tenido contacto con ella desde que a las doce y treinta cerró la ferretería.
Su desaparición fue
un misterio durante dos días, dos largos días para su familia que por lo único
que abogaba era por la aparición de la mujer. Exhaustos intentaron comunicarse
con pueblos aledaños y obtuvieron negativas en relación a su paradero. Nadie había
visto a Amanda.
El veintiséis de
mayo, a las dieciocho horas –dos días después a su desaparición-, una pareja de
novios que se encontraba en la plaza principal, vio algo que les llamó la
atención.
Alguien parecía
estar tirado boca abajo detrás de una banqueta de cemento. Llamaron a la
policía inmediatamente. El comisario intuyó lo peor para Amanda. Desde
violación hasta la muerte prematura.
Él y el médico se
dirigieron a la plaza con prisa, y descubrieron al llegar el cuerpo tendido de
Amanda. Estaba viva. Según el medico –a simple vista-, no poseía signos de
violación o estrangulamiento. Amanda estaba inconsciente.
En el hospital,
luego de trasladarla en ambulancia le hicieron estudios preliminares para
detectar cualquier traumatismo. Su esposo e hijos llegaron inmediatamente, una
vez avisados por el comisario.
Luego de tomarle
una placa de cráneo, detectaron sobre su nuca, en la base del cuello, un
elemento diminuto, del tamaño de una cabeza de fósforo. Al parecer se trataba
de algo metálico.
Los médicos
concluyeron que se trataba de algo ajeno a su organismo y determinaron que el
misterioso elemento debía ser extraído.
Así lo hicieron. La
cirugía apenas duró media hora. Amanda permaneció en observación durante dos días,
en forma preventiva. Estaba lúcida y contenta de ver a su familia nuevamente.
No recordaba nada de lo sucedido, salvo un fuerte dolor de nuca y nada más.
Los médicos
estudiaron el pequeño elemento y no obtuvieron conclusiones al respecto. Lo
enviaron a la facultad de medicina en la
capital federal.
Amanda al segundo día,
comenzó con un malestar general. Pérdida de apetito y retención de líquidos. Se
le efectuaron exámenes de sangre y orina.
Sus glóbulos
blancos estaban excesivamente altos. Los médicos estaban desconcertados. El médico
de cabecera de Amanda, el mismo que fue a socorrerla a la plaza, indicó que
Amanda era una mujer sana, sin antecedentes clínicos ni familiares de ninguna
enfermedad grave. De hecho, los controles que se había efectuado hacía dos
meses atrás así lo atestiguaban.
Los médicos
concluyeron posteriormente a los análisis que Amanda poseía una enfermedad grave.
El diagnostico fue Cáncer
en el hipotálamo. La enfermedad era inexplicable, irreversible, imprevista y
Terminal.
Amanda se deterioró
el mes subsiguiente de tal manera, que su cuerpo al momento de su muerte en el
hospital zonal, pesó treinta kilogramos.
Amanda,
inexplicablemente, falleció el 29 de mayo luego de una larga y tortuosa agonía.
[1] El bonsái es una antigua
práctica japonesa, la que se dedica a la cultivación de árboles pequeños.