Camino hacia el abismo

Capítulo 3




Sofía se había levantado temprano, como siempre lo hacía, y se cruzó con Amanda. Ernesto todavía dormia, era temprano, no solían cruzarse a la mañana, siempre Amanda se despertaba cerca del mediodía, pero la noche anterior, por alguna razón no había ingerido los barbitúricos.
Estaba de buen humor, saludó cordialmente a Sofía y luego se dirigió casi sin hacer ruido hacia el baño, a tomar una ducha. ¡Buenos días!, la respuesta de Amanda fue idéntica.
A las diez de la mañana, Amanda, Sofía y Ernesto estaban sentados a la mesa desayunando café con leche y tostadas. Por las razones ya mencionadas, nunca coincidían los tres para poder desayunar juntos, esta mañana algo sucedió para que el destino, a veces caprichoso, a veces irónico, junte estas dos almas separadas por un odio mutuo, no así el de Sofía y Ernesto, ellos en silencio se atraían de manera mutua, tanto sexual como psicológicamente.
¡Hoy será un día excelente!. ¡Amanda, últimamente todos los días son excelentes, el sólo hecho de permanecer aquí con ustedes es para mi el poder materializar la idea de una familia!. ¡Irónica!. ¡Tu mamá siempre me trató bien Ernesto, no tengo quejas, al contrario, debo halagar las caricias que en ocasiones le hace a mi pelo antes de irme a dormir!. ¡Mi madre le ha hecho caricias en el pelo a mi padre, a su amante y a cuanto tipo con un buen aparato sexual se le ha cruzado en el camino!. ¡Ajajajaja, Dios santo,  sos tan irónico Ernesto que a veces pienso si en vez de haberte parido debí entregarte a la nurse para que te regalara a alguna familia que pueda darte el amor que yo no pude o no supe darte!. ¡Hipócrita!.
El ambiente estaba tenso, Ernesto se levantó de repente como si se hubiesen tensado sus músculos de manera refleja. La ira, el odio, la malicia que sentía por aquella mujer que debía reconocer como madre, era inconmensurable. ¡Dónde vas!. ¡Al centro, tengo que comprar algunas cosas para el jardín!. ¡¿Desde cuando te interesa tanto el jardín?!. ¡A vos qué te importa, nunca tuviste tiempo de cuidar los jazmines, sabés por qué, jajaja, porque te la pasaste cogiendo con tu amante durante horas, día y noche, y cuando él no podía hacerte el amor por quedar exhausto, te pasabas a la habitación contigua a seguir penetrándote por cuanto agujero tiene tu cuerpo con tus asquerosos juguetes!. Desde el cobertizo se oían tus orgasmos, y tus gritos, ¡jajajajaa!. Amanda se inmutó y no pudo articular una palabra para refutar aquella acusación.
Sofía decidió acompañar a Ernesto, tenía éste una camioneta Chevrolet del ´62, le había pertenecido a su padre y funcionaba bien. Ernesto se había encargado de cuidar el único tesoro que le había dejado su padre, aquella camioneta que compró en un remate, era lo único que amaba, que cuidaba con un esmero amargo pero al mismo tiempo meticuloso. El regalo que su padre le hizo cuando aún estaba hemipléjico.
Íbamos por la ruta que lleva al pueblo, haré una descripción algo vaga de ella para que se pueda comprender al menos un poco el lugar donde vivíamos y lo hermoso que era aquella pequeña ciudad.
La casa, como dije estaba en Palermo, y la ruta que llevaba al lugar donde comprábamos las provisiones semanales era encantadora, yo que soy mujer aprecio las pequeñas cosas, por ejemplo que mientras maneje, Ernesto me acaricie suavemente la pierna y –esto me sonroja contarlo-, cuando se excitaba, y se le iba esa vergüenza maldita que lo caracterizaba, subía con su mano –cuando yo estaba de polleras cortas-, hasta mi entrepierna que casi al instante se humedecía.
Como dije, la ruta llevaba al centro del pueblo y estaba completamente arbolada hacia sus costados, estos árboles eran altos, y formaban un bosque espeso. A veces fantaseaba  yo misma con frenar la camioneta y agarrar a Ernesto de la mano fuertemente y meternos dentro de él para que me coja fuerte, yo en cuatro patas sobre las hojas mojadas, y el empujando desesperadamente con su miembro hasta hacerme delirar mientras se movía mirando mi enorme trasero, pero todo era una efímera ilusión que  se perdía en la finitud de la ruta.
¡Es una perra!.
Deberías tener un poco más de consideración con ella, tu madre pasó por cosas difíciles y a veces necesita, como la mayoría de los padres, que uno les diga o les demuestre que se los ama. Yo no conocí a mis padres, desde chica el único recuerdo que tengo es el de estar en brazos de mi tía, ella cuidó de mí, ella fue mi padre y mi madre, fue la que me sacó del fondo cuando no encontraba la salida. Le debo en cierta forma el hoy estar viva.
Mi mamá mató a mi papá, ella fue la que lo hizo, yo lo sé, y todo este tiempo sentí la impotencia de no poder gritarlo, de no poder sacar la angustia que dentro mío me carcome día a día. Era chico, ahora que veo las cosas de otra manera, las comprendo con más claridad, y las digiero de a poco.
Cuando llegamos al pueblo, estábamos callados, habíamos hablado de muchas cosas con Sofía, ella me entendía a veces, otras veces discutíamos por cosas insignificantes, en silencio, éramos una pareja, aunque fuésemos primos nada ni nadie iba a separarnos nunca. Nuestra relación implícita, en miradas, en gestos que revelábamos en la intimidad, con caricias y  sexo, era nuestra.
Mi infancia en mi pueblo fue difícil, soy una mujer a la que modestamente cualquier hombre tildaría de hermosa. A veces pienso que de los pretendientes que tuve en mi adolescencia se acercaron a mí más por el sexo que por mi hermosura, en definitiva, todos los hombres son iguales, ¡lo único que quieren es coger!.
En cambio yo, soy ariana, y puedo decir con mucho orgullo que me caracterizo por ser extremadamente sentimental. En muchas ocasiones me enamoré de tipos que ví. sólo un par de veces en una cama de hotel.
Cuando tenía diecisiete, me acosté por primera vez con uno de 35. No me arrepiento, fue la mejor experiencia que tuve. En cambio Ernesto es diferente a todos. Sé que tiene sus problemas, que a veces se ensimisma dentro de un mundo de ficción y se abstrae de todo lo que lo rodea, pero a mí me gusta así, tal vez, sea lo que siempre esperé, y este hombre que es mi primo, sea el que me haga feliz. Diría que lo amo, pero no estoy segura de ello, el amor implica una cierta cantidad de fórmulas que un matemático no podría descifrar. También sé que su mente es oscura, que hay cosas que todavía no puedo descifrar, eso me preocupa, ¿a quién no?.
Amanda no está interesada en hacerlo tratar, parte de su padre reside en él, y no sé por qué pienso esto, porque nunca lo conocí, salvo por lo que me ha contado en alguna ocasión. A veces me gustaría ser como él, digo, ser así, atemporal, y hasta diría, sin sentimientos.
 Mataría a Amanda.


                                                                                                           Martín Ramos

Despedida

Cuando pensó que llegaría a destino, faltando pocos metros para cruzar el obscuro camino que la llevaría de nuevo a su casa, una mujer se in...